Cuando el dolor se viste de ironía
Inútilmente guapo se acerca formalmente al diario y cuenta la recuperación de un ictus
Hablar de la cercanía de la muerte es algo que otros escritores han hecho y es también lo que hace Jorge M. Reverte en su último libro, Inútilmente guapo. Mi batalla contra el ictus. Él mismo cita a algunas; a su hermano Javier, a Javier Pradera, a Christopher Hitchens, a Tony Judt o a Oliver Sacks. A este último dedica un capítulo, escrito cuando el neurólogo aún vivía. Sin embargo, el punto del que parten ambos escritores es diferente: “Este libro tiene una ventaja enorme sobre lo que escribe Sacks, que es que el autor no tiene, ni mucho menos, la constancia de que vaya a morir pronto”.
Inútilmente guapo parece en ocasiones una recopilación de relatos breves —algunos de sus capítulos podrían leerse aisladamente, por ejemplo “Una noche con Telmo”—. El autor lo explica: “[...] como yo no puedo escribir textos largos, tengo que hacer de la necesidad virtud y convertir una secuencia de narraciones cortas en un libro. La intención es muy parecida a la que anima a los poetas”. Otras veces adquiere la forma de un diario. Se diría que esa brevedad es la materialización de la medicina que todos le dicen al escritor que debe tomar: paciencia. “Paciencia, maldita palabra. Recomenzar, no menos maldita”.
Reverte decidió vivir, porque la muerte a la que él se “enfrentaba era mucho más de andar por casa, es decir, se dejaba uno llevar y ya estaba, o había vuelta”. El afecto de familiares y amigos no fue el único motivo que lo empujó a quedarse “de este lado de la raya”: también lo fue la escritura. Pero hacerlo de nuevo no ha sido fácil, pues quedó hemipléjico y viendo doble o borroso. Primero fue con la ayuda de su mujer, que al principio escribía lo que él le dictaba. Y después solo, tras muchas sesiones de rehabilitación y un par de gafas con el sistema de prismas. Y así Reverte volvió a publicar (pronto retomó su columna en El País) y en este libro se puede gozar del sentido del humor que caracteriza sus textos.
Lo que hace singular a Inútilmente guapo es una sorna que hace que el lector se ría inevitablemente de cosas que bien podrían provocar la reacción contraria. Por ejemplo, de la disfagia, que conduce a una apología de los purés (“Si hubiera un congreso de supervivientes de ictus, de los que hubieran padecido disfagia, seguro que entre sus primeras decisiones estaría la de hacer un homenaje público a la Thermomix, que es un aparato que no ha salvado vidas por sí mismo, pero sí ha salvado de la monotonía a muchas vidas”), del bloody mary (la textura del tomate es compatible con esa incapacidad de discernir qué debe ir al estómago y qué a los pulmones) y del espesante: “El vino bueno con espesante es mucho mejor que el vino malo con espesante”.
Sin embargo, toda la guasa y el sarcasmo que empapan el libro no logran atemperar la lacerante imagen con la que su autor dice haberse identificado desde las primeras horas en el hospital: “La de una lagartija clavada a una superficie blanca con un alfiler”. Desde esa condición de pequeño reptil indefenso, durante los primeros días en la UVI la batalla contra el ictus toma formas insospechadas. Así, los delirios lo llevaron a creer que se encontraba en Cataluña, en medio de los preparativos de una insurrección independentista de la que él debía alertar al Gobierno central, o que los problemas con Estado Islámico eran de su competencia, al coincidir el degollamiento de dos periodistas estadounidenses con su traqueotomía.
Resulta asombroso que un relato autobiográfico de este tipo, sobre la experiencia con la muerte, pueda ser tan hilarante como lo es el de Reverte. Es ahí donde están la fuerza y la magia del libro: en la aleación de emociones encontradas, en la capacidad del autor de vestir el dolor de ironía. Y en las reflexiones que van mucho más allá de la vivencia personal y que se tornan en ácidas críticas a determinadas posturas ideológicas y políticas —remiten al artículo “Una muerte digna” (incluido como apéndice del libro) que le valió al autor el premio Ortega y Gasset de Periodismo en 2009—: “Mi psique y mi pierna son la misma cosa. Y esa cosa soy yo. Que nadie, y mucho menos un cura o un consejero de sanidad de la derecha, me venga a contar nada sobre mi cuerpo”.
En sus obras de investigación histórica Jorge M. Reverte traza pequeñas biografías de personas “normales” que participaron en grandes acontecimientos. En Inútilmente guapo ofrece una parte de la suya, también enfrentándose a una situación límite, al tiempo que hace un homenaje a sus allegados así como a los médicos y enfermeras —y a la sanidad pública española— que lo acompañan en su recuperación. De su combate se desprende una valiosa y sisífica lección: “Está claro que los límites se amplían, y que el deseo de vivir es mayor de lo que pensamos”.
Inútilmente guapo.
Mi batalla contra el ictus
Jorge M. Reverte
La esfera de los libros, Madrid, 2015,
240 págs.