Diane Arbus. Así empezó todo
El Metropolitan de Nueva York expone fotografías inéditas de los comienzos de la artista, cuando disparaba en 35 mm
“Comprar el regalo de cumpleaños de Amy, ir a la morgue”, se lee en su cuaderno de notas de 1959. “Nadie parece miserable, borracho, lisiado, loco o desesperado. Al final encontré unas cuantas cosas vulgares en los suburbios, pero nada sórdido todavía”, relató a un amigo desde Londres. Arbus inmortalizó a su padre en el ataúd y confesó haber tenido celos de su hermana pequeña, Renee, por haber sido violada en la adolescencia. “Me falta confianza incluso para cruzar la calle”, reconoció cuando, como su madre antes que ella, se hundió en una depresión. “Última cena”, escribe como nota final en su diario, según cuenta Anthony Lane en The New Yorker.
El comisario: “Solo conocíamos el capítulo 2 . Ahora exponemos el 1. Y ambos están muy conectados”
En sus últimos trabajos fotografió a enfermas mentales ingresadas en Vineland (Nueva Jersey) en las que halló “la más extraña combinación de adultas y niñas. Algunas son de mi edad y parece que tienen 12. He encontrado lo que siempre busqué”, le dijo a su exmarido de las fotos más tiernas e imprecisas de su colección. Arbus las registró —algunas alegres, enmascaradas para Halloween, otras desdichadas— al final de su agotadora vida, contada ahora en 612 páginas en la nueva biografía de Arthur Lubow, Diane Arbus: Portrait of a Photographer (Ecco, 2016). De los primeros años con la cámara a cuestas se encarga el Metropolitan Museum con la exposición Diane Arbus: in the begining, recién inagurada en The Met Breuer. La segunda planta del antiguo museo Whitney acoge hasta el 27 de noviembre más de 100 imágenes —dos tercios de ellas inéditas— que pretenden “redefinir el trabajo y la percepción de una de las artistas más influyentes y provocadoras del siglo pasado”. La muestra se centra en los primeros seis años de su carrera (1956-1962), cuando a los 33 desarrolló su inconfundible estilo y esa personal forma de aproximarse a los personajes por la que ha sido tan reconocida, copiada y criticada.
Lo divino en lo ordinario
Ha tenido que pasar casi una década desde que las herederas de Arbus —sus hijas Doon y Amy— legaran al Metropolitan el archivo completo de su madre para que esta exposición sea una realidad y mostrar así aspectos desconocidos del legado de la artista. El museo se convirtió en diciembre de 2007 en el hogar permanente del archivo de la fotógrafa estadounidense conocida por sus retratos de parejas, niños, nudistas, personajes de circo, artistas y excéntricos. Sus hijas donaron al Met cientos de fotos tempranas, negativos y hojas de contactos de 7.500 rollos de película, impresiones con anotaciones de la artista, su colección de fotos, biblioteca y escritos personales, correspondencia, diarios y cuadernos. La exposición que ahora se presenta es uno de los primeros frutos de la labor de catalogación del Archivo Diane Arbus en el Met, que también compró 20 de sus fotografías más conocidas, como Mujer con velo en la Quinta Avenida (1968), y que en 2005 presentó en Diane Arbus Revelations muchos de los materiales originales del archivo. “Guardamos muchísimas cosas, en parte por superstición y en parte por honrar la historia que sobrevive en cada uno de los objetos”, reconocen sus hijas. “Es raro que tengamos acceso a todo el material de un artista”, añade Jeff L. Rosenheim, responsable del departamento de Fotografía del museo y comisario de la nueva exposición.
Consciente del tesoro que tiene entre manos —el Met también recibió el archivo completo de Walker Evans en 1994—, el comisario describe estas primeras instantáneas: “Son tan cautivadoras y controvertidas como las icónicas imágenes que la hicieron famosa”. Arbus disparaba en 35 mm hasta que se pasó a la Rolleiflex a principios de los 60, una réflex que le permitía tomar la imagen a la altura de la cintura, sin tener que taparse la cara, con la que construyó su reputación, sus inconfundibles fotos de formato cuadrado. “Nos pone frente a lo que veía desde su primera juventud: la divinidad de lo ordinario. Y a través de sus imágenes nosotros también empezamos a verlo.”
A Arbus le fascinaban las fotos antes incluso de empezar a hacerlas. Trabajó junto a su marido durante 15 años en un negocio de fotografía de moda. Colaboraron para Vogue y Glamour. Pero en 1956 (tres años antes de separarse de Allan) decidió establecerse por su cuenta. Marcó su comienzo definitivo escribiendo “film #1” en un carrete de 35 mm. Estudió con Lisette Model, que la alejó de las imágenes brumosas y con demasiado grano. Más claridad, menos difuminado, de frente a los objetos, sujetos y lugares. Durante los siguientes seis años evolucionó desde los encuentros fortuitos a los retratos en los que los protagonistas participaban en el resultado, como lo hacía la propia fotógrafa. Aquella fue la principal diferencia entre Arbus y sus contemporáneos. Walker Evans, Helen Levitt, Garry Winogrand o Lee Friedlander no jugaban ningún papel en sus instantáneas. Arbus buscaba el encuentro directo y personal con sus personajes.
La centralidad, audacia e intimidad estaban presentes en sus fotos desde el principio
La artista nació y murió en Nueva York, donde hizo la mayoría de su trabajo. Times Square, la Quinta Avenida, Lower East Side o Coney Island eran los escenarios donde captaba sus sorprendentes e íntimos retratos. “Es un poco embarazoso decirlo, pero realmente creo que hay cosas que nadie vería a menos que yo las fotografíe.” Casi la mitad de las imágenes que Arbus imprimió las hizo entre 1956 y 1962, los años que cubre esta exposición. Las guardaba en cajas, en una esquina escondida del sótano donde revelaba, en Greenwich Village. No fueron descubiertas hasta casi 10 años después de su muerte, mucho más tarde de la publicación de Diane Arbus: An Aperture Monograh en 1972, cuando ya era una gran influencia —una leyenda incluso— entre los fotógrafos, pero no tan conocida por el público hasta este impactante monográfico de 80 fotografías y su retrospectiva póstuma en el MoMA.
“Cuando las vi por primera vez pensé que no sabía nada de la génesis de esta artista. Solo conocíamos el capítulo 2 de Arbus. Ahora exponemos el 1. Y ambos están mucho más conectados de lo que imaginábamos. Tenemos la oportunidad de mirar la poética de una gran artista al comienzo de su carrera. Si la comparamos con Evans, Frank, Levitt, Friedlander o Winogrand, vemos que ellos son muy diferentes al comienzo y al final. El trabajo de Arbus es uno solo y hermoso”, explica el comisario a The New York Times. “Sus primeras fotos demuestran que las características —su centralidad, audacia, intimidad y aparente naturalidad— estaban presentes desde el principio. Su trabajo a partir de 1962 es de sobra conocido. Ahora examinamos por primera vez sus orígenes.”
Una jugadora magistral
Ahí están, pues, los comienzos de una mujer nacida en la riqueza pero que siempre quiso escapar de ella. “El mundo exterior estaba tan lejos de nosotros”, decía. Diane era una Russek que, como su madre, se casó con un empleado (Allan Arbus trabajaba en el departamento de publicidad del negocio familiar). Su abuelo materno fundó una peletería que en 1924 ya se había convertido en un centro comercial en la Quinta Avenida. En 1919 su madre, Gertrude, se casó con el joven escaparatista David Nemerov. Cinco meses después de la boda nació Howard, que creció hasta convertirse en un premiado poeta. Diane llegó en 1923. Su hermana Renee, en 1928.
“Nunca sentí la adversidad”, se quejaba Diane de su infancia, plagada de viajes con chófer hasta Russek’s junto a su madre para seguir llenando el armario y el joyero. Quizá por eso persiguió el sufrimiento con su cámara. Otra clave familiar fue su hermano: ambos precoces en los estudios y en el sexo. “Diane se masturbaba en el baño con las persianas subidas para asegurarse de que la gente podía verla desde la calle. Y cuando ya era adulta se sentaba junto a los clientes de los cines porno, en la oscuridad, para ayudarlos con la mano”, escribe Lane, crítico de cine de The New Yorker, en su reciente artículo In the Picture sobre la nueva biografía de Arbus. “La relación sexual de Diane con su hermano empezó en la adolescencia y nunca acabó. La última vez que se acostaron fue en julio de 1971, dos semanas antes de su muerte”, revela Lubow en la biografía que le ha llevado 12 años de trabajo. “Su vida fue dramática, atormentada, complicada. Y creo que a ella le gustaba de esa forma. Era una jugadora magistral, como mucha gente inteligente. La seducción y la sexualidad marcaron su personalidad”, declara Patricia Bosworth, autora de Diane Arbus: A Biography (Knopf, 1984), trabajo que describe su lado oscuro.
“Mucha gente ve a Arbus como la fotógrafa de los freaks, cuando esa era solo una parte de su trabajo. A ella la entenderíamos mejor en compañía de Kakfa”, concluye Lubow sobre una mujer que odiaba la fotografía de moda y cambió el artificio de la publicidad por la realidad. “Quería mostrar verdades invisibles para la mayoría. Conocía tan bien a sus retratados que terminaban bajando la guardia en su presencia.” Arbus se especializó en personajes que miraban a la cámara desde el centro de la escena. Gemelos, travestis, hermafroditas, strippers, musculados. Cuando fotografiaba desnudos, se desnudaba con ellos. Llegó a decir que tenía sexo con cualquier hombre que se lo pidiera. Según Lubow, también con el famoso gigante judío y con el enano mexicano de sus fotos.
Comisariada por Jeff L. Rosenheim
Hasta el 27 de noviembre en el Met Breuer, Nueva York
El Met ocupa el edificio Breuer
Nueva sede, nuevo departamento, nueva cara. A sus 145 años, el Met amplía sus dominios desde la Quinta Avenida hasta Madison Avenue con The Met Breuer, un espacio dedicado al arte moderno y contemporáneo —en diálogo con la historia del clásico Met— ubicado en el edificio que Marcel Breuer, arquitecto de la Bauhaus, diseñó en 1966 para el Whitney Museum of American Art. El proyecto es el resultado de un acuerdo entre el Whitney (que se ha mudado junto al High Line, a orillas del Hudson, a una sede diseñada por Renzo Piano) y el Met, por el que el primero sigue siendo dueño del edificio y el segundo lo coloniza durante un periodo de ocho años con arte de los siglos XX y XXI. La programación inaugurada en marzo propone exposiciones, performances y residencias de artistas tras una restauración de 15 millones de dólares del interior y el jardín, además de eliminar las intervenciones realizadas después de 1966 para respetar la intención original del arquitecto y sus materiales: hormigón, suelos de parqué, decoraciones en bronce y granito, barandillas de madera y su famoso diseño para la luz del lobby. El programa se inauguró con Unfinished: Thoughts Left Visible —artistas desde Tiziano a Louise Bourgeois que experimentan con los trabajos inacabados— y con la mayor exposición hasta la fecha de la india Nasreen Mohamedi. El 12 de julio abrió la muestra de Diane Arbus y en otoño lo harán la arquitectura de Breuer y la pintura del afroamericano Kerry James Marshall. El Met también ha fichado a un equipo de jóvenes talentos para dirigir el espacio, entre ellos la británica Beatrice Galilee, de 32 años, comisaria de arquitectura y diseño que ha coordinado la restauración.