Testimonio del horror
Anise Postel-Vinay publica sus memorias como superviviente de los campos
Postel-Vinay escribió este libro breve y de apariencia leve al saber que los restos de dos de las amigas que hizo en el campo y a las que estuvo unida el resto de sus vidas iban a ser trasladados al Panteón. También sirvió como acicate el 70 aniversario de la Liberación, celebrado en 2015. Las dos amigas eran la etnóloga Germaine Tillion —Postel-Vinay colaboró con ella en las tareas de documentación para la redacción de Ravensbrück, que se publicó en la editorial suiza La Baconnière— y Geneviève de Gaulle-Anthonioz, sobrina del general De Gaulle y activista por los derechos humanos y contra la pobreza. Vuelve la vista atrás y cuenta con un estilo a veces naíf y despreocupado su vida: cuenta lo que cree que puede explicar cómo acabó en el campo. El relato cronológico recuerda en ocasiones al estupendo libro Y tú no regresaste (Salamandra, 2015), de Marceline Loridan-Ivens, aunque el testimonio de Postel-Vinay es menos estremecedor y menos ambicioso en lo literario.
Aparecen la camaradería y la solidaridad entre las deportadas, “una fraternidad europea”
Además del “horror añadido al horror”, como define Auschwitz y, por extensión, los campos, y los terribles experimentos del profesor Gebhardt, la muerte y la desolación, aparecen el amor, la camaradería, la ternura y la solidaridad entre las mujeres del campo, donde cree que se empezó “a forjar Europa incluso antes de que se hablara de ella” gracias a “algo parecido a una fraternidad europea” entre las prisioneras. Hay hasta pequeños detalles de humor: la familia del que sería su marido y la suya se conocieron cuando los dos estaban detenidos y decidieron que harían una pareja perfecta: “¿Quién se iba a imaginar que de verdad acabaríamos casándonos después de la Liberación?”. También está el dolor por la muerte de su hermana, el paso por Suecia tras la Liberación y las violaciones de mujeres a manos de los soldados rusos que liberaban en los campos.
Recuerda la importancia que le daban ya en el campo a contar lo que estaba sucediendo allí y el penúltimo capítulo del libro se titula “La urgencia de escribir y dar testimonio” después de la Liberación. Sin embargo, nadie quería escuchar lo que tenían que decir. El proceso de Ravensbrück apenas contó con la presencia de dos o tres periodistas. “Aquello no le interesaba a nadie, ni en Alemania ni en Francia.” Cree encontrar una explicación a eso: “Me da la sensación de que el mal alcanzó tal grado de existencia durante los años de guerra que a aquellos que no lo vivieron les resulta difícil creerlo, o incluso enfrentarse a ello”. Por eso es necesario su testimonio.
Anise Postel-Vinay
Traducción de Laura Naranjo Gutiérrez, Errata Naturae,
Madrid, 2016,
106 págs.