Un músico que llegó sin avisar
En su trabajo más reciente, Singing Saw, Kevin Morby se aleja de Nueva York para contar historias revestidas de fantasía
Llegó con su guitarra pero no con la intención de dedicarse a la música. No conocía más que a dos o tres personas en la ciudad y todas vivían en Brooklyn. Se instaló en un apartamento familiar del barrio de Williamsburg y pagaba el alquiler cuidando a los niños del matrimonio. Al mismo tiempo empezó a trabajar como repartidor de comida a domicilio y como camarero. Conoció a los chicos de Woods, una banda afincada en Brooklyn que empezaba entonces a despegar. Comenzaría a tocar el bajo con ellos. En Songs of Shame (2009) se incorporó oficialmente a la banda, con la que grabó tres álbumes más. Junto a Cassey Ramone, cantante y guitarrista de Vivian Girls, formó The Babies en 2009. Ambos veían una oportunidad de recuperar su lado más gamberro, del que sentían haberse alejado una vez sus respectivos grupos habían alcanzado cierta notoriedad. El proyecto de Morby y Ramone publicó dos álbumes de estudio y varias mixtapes.
En el disco está implícita la necesidad de vivir con la misma intensidad que en el pasado
En Bend Beyond (2012) fue la última vez que Morby ejerció como bajista de Woods. Había llegado entonces el momento de reunir el material acumulado y emprender su propio camino. Harlem River (2013), cuyo título hace referencia al estrecho que separa el distrito de Manhattan del Bronx, se grabó al poco tiempo de que Morby se mudara a Los Ángeles. El álbum, cocido a fuego lento y en solitario durante sus años en Nueva York, sirve como recuerdo de la ciudad que le enamoró con 18 años y de la que se fue alejando lentamente.
Con su segunda entrega, Still Life (2014), afinó su mirada contemplativa de la vida cotidiana, que en su caso tiene que ver con la carretera, los hoteles y los tránsitos en general. La influencia del Dylan de los primeros 70, como sucedía en Harlem River, permaneció latente.
En Singing Saw (2016), su último álbum, Kevin ha contado con la figura de un nuevo productor, Sam Jones, que sustituye a Rob Barbato. Jones, además de colaborar con artistas como Norah Jones o Dawn Landes, es el director musical de The Complete Last Waltz, una serie de conciertos que homenajean a la mítica grabación de The Band.
El título, Singing Saw, hace referencia a la dualidad de una herramienta como la sierra, que puede tener un propósito destructivo y efectos letales, pero es también un instrumento musical que potencia las atmósferas acogedoras. A lo largo del álbum se vislumbra una tensión similar en las canciones. Las letras, de raíces espirituales y vivenciales, se adentran en arenas movedizas y lidian con la parte más sórdida del día a día. Al mismo tiempo, la instrumentación es suave y preciosista, acompañada a menudo de unas voces góspel exquisitas, de aires atemporales.
A unos pocos kilómetros del centro de Los Ángeles se encuentra el barrio de Mount Washington, donde Morby reside actualmente. Su casa está rodeada de árboles y los alrededores ofrecen una vegetación variada. Después de mucho tiempo encadenando giras, Morby se tomó unos meses de descanso. Los anteriores inquilinos habían dejado un piano en el salón. El músico, no demasiado familiarizado con el instrumento, empezó a componer —por primera vez— al piano canciones como “Ferris Wheel” o “Destroyer”, que luego formarían parte de Singing Saw. En sus dos primeros discos Nueva York tenía una gran presencia, en este se observa la influencia de su nuevo hogar, ese lugar de recogimiento apartado de la ciudad.
“Cut Me Down” es una forma honesta de empezar el disco: anticipa lo que el oyente se va a encontrar después, historias revestidas de fantasía y alegorías que disimulan el componente autobiográfico. En este tema fruto de los paseos en los aledaños de su casa, hay pájaros y buitres que forman círculos en el cielo, también hay lágrimas de un hombre a punto de ser asesinado. “I Have Been on the Mountain” es una respuesta a la muerte del joven Eric Garner a manos de la policía de Nueva York. Con su ritmo galopante suena disgustada desde el principio. En “Singing Saw” vuelven los animales, coyotes en este caso, y la sierra desarrolla felizmente su función musical.
La necesidad de sentir la vida con la misma intensidad que en el pasado está implícita en el disco. Por ejemplo, en “Drunken On a Star” Morby reconoce la angustia ante su creciente indolencia y adormecimiento. Su voz, más definida de lo habitual, se embellece gracias a una instrumentación impecable que evoluciona suavemente, como un vaporoso oleaje.
“Dorothy”, el corte más terrenal, también contempla el pasado con nostalgia: esos lugares que visitó, esas canciones que cuando era niño descubrió y aquellas personas que conoció pero ya no volverán. El pop juguetón y guitarrero de “Dorothy”, ausente en el resto del álbum, se mueve entre los Wilco más recientes y el cancionero de M. Ward. El último corte de la colección es “Water”, que crece paulatinamente, a la vez que los coros van ganando presencia.
Kevin Morby tiene 28 años pero su pasado musical es abundante. Ha sido comparado con Bob Dylan o Leonard Cohen, cuya huella está en Singing Saw. Como la mayoría de los lanzamiento de 2016, este tampoco cambiará el transcurso de la historia. Pero Morby muestra en su mejor álbum hasta la fecha una capacidad singular para crear un universo propio y complejo a través de herramientas sencillas. En sus canciones, como sucede en las de músicos como Richmond Fontaine, Bill Callahan o Simon Joyner, la tristeza y la belleza comparten habitáculo.
Kevin Morby
Dead Oceans
Kevin Morby actúa el 24 de noviembre en el Café Berlín de Madrid dentro del ciclo American Autumn SON Estrella Galicia.