Debates de Troya
La campaña para el 20 de diciembre entra en su semana final inspirada por un principio aparentemente compartido tanto por los principales partidos como por los medios de comunicación: existe una relación directa entre la comparecencia de los líderes en emisiones televisivas de gran audiencia, así sean frívolas e intrascendentes, y los resultados en las urnas. Mientras que la propaganda y los actos electorales han desaparecido prácticamente de las calles, hasta el extremo de que los tradicionales mítines de campaña se han reducido a simples escenificaciones para ser retransmitidas por televisión, el activismo instantáneo en internet y las redes sociales se ha convertido en el vehículo por antonomasia de algunos de los nuevos partidos, que intentan suplir con la suma de militancia y nuevas tecnologías los limitados espacios gratuitos que les concede la ley electoral. A fin de garantizar la neutralidad de los medios de comunicación durante la campaña, esta establece que los tiempos de los que dispondrán los partidos se calculen en función de los resultados obtenidos en la última elección, no de las expectativas recogidas por las encuestas.
Este criterio es el que podría haber comenzado a ceder durante esta semana de campaña al celebrarse, en distintos medios, debates que, incorporando con buenas razones a partidos que concurren por primera vez en unas elecciones generales, han dejado fuera a otros cuya presencia estaría amparada por la ley, puesto que cuentan con diputados en las cámaras recién disueltas. La injustificable renuencia a celebrar debates electorales de la que han hecho gala durante años los grandes partidos no puede ser sustituida por un protagonismo de los medios que acabe borrando la frontera entre la información y la intervención política. En el caso de la televisión pública, la intervención parece manifiesta desde el momento en que, aun emitiendo debates a dos entre las fuerzas mayoritarias y compensando a las restantes en otros formatos, sus responsables han jugado deliberadamente con los horarios de emisión.
Una campaña sin debates en los que los candidatos rindan cuentas del trabajo realizado y de los programas de gobierno a los que se comprometen conlleva un grave deterioro de la calidad del sistema democrático; pero también lo hace una campaña en la que los debates puedan ser fácilmente convertidos en el caballo de Troya con el que los medios interfieran voluntaria o involuntariamente en su desarrollo. Solo el resultado de las urnas, el próximo 20 de diciembre, confirmará si los buenos pronósticos que han venido recogiendo las encuestas para partidos nacidos o consolidados al amparo de la crisis que vive España eran el síntoma anticipado de un nuevo ciclo político, en el que el voto de los ciudadanos será cada vez más informado y más responsable, o un espejismo inexplicable sin el concurso de los medios. La autocelebración del papel que estos han desempeñado en los recientes debates suscita la duda, además de que vulnera el estricto deber de la prensa de informar sin ser ella misma la noticia. Aunque lo cierto es que, unos por unas razones y otros por otras, los partidos políticos lo han aceptado.