30/10/2024
Economía

El dinero, del oro a los bits

La moneda se asemeja cada vez más a un iceberg: lo que se ve, el efectivo, supone únicamente un 5 % del total; el resto es dinero virtual nacido del endeudamiento

Roger Corcho - 08/01/2016 - Número 16
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El dinero, del oro a los bits
Mikel Jaso
Según pensadores como Aristóteles o Adam Smith, el origen del dinero se encontraría en el trueque: con la especialización del trabajo, cada persona produciría unos bienes que luego cambiaría. La moneda surgiría como un intermediario útil para establecer el valor de referencia de cada objeto y permitiría el comercio sin que ambas partes necesitaran algo del otro. 

Conforme a esta explicación, el dinero no tendría más que un papel circunstancial y secundario. Así lo entendió Stuart Mill al afirmar: “No hay nada que sea más intrínsecamente insignificante en la economía de una sociedad que el dinero”. No sería más que una señal que apunta hacia lo que queremos adquirir, de manera que cualquier material —como las conchas de cauri, las piedras rai o la sal— podría cumplir esa función. Finalmente, fueron el oro y la plata los metales que se generalizaron como facilitadores del intercambio y acabaron por identificarse con la riqueza misma. 

La sublimación del dinero

Los bancos nacieron cuando algunos orfebres empezaron a custodiar el oro de sus propietarios y, seguidamente, extendieron letras y cheques con los que estos podían certificar que estaban en poder de dicho oro y así comerciar con él. De la misma manera que el lenguaje nos permite emplear palabras sin tener que acarrear objetos para referirnos a ellos, las letras y cheques simbolizaban un oro que ya no era necesario transportar de arriba abajo. Entre el mundo real —el oro almacenado— y el mundo de la representación —los billetes— se garantizaba una equivalencia. Así constaba, por ejemplo, en la leyenda que figuraba en el papel moneda de la peseta, según la cual el Banco de España aseguraba que daría al portador el equivalente de esa moneda en oro. Es como si el significante y el significado fueran por separado, pero se tuviera la certeza de que en cualquier momento los podríamos volver a unir.

Empresas como Apple o Google ya compiten con servicios de pago y no tardarán en ofertar créditos e hipotecas

El oro actuaba como un ancla que empezó a perder pie cuando se introdujo la reserva bancaria fraccional, un sistema según el cual los bancos ya no garantizaban que en sus depósitos hubiera la cantidad de oro equivalente al dinero en circulación. Con los acuerdos de Bretton Woods de 1944, numerosos países decidieron disolver definitivamente el vínculo entre moneda y oro, y Estados Unidos le dio la puntilla al sistema en 1971. A partir de entonces, la propia moneda tendría valor por sí misma, de la misma manera que las palabras contienen su significado sin que haya que buscarlo en alguna otra parte. Con la llamada moneda fiduciaria, el dinero se había convertido en un lenguaje. 

El dinero acabaría por quitarse la última de las máscaras para adoptar su auténtica apariencia con el proceso de informatización bancaria iniciada en la década de los 80 del siglo XX. El dinero no es más que información, y los bits logran expresar esa realidad mucho mejor que unos lingotes. En la nube, el dinero se mueve como pez en el agua, con miles de transacciones y operaciones de compraventa de activos que se ejecutan en cuestión de milésimas de segundo. 

Este relato, sin embargo, no es más que una parte —la más conocida pero superficial y parcialmente falsa— de la historia. El antropólogo David Graeber asegura, en su obra En deuda, que en realidad el dinero nació de las deudas. En las primeras organizaciones humanas —tribus autárquicas— no habría existido el trueque, sino que cuando alguien anhelaba algo, la otra persona se lo regalaba. Lejos de ser gratuito, este acto suponía contraer una deuda y crear un lazo entre dos partes sostenido en el tiempo que solo se disolvería con su reparación. 

Según la tesis de Graeber, este rudimentario sistema de crédito y débito apareció antes que la moneda y es lo que explica su origen. “El primer paso hacia la creación de dinero real llega cuando empezamos a calcular deudas mucho más específicas hacia la sociedad, sistemas de multas, salarios y castigos, e incluso deudas que contraemos con individuos específicos a los que de alguna manera hemos perjudicado”, expone en su libro. 

La deuda del rey

La propuesta de este autor, militante anarquista, es que la cuantificación de las deudas dio lugar al origen de la moneda y, una vez ya en circulación, sirvió para facilitar el intercambio y el trueque. Como ejemplo de su tesis, explica que el Banco de Inglaterra —uno de los primeros bancos modernos— se fundó en 1694 cuando un grupo de banqueros concedió a la corona un crédito de más de un millón de libras a cambio de emitir moneda. Estos billetes serían, en realidad, pagarés de una parte de la deuda del rey. Era “hacer circular (o ‘monetizar’) la recién creada deuda real”, explica Graeber, quien añade: “A fecha de hoy el préstamo no se ha pagado. Nunca se pagará. Si alguna vez ocurriera, todo el sistema monetario británico dejaría de existir”. 
 

“No hay una guerra contra el dinero en efectivo, sino que es la manera en la que cambia la tecnología”

El trueque es plano; la deuda, en cambio, es como la profundidad que se logra con gafas en 3D. Endeudarse supone también tener una fe desmesurada e irracional en la regularidad de la vida humana, con esas hipotecas a 40 años, o países con deudas monstruosas que devoran a los ciudadanos que tienen que soportarlas. La deuda ha causado guerras, ha provocado hambrunas, ha sometido a territorios y ha justificado crímenes; pero también ha permitido emprender proyectos que de otro modo hubieran quedado en nada (y habría que valorar hasta qué punto el endeudamiento de los particulares no ha contribuido al proceso de disminución de la violencia del que hablan autores como Steven Pinker. Una persona endeudada se verá obligada a conducirse como un adulto —con responsabilidad— el resto de su vida, lo que suele acarrear que acabe abandonando toda ansia de revolución). Con la deuda podemos apropiarnos de ese dinero que se encuentra en el futuro, pero que será nuestro por nuestro trabajo, y que necesitamos justo ahora. Al adoptar la forma de deuda, el dinero se amolda a nuestra naturaleza temporal. 

La deuda puso fin a un patrón oro que suponía un lastre para los países cuando estos necesitaron imprimir billetes con los que financiar la Primera Guerra Mundial. Con la informatización del mundo financiero, los bancos se han dotado de un poder que parecía estar reservado exclusivamente a los dioses: crear dinero cada vez que se concede un préstamo. Este dinero prestado no procede, por tanto, de los ahorros de otros clientes del banco; es un dinero que, simplemente, no estaba ahí. Mervin King, el que fuera gobernador del Banco de Inglaterra hasta 2013, lo explica de la siguiente manera: “Cuando un banco concede préstamos a sus clientes, fabrica dinero nuevo otorgando fondos a las cuentas bancarias de los clientes”.

Gracias a este sistema, el dinero se asemeja cada vez más a un iceberg: lo que se ve, el efectivo, es solo una pequeñísima parte —el 5 %— del dinero total; el resto es dinero virtual nacido del endeudamiento. A medida que se cancelan los créditos, el dinero vuelve a desaparecer. Es un ciclo de creación y destrucción que imita a la energía del propio universo, cuya suma total es cero. Es un sistema que genera dinero fácilmente, con lo que se ha convertido en una versión actualizada de los cantos de sirena que Ulises solo se atrevió a escuchar atándose al mástil del navío: a su son se acercan muchos incautos, que ignoran que pueden acabar estrellándose contra los arrecifes. 

El turista ingenuo

La crisis económica iniciada en 2007-2008 monopoliza cualquier reflexión sobre el futuro inmediato del dinero. Para José Luis Calvo González, profesor de Teoría Económica de la UNED, el futuro de la economía pasa por solucionar dos de los problemas que, según su opinión, desencadenaron dicha crisis. “La banca generó unos activos que no tenían respaldo” explica. “Los banqueros asumieron riesgos excesivos porque confiaban en que si los créditos no se devolvían, ellos no tendrían que asumir responsabilidades.”

En el caso español, a este problema se añadió la burbuja inmobiliaria: “El sector de la construcción lo financia una banca gestionada por políticos [las cajas], y esto hundió el sistema. Los políticos tampoco han tenido que responder por los problemas que han generado”. Según Calvo González, Estados Unidos ha resuelto el problema “aprobando una ley que asegura que no existen bancos tan grandes que no se los va a dejar caer”.  Los accionistas, y no el Estado o los ciudadanos, son los que tendrán que asumir las consecuencias de los riesgos que tomen, lo que garantiza que a partir de ahora se conducirán con responsabilidad.

Una segunda causa de la crisis se encuentra en la desregulación. “En 1933 se aprueba la ley Glass-Steagal en el Congreso de Estados Unidos, que separa la banca de inversión de la banca tradicional.” Se trata de dos bancos con funciones muy distintas: “Por un lado funciona la banca tradicional, que recoge el dinero de los ahorradores y lo presta a empresas y hace hipotecas. Y por otro está la banca de inversión, de alto riesgo”.

Esta ley estuvo vigente hasta 1999, cuando “Bill Clinton, justo antes de dejar la presidencia, la elimina, lo que permite que las bancas de inversión y las tradicionales se fusionen”. A partir de entonces, los bancos tradicionales han podido ofrecer inversiones a clientes ignorantes del elevado riesgo que entrañan estos productos. “Cuando tenías las dos bancas separadas, no se podían ofrecer productos de inversión a los ahorradores.

En condiciones normales, las preferentes no se podrían haber ofrecido a gente que tenía ahorros de toda la vida y que no sabía nada de los mercados de inversión.”  Por esta razón, Calvo piensa que “la ley Glass-Steagal era muy sensata”, de manera que una mayor regulación bancaria sería la receta para lograr un sistema más sostenible. Tal como resume, “los sistemas financieros se basan en la confianza, y por eso es importante que estén regulados”. 

Hace décadas, hubo un guía que mientras enseñaba el distrito financiero de Nueva York a un grupo de turistas les explicó: “Miren, esos son los  yates de los banqueros y de los corredores de bolsa”, a lo que un ingenuo turista repuso: “¿Dónde están los yates de los clientes?”. La banca ha sabido sacar provecho de su posición privilegiada, pero es necesario disponer de unas normas claras para que su actividad —que legítimamente solo tiene en cuenta sus propios intereses— no perjudique al resto de la sociedad. 

El fin del monopolio

Para el economista Ben Dyson, coautor de Modernising money, los bancos perderán la posición de privilegio que tienen en la actualidad respecto a ofertar servicios como créditos y sistemas de pago. Tal como ha declarado a AHORA, “habrá préstamos entre particulares”, una actividad que se va a generalizar. Y sobre el sistema de pago, afirma que “se están produciendo cambios en la regulación, por lo que cada vez será más fácil que empresas tecnológicas proporcionen esta posibilidad”. En los últimos tiempos, compañías como Apple o Google están compitiendo en ofrecer servicios de pago y no tardarán en ofertar créditos e hipotecas. Ambas empresas pueden acabar convirtiéndose en los bancos más grandes del futuro.

Fundador del grupo Positive Money, Dyson también asegura que “hay muchos bancos y empresas a los que les gustaría eliminar el dinero en efectivo porque manejarlo resulta caro. Cuantas más operaciones se hagan electrónicamente, más barato resulta”. El dinero virtual, por otro lado, deja un trazo que puede seguirse, no se puede esconder, y si es necesario, se puede bloquear o confiscar, por lo que es la opción más cómoda para los estados. Sin embargo, este autor piensa que “no se puede afirmar que haya una guerra contra el dinero en efectivo, sino que es la manera en la que cambia la tecnología”.

Dyson considera que la crisis económica mundial fue provocada por los bancos: “Se debería cambiar el sistema de manera que el dinero no puedan crearlo los bancos, sino el banco central en nombre del Estado. Esto realmente acabaría reduciendo la dependencia de la deuda porque no entraría dinero nuevo en la economía que tuviera este origen”.

El 18 de agosto de 2008, un desconocido con el sobrenombre de Satoshi Nakamoto registró el dominio bitcoin.org y publicó un texto en el que explicaba el funcionamiento de una nueva moneda que llamó bitcoin. Esta moneda alternativa prescinde de intermediarios y posibilita transacciones de tú a tú. Se basa en una revolucionaria tecnología conocida como cadena de bloques (blockchain, en inglés), cadenas criptográficas que The Times definió como “un gigantesco registro compartido de operaciones que contabiliza cada unidad de la moneda en cualquier momento”, lo que garantiza que las transacciones sean seguras. Como no existen intermediarios, los bancos son innecesarios, de manera que nos podemos ahorrar sus elevadas tasas. Esto puede ser muy beneficioso para todas aquellas personas —la mayoría en países en vías de desarrollo— que no disponen de cuentas bancarias por no tener suficientes ingresos. 

Si el uso de esta moneda se generalizara, el poder del Estado sobre los individuos se vería reducido drásticamente: es una moneda cuyas transacciones están criptográficamente protegidas y no se pueden rastrear, y el Estado no tiene medios para actuar sobre ella ni manipularla. Es, en definitiva, el sueño dorado de los libertarios y los anarcocapitalistas. A día de hoy, sin embargo, opera como una simple moneda de trueque, y nada indica que su uso vaya a generalizarse. El bitcoin nos enseña, en todo caso, una última lección: el dinero esconde una visión del mundo y una forma de entender la vida, y cada vez que lo usamos estamos contribuyendo a que ese ideal se haga realidad.