Adular al telespectador
Las series televisivas se han convertido en un fenómeno que, de acuerdo con una opinión cada vez más generalizada, estaría albergando la renovación del discurso cinematográfico. Puede que sea efectivamente así, siempre y cuando se admita que la renovación no es por sí misma un signo de calidad en ningún ámbito, tampoco en el de la ficción cinematográfica. Que las series han conquistado unas audiencias antes solo imaginables para las superproducciones de los grandes estudios es un dato innegable. Lo que ensombrece en algún punto el panorama es que, a diferencia de aquellas películas masivamente promocionadas, las series buscan asegurarse el éxito explotando metódicamente las posibilidades de adaptar, capítulo a capítulo, los argumentos a las demandas del público. No es seguro, entonces, que la aceptación de las series se deba a que el público admire en ellas ningún valor artístico; en realidad, son las series las que, adaptándose a las previas preferencias del público, hacen pasar por valor artístico lo que es solo un lucrativo procedimiento para captar audiencias y mantenerlas cautivas. Empobrecer la ficción cinematográfica, y, en definitiva, empobrecer el arte, es algo que en el pasado se propusieron los regímenes políticos que buscaban adoctrinar en cualquier sentido a los ciudadanos, conscientes de que de este modo abolían un espacio de libertad donde se podían fraguar miradas críticas. Se puede argumentar, sin duda, que cualquier paralelismo es exagerado desde el momento en que las series no persiguen adoctrinar a nadie, y a lo más que llegan es a hacer pasar como artístico todo producto que responda al viejo principio comercial de que el cliente siempre tiene razón. Pero es que este principio, así sea transformando al cliente en telespectador, es imbatible a la hora de hacer negocio pero devastador si se apodera del espacio público de una sociedad.
Las audiencias mandan ya en los medios de comunicación y en los programas electorales. Si ahora acaban mandando también en la ficción cinematográfica y en el arte, ¿dónde encontrarán los ciudadanos la mirada crítica que les permita advertir la propaganda que sojuzga detrás de la adulación que adormece?