100 años sin Henry James
Para conmemorar el aniversario de la muerte del escritor que se ganó el apodo de “el maestro” se reeditan sus relatos y novelas
No todo el mundo, sin embargo, simpatiza con los sacerdotes, y pocas cosas exasperan tanto como una liturgia a la que no se le ve sentido. Uno de los primeros en declarar a viva voz que la escritura de James, sobre todo en su periodo tardío, representaba menos de lo que decía, o de lo que se atisbaba que quería decir, fue H. G. Wells, un viejo amigo que se cansó de que el maestro le diera lecciones por carta. Es conocida la frase de Wells que describe la típica novela jamesiana como “una iglesia iluminada, pero sin feligreses que nos distraigan, con todas las luces y las líneas enfocadas en el altar”; y aún más demoledor es el no tan citado remate: “En el altar, colocado con suma reverencia, intensamente presente, hay un gatito muerto, una cáscara de huevo, un cordel”. Dicho de otro modo, James levanta enormes construcciones en torno a trivialidades que no las merecen. Y si así son las obras en su conjunto, mejor no hablar del estilo. El privilegio de pulverizarlo de manera memorable le tocó a la compañera sentimental de Wells, Rebecca West, que tras la muerte de James caracterizó una oración suya como “una criatura delicada envuelta en cláusulas subordinadas igual que un inválido envuelto en chales”.
Un escritor panorámico
¿Cómo puede uno recuperarse de semejante diagnóstico? Una respuesta posible es: con una inyección de modernismo. La reivindicación más sonada llegó con T. S. Eliot y Ezra Pound, que vieron en la prosa jamesiana, como en la de Flaubert, un modelo para la poesía. Pero Pound, curiosamente, hizo más que deleitarse con el tegumento verbal: en su opinión, James se oponían al “arte rebuscado y refinado” gracias a “los grandes conflictos” que retrataba. El novelista le parecía incluso una especie de pedagogo, que explicaba Estados Unidos a los europeos y Europa a los estadounidenses, mediante un impresionante “trabajo de traducción” capaz de “trascender fronteras”. James como avivador de conciencias es algo que cuesta imaginar, pero una generación después se encuentra la exégesis de su obra en clave socio-histórica, con la atención dirigida a sus logros como testigo privilegiado de una época. Y en los años 40 y 50, los estudios de F. O. Matthiessen sobre James y su familia, así como la gran biografía de Leon Edel, conectaron la obra con una mítica experiencia estadounidense. Este era un James mucho más vasto que el criticado por Wells. Era un escritor panorámico al que podían tomar de modelo autores tan diversos como el joven Philip Roth (en Deudas y dolores) o John Updike en sus sucesivos retratos de Estados Unidos.
T. S. Eliot y Ezra Pound vieron en la prosa de James, como en la de Flaubert, un modelo para la poesía
En el mundo de habla hispana, mientras tanto, la figura del maestro ha sido mucho menos disputada, pero también menos prominente. Es cierto que no faltan escritores influidos por él: José Bianco, Sergio Pitol, Luis Magrinyà, Álvaro Pombo vienen al caso (los tres primeros lo tradujeron). Y unos cuantos más se declaran entusiastas de su obra. Nada como el entusiasmo explica que, hace unos años, Andrés Barba, Javier Montes, Vicente Molina Foix, Juan Villoro, Margo Glantz y Soledad Puértolas cometieran la hermosa locura de plasmar, en un mancomunado libro de cuentos, algunas ideas que habían quedado latentes en los cuadernos del maestro. Pero lo cierto es que James nunca ha causado en la literatura de habla hispana el tipo de impacto que sacude una tradición y crea una nueva. Sus dimes y diretes morales, sus expansivas investigaciones sobre dudas y escrúpulos, tienen poco que ver con, digamos, la novelística de Goytisolo, García Márquez, Vargas Llosa o Bolaño. Las cumbres de la novela hispanoamericana registran más bien la influencia torrencial de Faulkner, no el hilado ultrafino de James. Y hasta los jamesianos puros reivindican con más frecuencia los cuentos que las novelas, como secundando la característica opinión al respecto de Borges.
Justo es decir que, a lo largo de los años, la industria editorial ha hecho un esfuerzo notable por traducir las novelas, lo que no ha de ser muy rentable. Y, de unos meses a esta parte, ha habido reediciones de las novelas Retrato de una dama, Las bostonianas y Los embajadores, así como una nueva y ejemplar traducción de Las alas de la paloma, una de las novelas “difíciles”, a cargo de Miguel Temprano García. Pero la efeméride del centenario ha sacado a relucir sobre todo los relatos. La salvedad es que para el autor una ficción breve no era lo mismo que para nosotros. Cuando James quería escribir, en sus palabras, “à la Maupassant” —una pieza concisa y de pronta resolución—, solía despacharse durante 35 o 40 páginas. La mayoría de sus cuentos frisa las 50 o 60. Y tampoco era raro que ideas sencillas se le alargaran hasta conformar novelas medianas (La fuente sagrada es una de ellas). Dada esa hipertrofia narrativa, muchos de sus relatos son en realidad lo que hoy llamaríamos nouvelles, y bien pueden publicarse por separado.
Nuevas traducciones
Las editoriales independientes Alba y Libros del Asteroide han aprovechado esa propensión para editar dos de los clásicos en volúmenes independientes. No hay nada que criticar en ello. Y quienes aprecien la materialidad de la lectura lo agradecerán. Sentarse con Los papeles de Aspern o La vuelta del torno y acabarlos en una tarde es una experiencia mucho más gratificante que fatigar durante días una antología de 600 páginas como las que ha publicado Penguin Clásicos recientemente. A diferencia de Penguin, además, ambas editoriales han encargado traducciones nuevas para sus publicaciones, sin apelar a los fondos históricos. Aunque suene obvio, es importante que James se siga traduciendo, no solo reimprimiendo.
En este sentido, Catalina Martínez Muñoz ha conseguido una impecable nueva versión de Los papeles de Aspern, esa historia inspirada en Byron y Claire Clairmont sobre un biógrafo que llega a Venecia en busca de un botín literario, ofrecido a cambio de lo que no puede dar. He aquí un ejemplo, una oración del capítulo 5: “La gran basílica, con sus pináculos y sus cúpulas bajas, sus enigmáticos mosaicos y esculturas, presentaba un aspecto fantasmagórico en la oscuridad atenuada, y la brisa del mar pasaba entre las columnas gemelas de la Piazetta, las jambas de una puerta hoy desprotegida, como si ahí se meciera una suntuosa cortina”. Del original no solo se ha trasladado el sentido, sino además un ritmo y un tono: se nota la destreza con los adjetivos, que se anteponen y se posponen alternadamente, para crear una prosa elevada pero natural. Exactamente como en James.
El caso de La vuelta del torno, una versión firmada por Alejandra Devoto, Jackie DeMartino y Carlos Manzano, es más complejo, antes aún de entrar en el cambio de título, que hasta ahora era Otra vuelta de tuerca. No sé cómo se hace para traducir a seis manos, sobre todo tratándose de una obra que depende tanto del tono, pero aquí se ha hecho bien. La editorial exagera, sin embargo, al decir que “por fin” tenemos una “traducción a la altura del original”, como si las anteriores quedaran por debajo. Lo cierto es que hay muchas buenas versiones del libro, empezando por la clásica de José Bianco, que quizá se ha quedado un poco en el tiempo, pero conserva su precisión y elegancia. La del autor mexicano Sergio Pitol es impecable. Y también una versión más reciente como la de Antonio J. Desmonts Gutiérrez (Penguin, 2015) se lee muy fluidamente, sin los chirridos léxicos que notamos en traducciones con más años.
Pero la traducción de El Asteroide aspira a más que legibilidad, y en un sentido no está a la altura de sus ambiciones. El reto, dicen las notas de prensa, era “lograr un texto que pareciera escrito en español y, por tanto, concebir el estilo que habría tenido la obra […] si hubiera sido concebida en este idioma”. Lo cual es exactamente el mismo reto que el de cualquier otro traductor, aunque al parecer sin la conciencia de que eso es lógicamente imposible. Tampoco parece una buena idea cambiar el título en pos de la “connotación sexual reprimida” del inglés. Metáforas fálicas aparte, Otra vuelta de tuerca, como La metamorfosis o Por el camino de Swann, es una de esas frases que, aun sin ser del todo fieles a los originales, han pasado a la historia de la lengua española. ¿No es tarde para hacer borrón y cuenta nueva? De manera más problemática, se trata de una serie de palabras que se dicen tal cual en el cuento mismo, cuando el narrador se dispone a contar una historia de fantasmas con niños. En versión de Bianco: “Si el niño aumenta la emoción de la historia, da otra vuelta de tuerca al efecto, ¿qué dirían ustedes de dos niños?”. La nueva: “Si el niño da al efecto otra vuelta de torno, ¿qué os parecería si fueran dos niños?”. Más allá del número de niños, a ningún efecto se le ha dado nunca una vuelta de torno.
Historias de fantasmas
Otra vuelta de tuerca (lo siento) es una de las grandes historias de fantasmas de James, en la que la aparición es horripilante porque acaso es imaginaria; a su modo Los papeles de Aspern también contiene espectros, pues el pasado y sus secretos acosan la realidad sensible de los personajes. Esas presencias difusas, no necesariamente sobrenaturales pero tampoco materiales, se repiten con frecuencia en la obra de James. La estupenda antología Fantasmas reúne casi todos los cuentos donde las encontramos, desde el primer relato sobrenatural del autor, publicado en Estados Unidos en 1868, hasta el último, publicado en Inglaterra en 1908. En el océano y los 40 años que los separan cabe una autobiografía en clave fantástica: así, “La leyenda de ciertas ropas antiguas” se centra en una comunidad puritana de Nueva Inglaterra, donde el joven James vivía por entonces, mientras que “El rincón de la dicha” es una alegoría sobre la identidad, acerca de un estadounidense expatriado en Inglaterra que sale en busca de su propio espectro, el de la vida que hubiera podido llevar de quedarse en su lugar de origen. Destacan también “La bestia en la jungla”, una historia de amor perfectamente calibrada, o “Nona Vicent”, un relato especialmente interesante por su relación con los escenarios londinenses, en los que James intentaba abrirse paso, pero acabaría enfrentando el fantasma del fracaso.
La vasta obra de este escritor multifacético sigue siendo una especie de continente, con zonas de oscuridad
La edición actual, que se desprende de la que puso a punto el omnisciente Leon Edel en 1971, es una maravilla de erudición, con un prólogo biográfico e introducciones detalladas a cada cuento. Pero lo cierto es que la línea editorial de Penguin podría mejorar bastante, o planear un poco más sus antologías. Fantasmas se solapa parcialmente con la de Relatos que seleccionó Luis Magrinyà, y para evitar duplicidades se han suprimido seis de los cuentos que figuraban en la edición original de Edel. La falta se subsana comprando los dos volúmenes —y es una inversión que nadie lamentará, porque los textos de ambos son un placer de principio a fin—, pero aun así se desmonta el mecanismo que tanta resonancia daba al original de Stories of the Supernatural. Y se producen también inconsistencias: en el prólogo, Edel dedica varios párrafos a historias que no están, mientras que en la progresión cronológica de Fantasmas quedan huecos entre 1892 y 1899. Sin los relatos, no mucho podría hacerse por lo segundo, pero lo primero podría haberse subsanado encargando un prólogo nuevo, que contemplase las particularidades de la edición.
Una opción habría sido encargárselo a Vicente Molina Foix, quizá el máximo entusiasta español de James, y con seguridad el único que ha leído las cinco mil páginas de sus relatos completos. En una nota escrita a propósito de After James, Molina Foix estimaba que de esa masa textual “se han traducido al español o siguen vigentes a lo sumo un 20 por ciento”. También afirmaba que las “obras maestras poco o nada conocidas son muy numerosas en ese conjunto”. El cálculo demuestra, si hacía falta, que queda mucho por hacer ante el maestro. A 100 años de su muerte, cuando se cree tener todo el conocimiento al alcance de los dedos, la vasta obra de este escritor multifacético sigue siendo una especie de continente, con zonas de oscuridad y descubrimientos pendientes. Vale la pena seguir explorándola.
Las reediciones de Henry James
Henry James
Traducción de Catalina Martínez Muñoz
Alba, Barcelona,
2016, 168 págs.
Henry James
Traducción de Carlos Manzano,
Jackie DeMartino,
Alejandra Devoto
Libros del Asteroide,
Barcelona, 2016,
184 págs.
Henry James
Edición de Leon Edel
Varios traductores
Penguin Clásicos,
Barcelona, 2016,
624 págs.
Henry James
Edición de Luis Magrinyà
Varios traductores
Penguin Clásicos,
Barcelona, 2015,
704 págs.