Aún queda espacio para el acuerdo
Los equipos negociadores de PSOE, Podemos y Ciudadanos buscan a contrarreloj un pacto que garantice la investidura y la gobernabilidad. Ahora que Iglesias se acerca a los socialistas, los impedimentos los ponen los de Rivera
El problema es que los de Pablo Iglesias y los de Albert Rivera todavía se repudian mutuamente, aunque ya han consentido sentarse en la misma mesa de negociación, y que las dos formaciones parecen querer ahora un gobierno de coalición con los socialistas, pero no un tripartito. Es decir, una coalición del PSOE con Podemos o una coalición del PSOE con Ciudadanos.
Con independientes
La cuestión se complica por el hecho de que, aunque Sánchez declara públicamente que está dispuesto a formar un gobierno compartido, los socialistas aspiran a conformar un gabinete monocolor, que encuentre la estabilidad en un pacto de legislatura apoyado por las otras dos formaciones políticas. Aunque para ello también podrían hacer algunas concesiones, un par de ministros independientes del agrado de los socios parlamentarios, por ejemplo. Pero no mucho más, porque el secretario general del PSOE tiene que someter su acuerdo a la aprobación del comité federal de su partido, en el que es difícil que los barones críticos transijan con que se traspasen las líneas rojas que le impusieron el 28 de diciembre. Un gobierno con Podemos, por ejemplo. Entre otras razones porque, aunque presente un pacto cerrado, la mayoría de esos disidentes sigue rechazando la posibilidad de que Sánchez gobierne “con solo 90 escaños” y sostienen que intenta ser presidente “para salvarse” precisamente de su hostigamiento y de su decisión de sustituirle al frente del partido.
Podemos y Ciudadanos quieren un gobierno de coalición, pero no tripartito, y Sánchez lo prefiere monocolor
Así que el equipo negociador del PSOE tiene ante sí la difícil tarea de cuadrar el círculo. De limar las diferencias entre Podemos y Ciudadanos y conseguir forjar una alianza sobre un programa de gobierno, basado en el alcanzado con el partido de Rivera pero ampliado o mejorado por las aportaciones del de Iglesias. O, quizás, ofrecer a Podemos los argumentos suficientes como para justificar ante sus bases —que tienen que ratificar la decisión— una abstención en la investidura de Sánchez. Podría ser un listado de prioridades a aplicar en los dos primeros meses de gobierno, por ejemplo. O lograr que el que se abstenga sea Ciudadanos. Porque ahora que los tres partidos sienten ya el vértigo de pactar o romper es cuando se pueden abrir otras posibles combinaciones para el acuerdo o acabar en fracaso porque ninguna les parece aceptable a los tres.
Los socialistas, que llevan semanas hablando con Podemos sin luz ni taquígrafos, creen que las posiciones de este partido han cambiado desde el 20-D, han eliminado líneas rojas como el referéndum para Cataluña, que ha quedado fuera de la negociación, y el veto a Ciudadanos. Las razones están, a su juicio, en hechos como que les han surgido divisiones internas, diferencias con sus confluencias y los sondeos vaticinan que tendrán peores resultados de repetirse las elecciones.
El problema es que a los de Rivera —que ha dado el beneplácito a los encuentros discretos de socialistas y podemitas— las encuestas les vuelven a mimar, como ya ocurrió antes de las elecciones de diciembre, hasta el punto de que aparecen en ellas como el único partido que crecería en una segunda vuelta. Así que ahora que el pacto con el PSOE “ha blanqueado su imagen y los ha centrado” —lo dicen dirigentes socialistas—, parecen tentados por la posibilidad de volver a las urnas y han subido su apuesta en la mesa de negociación.
Quien rompe paga
Parece también que son ahora los dirigentes de Ciudadanos los que están recibiendo presiones de los sectores políticos y económicos conservadores para que traten de evitar un gobierno de la izquierda. Pero no es fácil, porque su dilema está en que aparecer como el que rompe la negociación y fuerza unas nuevas elecciones implica el riesgo de ser penalizado en las urnas, digan lo digan ahora las encuestas.
Quedan tres semanas para que concluya el plazo que forzaría a la repetición de los comicios si antes no hay investidura. Pero el plazo con que cuentan los negociadores es menor. Fuentes del PSOE aseguran que el acuerdo tendría que estar cerrado el 15 de abril para que diera tiempo así a someterlo a consulta a los militantes, como se hizo antes de la primera sesión de investidura, reunir al comité federal, comunicarle al acuerdo al rey y convocar el pleno del Congreso. Ningún dirigente socialista, sin embargo, ha hablado públicamente aún de preguntar de nuevo a las bases, aunque tener la ratificación de los militantes podría ser la manera en que Sánchez tratara de imponerse a los dirigentes territoriales.
Quien sí se ha comprometido a consultar a sus bases es Podemos.
La fecha del 15 de abril es excesivamente optimista. Aunque en España no hay mucha experiencia en este tipo de negociaciones, lo normal es que los tres partidos apuren el plazo, es decir, que el acuerdo, si se produce, no se cierre antes del 23 de abril, para así tener ese fin de semana para dar cuenta a sus partidos y la semana siguiente para comunicarle al jefe del Estado que hay votos suficientes para la investidura y convocar el pleno.
Peleas en el PP
Mientras todo esto se desarrolla, el PP permanece como un invitado de piedra, fuera del foco político y a la espera de que Sánchez fracase para ver si los sondeos aciertan y en unas nuevas elecciones la suma del PP con Ciudadanos es suficiente para seguir en el gobierno. Porque aunque la negociación fuera fallida no le dejaría margen para intentar ninguna maniobra de cara a intentar su investidura antes del 2 mayo.
Los socialistas llevan varias semanas hablando con los dirigentes podemitas sin luz ni taquígrafos
Crecen, entre tanto, el malestar interno y las críticas a la parálisis política del presidente del partido y del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, que vienen de lejos pero que ahora se agudizan ante la evidencia de que han quedado fuera de todo protagonismo poselectoral y sin posibilidad alguna de intentar mantenerse en el poder salvo que mejoren sus resultados de producirse una segunda vuelta electoral. Y han aparecido también, aunque públicamente lo niegan, las primeras peleas entre Moncloa —la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría— y los jóvenes incorporados a la dirección del partido tras el batacazo de las municipales y autonómicas de mayo de 2015, Pablo Casado, Javier Maroto, Andrea Levy, que no esconden su malestar con la situación del partido, por cómo se ha manejado la crisis de la corrupción en Valencia y se ha protegido a la exalcaldesa Rita Barberá. Esos dirigentes querrían introducir en el PP actitudes distintas y un cambio en el liderazgo que les acerque a las nuevas formas de hacer política.