Un viaje onírico por la física moderna
Christophe Galfard se revela como un gran divulgador capaz de hacer accesible el mundo cuántico y el relativismo
En el tan a menudo maltratado género de la divulgación científica, un libro cuyo autor es presentado como “el discípulo más brillante de Stephen Hawking” apesta de entrada a producto comercial prefabricado, pensado no tanto para comunicar algo interesante y profundo como para atraer la atención (y el dinero) de un público cuanto más amplio mejor. Como antes Einstein, Hawking se ha convertido en un icono del científico como casta separada del común de los mortales, cuya genialidad se mide por lo inaccesible de su trabajo. Casi todo el mundo conoce a un físico llamado Stephen Hawking que destaca por estar incapacitado para moverse hasta el punto de tener que comunicarse mediante un sintetizador de voz, pero casi nadie tiene un conocimiento siquiera borroso de su auténtica contribución al progreso de la física. El nombre de Hawking, como el de Einstein, se ha utilizado a menudo como reclamo publicitario de la divulgación científica más “amarilla”, de ahí mis suspicacias iniciales.
La concepción y organización de El universo en tu mano viene a corroborar esta primera impresión: un montón de capítulos (44, sin contar el epílogo) distribuidos en siete partes, todos muy cortos, como bocaditos de física limpios de espinas matemáticas y con un rebozado a base de metáfora para hacerlos apetecibles incluso para quienes aborrecen el pescado congelado. Siguiendo el planteamiento de la inolvidable serie Cosmos, el autor, Christophe Galfard (París, 1976), nos invita a un viaje imaginario por el cosmos a todas las escalas, desde la inmensidad del universo visible hasta el dominio inconcebiblemente pequeño de la teoría de cuerdas.
Efectista y efectivo
A pesar de no contener ninguna ilustración (salvo una pequeña imagen de Einstein desternillándose de risa, que no viene demasiado a cuento), el libro es muy visual, hasta el punto de que, sobre todo en su primera mitad, uno tiene la impresión de estar leyendo el guion de un documental del canal Discovery. Solo que, por mucho que la promoción editorial lo compare con Carl Sagan y Douglas Adams, Galfard no está a la altura de estos dos grandes, ni mucho menos. Le faltan tanto la poesía y la inspiración del primero como la agudeza y la ironía del segundo. Más bien, uno parece estar escuchando a un profesor de física de secundaria un tanto histriónico y con tendencia a aderezar su explicación con humoradas de dudosa gracia para mantener despiertos a sus alumnos. Siempre se dirige al lector hablándole de tú, con un tono informal, incluso vulgar en ocasiones (quizá por una interpretación demasiado literal de la idea de que la función del divulgador es “vulgarizar” la ciencia).
El libro resulta tan entretenido como una antología de cuentos cortos de ciencia ficción de serie B
Claro que pedirle a un escritor científico que esté a la altura de Sagan o Adams seguramente es pedir demasiado. Para ser justos con Galfard, hay que decir que su narrativa, aunque efectista, también es efectiva, y su libro resulta tan entretenido y fácil de leer como una antología de cuentos cortos de ciencia ficción de serie B, lo cual tiene mucho mérito considerando la dificultad explicativa de los temas tratados. Puede que sus chistes sean mejorables, pero lo importante es que consigue hacerse entender sin resultar pesado, que es lo mínimo (sin ser poco) que se le puede exigir a un divulgador científico. A ello hay que sumar su honradez intelectual (una virtud tan inestimable como rara en el campo de la divulgación científica comercial), pues se cuida mucho de advertir al lector cuando se adentra en campos puramente especulativos.
Explicar lo inexpicable
Además, como esas canciones que, tras un comienzo un tanto dudoso, acaban atrapándole a uno, el libro va de menos a más, y mejora a medida que los temas tratados se complican y se alejan cada vez más del sentido común cotidiano, hasta acabar resultando apasionante, sobre todo en las últimas partes, cuando se introducen las distintas variantes de la hipótesis del “multiverso” (la alucinante idea de que nuestro universo no es más que uno entre una infinidad de universos posibles).
En contraste con el estilo impresionista de Sagan, el cuadro del cosmos que pinta Galfard es surrealista. No por la retorcida imaginación del autor, sino porque la realidad misma que describe la física moderna es surrealista. Galfard quizá no sea un gran escritor, pero es un excelente explicador, y sus analogías y metáforas cumplen su función didáctica con creces. Su exposición de las paradojas de la física relativista y del mundo cuántico es de las más claras, amenas y accesibles que uno puede leer. Digo “accesible” en vez de “inteligible” porque nadie entiende la física moderna (ni siquiera los físicos). Pero la exposición de Galfard es todo lo inteligible que puede ser un tratamiento de estos temas destinado a los no científicos, lo que convierte su libro en una lectura especialmente adecuada para despertar vocaciones científicas en los más jóvenes, y para que quienes se sientan intimidados por la ciencia se animen a introducirse en ese país de las maravillas, tan absurdo como fascinante, que es la física moderna. Es un producto comercial, sí, pero honrado y de buena factura.
Presentar a Christophe Galfard como el discípulo más brillante de Stephen Hawking sigue siendo una exageración publicitaria, desde luego, pero, después de leer El universo en tu mano, me atrevo a afirmar sin dudarlo que, al menos como divulgador científico, el discípulo ha superado al maestro.
Christophe Galfard
Traducción de Pablo Álvarez Ellacuria Blackie Books, Barcelona, 2016,
464 págs.