Se pueden observar las cosas directamente o por sus epifenómenos. También, más modestamente, por sus indicios. Y si de lo que se trata es de mirar a China y saber qué está pasando con su economía, hay dos que no pueden ser más elocuentes: Hong Kong y Macao. El primero manifiesta su mala expectativa económica a través de un indicador adelantado llamado PMI (
Purchasing Managers Index), que se situaba en agosto en 44,4 puntos (por debajo de 50 indica contracción respecto al mes anterior), su nivel más bajo de los últimos seis años. El otro indicador indirecto de cómo se encuentra la economía china es Macao, la antigua colonia portuguesa y hoy capital mundial del juego, a la que habitualmente acuden jugadores chinos. Pues bien, el parón en la afluencia de estos ha sido tan notable (prohibiciones de las autoridades chinas incluidas) que el PIB de Macao ha caído un 25% en el segundo trimestre de 2015.
Un descenso de actividad tan pronunciada en esos dos elementos adheridos a la economía china da una idea clara de la gravedad de la situación por la que atraviesa. Con la ventaja de que, en general, los datos económicos publicados por las autoridades de los dos territorios gozan de mayor credibilidad que los que emite el Instituto de Estadística de China que, en este momento, sitúa el crecimiento de la economía del país en el 7% marcado por el Gobierno como objetivo para el año 2015. Un propósito que ya solo los más crédulos toman en serio.
Muchas de las estimaciones independientes que se realizan sobre el crecimiento de la economía china lo rebajan a más o menos la mitad de la cifra señalada como objetivo del Gobierno. Algunas, como la que hace Fathom Consulting para Thomson Reuters, lo sitúan en el 3,1%. El método para calcular esa cifra es muy sencillo: se toman los tres indicadores que el primer ministro chino Li Keqiang ha confesado que sigue de forma continuada (ya que se dice que ni él mismo se fía de las estadísticas oficiales); se elabora con ellos un índice compuesto (es decir, un índice que es la resultante de esos tres indicadores) y se compara con la evolución del PIB oficial del país en el pasado lejano y reciente. Y se descubre que, si bien hasta hace tres años la trayectoria era muy parecida, desde 2012 los indicadores se separan de manera muy llamativa, y mientras uno (el oficial) se encamina al 7%, el otro baja hasta esa cifra del 3,1%. Para quien tenga curiosidad por saber cuáles son esos indicadores preferentes del premier chino, son los siguientes: producción industrial (y, en particular, consumo de electricidad), tonelaje transportado por los trenes de mercancías y volumen de préstamos concedidos por los bancos.
La caída de la actividad
En el gráfico superior se puede observar que no es reciente, que la tasa de crecimiento del PIB chino inició su descenso en el tercer trimestre del año 2007, cuando crecía al 14,8%. Poca gente se tomó en serio esa caída de la actividad entonces , puesto que parecía natural que una economía no pudiera mantener una tasa de dos dígitos en su crecimiento de manera indefinida. Ese argumento, sin embargo, ocultaba una realidad: la economía china estaba anticipándose a la recesión que se iniciaría en diciembre de ese mismo año en EE.UU. y algo más a la recesión global que desencadenaría esta.
Ese poder anticipatorio de la economía china se trasladó, al menos también por esa vez, a sus bolsas, a las que pocos analistas tomaban en serio en aquel momento: la Bolsa de Shanghái inició una caída tan vertical (ver gráfico inferior) que, aunque comenzó un mes más tarde que la de las bolsas de EEUU, llegó a su nivel más bajo cuatro meses antes que estas, perdiendo en el año que va de noviembre de 2007 a noviembre de 2008 un 72%. También muy pocos le dieron la importancia que se merecía.
La deuda total de la economía china creció de 7,4 billones de dólares en 2007 a 28,2 billones en 2014
De este modo, la economía china, que en el segundo trimestre de 2007 crecía casi al 15%, pasó a crecer a un ritmo inferior a la mitad de esa cifra (6,6% en el primer trimestre de 2009), provocando en las autoridades chinas el mismo ataque de pánico del que serían también presa los gobiernos occidentales.
Una caída del ritmo de crecimiento del PIB de esa magnitud significa una verdadera recesión (por mucho que en Occidente pueda parecer envidiable crecer al 6,6%) y la puesta en peligro de 100 millones de puestos de trabajo. Se comprende el pánico de las autoridades chinas y la huida hacia adelante que emprendieron.
En noviembre de 2008, cuando los responsables económicos de todo el mundo aún debatían en el G20 cuáles serían las mejores medidas para combatir la crisis, los dirigentes chinos ya habían aprobado un gran estímulo fiscal y monetario que dejaría en mantillas lo que hicieron los demás y que está en buena parte en el origen de los problemas actuales. Para principios de 2010 China ya crecía un 12,4%, pero esa cifra bajaba al 10,2% un año más tarde. En ese momento (segundo trimestre de 2011) se empezaba a notar el impacto de su menor crecimiento en la economía global: las materias primas iniciaban una caída de precios que llegaría a acumular una pérdida del 30% en agosto de 2015.
Como resultado de esa gran huida hacia adelante, la deuda total de la economía china (pública, de las empresas y de las familias) creció de 7,4 billones de dólares en 2007 a 28,2 billones en 2014, con lo que el país pasó de tener una economía relativamente poco endeudada (el equivalente al 158% de su PIB) a estar entre las que más deuda acumulan del mundo (282% del PIB).
Florecerán 100 burbujas
Esa gran burbuja crediticia sirvió para financiar otras tres burbujas especulativas que ahora parecen estar estallando todas a la vez:
1. La burbuja de inversión, ya que buena parte de ese endeudamiento se dirigió a financiar un verdadero despilfarro: infraestructuras innecesarias, aumentos de capacidad en industrias que ya tenían exceso de capacidad y las pintorescamente conocidas como ciudades fantasma.
2. La burbuja bursátil, que ha sido la más llamativa de todas por esa capacidad que tienen las bolsas de crear opinión (en el gráfico inferior se ven las dos burbujas de bolsa de la última década) y porque el Gobierno animó a los particulares a comprar acciones (lo que ha provocado que la decepción y el resentimiento hacia él hayan aumentado con la caída de las cotizaciones). Buena parte de la entrada en bolsa de los particulares se ha financiado además a crédito, lo que supone para muchos de ellos no solo unas pérdidas de mayor o menor entidad sino la ruina total (en una versión comparable a la de quien no puede pagar la hipoteca ni vendiendo la casa hipotecada porque el precio de la vivienda es inferior a la magnitud del préstamo): las acciones valen ahora menos que la deuda que tienen pendiente. Esta compra a crédito es, en términos relativos, más del triple de lo que es en EE.UU.
3.Y la burbuja inmobiliaria. La propia existencia de ciudades fantasma, junto con las subidas excesivas de precios en las zonas más desarrolladas, son indicios de los excesos cometidos en este terreno. En apariencia, esta burbuja pinchó a comienzos de 2014, y aunque las caídas de precios parecen haberse contenido recientemente, el gráfico intermedio ilustra bien la gravedad que podría alcanzar el parón en el sector inmobiliario por el exceso de inventario acumulado durante el auge de la construcción. La infografía refleja la manera en que durante 20 meses ha estado cayendo el gasto residencial chino y lo compara con la caída de ese gasto en EE.UU. (también durante sus primeros 20 meses) tras pinchar su propia burbuja inmobiliaria a finales de 2005.
Entre las muchas inversiones inútiles destacan las realizadas por los gobiernos regionales y locales, en buena parte financiadas mediante la recalificación de terrenos y la emisión de deuda a la que ahora no pueden hacer frente.
Como se ve, un proceso muy parecido al vivido en España durante los años del boom de la construcción, aunque con una clara ventaja para China: la gran capacidad de ahorro de su economía, lo que no era, ni es, el caso de España. Un ahorro que desde hace mucho conoce lo que es la “represión financiera” (conocida más recientemente en Occidente), ya que lo que pagan los bancos por los depósitos en China es irrisorio si se compara con el coste de los préstamos.
La burbuja bursátil ha sido la más llamativa por esa capacidad que tienen las bolsas de crear opinión
A todo esto hay que sumarle la existencia de un sinfín de trusts (la llamada banca en la sombra) poco capitalizados que han financiado proyectos de dudosa viabilidad y cuya eventual quiebra amenazaría con iniciar un efecto dominó del estilo al que provocaron los “vehículos de inversión especial” en la crisis de la banca de EE.UU. en 2008.
El 11 de agosto el Banco de la China Popular decidió devaluar el yuan, anunciando que lo hacía por una sola vez y que aceptaría el nivel al que lo fueran conduciendo las fuerzas del mercado. Pero al día siguiente lo devaluó de nuevo, con lo que la credibilidad del anuncio de “una sola vez” (que ya era escasa) desapareció por completo y se agudizó la salida de capitales de China —en realidad se inició antes porque las reservas chinas de divisas ya se habían reducido hasta julio en 340.000 millones de dólares; en agosto cayeron 94.000 millones más—. Las ventas en bolsa se recrudecieron sin que los 240.000 millones de dólares empleados por el sector público en intentar contener la caída de las cotizaciones hubieran servido para mucho. Casi otro tanto parece haberse gastado el banco central chino para contener la caída de la cotización del yuan dentro de los límites que había prefijado.
Todo esto ha compuesto un rompecabezas tan complicado que, a veces, da la sensación de que las autoridades chinas se están viendo superadas a pesar de gozar de las prerrogativas de un régimen autoritario que puede permitirse no solo restringir las ventas en bolsa de determinados inversores, o hacer que el sector público compre acciones cuando no hay otros compradores, sino que puede amenazar con la cárcel a quienes hagan “ventas maliciosas” ¡Como si los mercados no estuvieran en sí mismos cargados de malicia!
Perspectivas
A la hora de escrutar el futuro hay dos elementos de comparación: Japón y EE.UU. Como el Japón de los años 70 y 80 del siglo XX, China ha crecido a una velocidad vertiginosa y su exceso de ahorro le ha permitido “dominar el mundo”. Pero ese mismo exceso le ha llevado al despilfarro inversor y ya ha sonado la hora del rien ne va plus. La hora también ha sonado para su modelo económico, basado en que la contribución de la inversión al PIB anual alcanzara el 48%, cifra imposible de mantener en una economía desarrollada que normalmente debe basarse mucho más en el sector servicios que en el industrial. Y ahí está el verdadero escollo al que se enfrenta China: cambiar de modelo mientras repara los desperfectos provocados por los excesos del pasado.
La economía global se podría ver arrastrada por China y los demás países emergentes a una recesión
Todo ello en un clima de resistencia creciente en las filas del Partido Comunista a la lucha contra la corrupción y a una liberalización del sistema que debería culminar en la libertad de movimiento de capitales y la cotización libre del yuan en los mercados de divisas.
Parece también que China está viviendo ahora (con un retraso de siete años) el mismo impacto negativo que sufrió EE.UU. en 2007-2009 por causa de sus excesos crediticios. Estos, a su vez, los habían provocado las medidas contra la deflación tomadas en 2001, desde la bajada de los tipos de interés hasta la decisión política de intentar que todo el mundo pudiera tener una vivienda en propiedad. La consecuencia es bien conocida: la creación de una burbuja inmobiliaria. Por eso, parece que China tendrá que asumir políticas que en parte, como en EE.UU., supondrán una nueva huida hacia adelante y en parte un intento de corregir los excesos anteriores: un ritmo binario de “corrigiendo excesos/cometiendo excesos”.
Las complicaciones políticas que suele conllevar la debilidad económica pondrán a prueba en los próximos meses a un régimen que no está preparado (o no lo parece, al menos) para absorber y canalizar unas fuerzas sociales que emergerán naturalmente levantiscas. También será puesta a prueba la economía global, que se verá arrastrada probablemente por China y los demás países emergentes a una recesión. Quienes se beneficiaron del crecimiento y los excesos chinos (países, clases, castas o individuos) ya pueden ir preparándose para asumir también el correspondiente correctivo.