Zaha Hadid, mujer extraordinaria, gran arquitecta, ganadora en 2004 del premio Pritzker —máximo galardón a la trayectoria de un arquitecto— ha fallecido en Miami con apenas 65 años, edad clave de madurez en las biografías creativas de quienes se empeñan en llevar su arquitectura a nuevos límites. Nacida en Bagdad, formada en Londres, deja una densa trayectoria de obra realizada y un repertorio de proyectos pendientes de llegar a ser. Su reconocimiento internacional tardó en llegar y lo alcanzó desde una inquebrantable seguridad en su manera de hacer arquitectura, con una tenacidad sin concesiones.
Su formación en la
Architectural Association School of Architecture (1972 y 1977) se produjo en un periodo en el que convergió en esa institución un nutrido grupo de alumnos y profesores que habría de ser clave en el desarrollo de la arquitectura contemporánea. Tal vez por esos contactos y sin duda por su propio talento fue uno de los siete arquitectos cuyas propuestas fueron presentadas en la mítica exposición sobre el
Deconstructivismo, organizada por el Museo de Arte Moderno de Nueva York –MOMA- en 1988. No estaba en mala compañía, todos ellos llegaron a mucho, tres han recibido el Pritzker (Gehry y Koolhaas además de Hadid). En las tres apretadas salas de aquella exposición figuraba un proyecto no construido de Hadid, ganador de un concurso para el Peak Club de Hong Kong en 1983. En realidad no era un proyecto, eran dibujos en los que una amalgama de afiladas formas se apoyaba, casi flotando, sobre las crestas oscuras de un abstracto paisaje oscuro de aristas montañosas. Difícil de leer, apuntaba a un camino inédito y nada transitado de sugerencias y búsqueda formal.
Cinco años después completó su primera obra: una estación de bomberos en el ya entonces enorme complejo cerca de Basilea en el que Vitra, firma internacional fabricante de muebles de diseño, colecciona obras de arquitectos de prestigio. Pese a su tamaño, relativamente pequeño, aquella obra fue clave, demostraba que la sutilidad inmaterial de los dibujos se podía traducir en materia construida.
Después y a ritmo creciente vinieron muchas, mayores, por doquier y a todas las escalas: del diseño de lo menudo al proyecto de lo enorme, pasando por proyectos de tamaños intermedios. Teatros, pequeños y grandes museos, complejos residenciales, propuestas de ordenación o formación de fragmentos de ciudad... Su página web habla de 950. Lejos quedaba la ocasión en que en una conferencia en la Escuela de Arquitectura de Madrid a principios de los 90 mostraba imágenes de investigaciones formales en las que, con ligeros cortes en una pequeña cartulina plana, podía generar curvaturas espaciales.
Más allá del momento deconstructivista, su obra se vio inmersa en la onda expansiva de la arquitectura espectáculo de los años del gran boom económico y del desmedido afán con que empresas e instituciones querían reforzar su imagen, asociándola a edificios formalmente únicos y notorios. En ese empeño, los proyectos de Hadid ahondaron en el recurso a formas dinámicas en las que la arista, la curva, la continuidad o la colisión entre prismas o continuidades afines buscan la expresión del objeto arquitectónico singular. Véanse el abrupto M
useo MAXXI en Roma, el deslizante híper proyecto, que no se realizará, para el Estadio Nacional de Fútbol en Tokio, los ondulantes complejos residenciales y comerciales
Beko en Belgrado o
Galaxy Soho de Peking, el sinuoso interior de la
tienda de Roca, o los diseños de calzado para Nova o
Adidas.
Con aciertos indudables y con proyectos fallidos, en el mundo de alardes de los arquitectos estrella, dominado por nombres y conceptos occidentales, la obra de Hadid marcó un estilo propio y nada fácil de formas y texturas que muchos quieren, desde un inconsciente o no tan inconsciente machismo, leer como femenino, cuando realmente su condición de mujer seguramente fue un obstáculo a vencer.
Por la difícil justificación y aparente capricho de su repertorio formal, por su desentenderse de la lógica estructural, por su desmesura, por distintas razones, muchas escuelas de arquitectura consideran que su arquitectura queda fuera de la ortodoxia contemporánea y eluden analizarla o incluso mostrarla entre sus referencias modélicas. Pero para ella y para muchos —especialmente para los que están lejos del referente europeo y occidental— sus obras dejan el mensaje de otro modo de hacer.