21/11/2024
Literatura

Svetlana Alexiévich. Viaje a los escombros de la historia

La ganadora del Nobel de Literatura de este año es una escritora de no ficción que da voz a los que no la tienen

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Svetlana Alexiévich. Viaje a los escombros de la historia
Arno Burgi / afp / Getty Images

Svetlana Alexiévich (Ucrania, 1948), ganadora del Nobel de Literatura 2015, creció en un pueblo de Bielorrusia escuchando las historias de las mujeres de su entorno, mujeres de la posguerra. Su madre, sus abuelas y sus vecinas le contaban relatos capaces de cautivarla, historias que no aparecían en los libros. Cuando se hizo mayor, decidió estudiar periodismo en la Universidad de Minsk, quién sabe si llevada por un atávico anhelo de contar las historias de sus antepasados que no habían sido escritas hasta entonces. Un día aquella joven que fue Alexiévich decidió dejar el periódico en el que trabajaba y lanzarse a las calles con un cuaderno y un magnetófono a grabar a todas aquellas mujeres que habían combatido en el frente soviético durante la Segunda Guerra Mundial. “Las historias que me contaban me fascinaban. Tenía sus voces en mi cabeza como un coro y quería escribirlas de verda.” De esa búsqueda nació La guerra no tiene rostro de mujer, que publicará Debate el próximo noviembre, y ahí comenzó todo. 

La memoria como respuesta

En Voces de Chernóbil. Crónica del futuro (Debolsillo, 2015), su único libro traducido al español hasta el momento, Svetlana Alexiévich escribe: “Me dedico a lo que he denominado la historia omitida, las huellas imperceptibles de nuestro paso por la tierra y por el tiempo. Escribo y recojo la cotidianidad de los sentimientos, los pensamientos y las palabras. Intento captar la vida cotidiana del alma. La vida de ordinario en unas gentes corrientes”. 

Después de enfrentarse a este libro, el lector, al igual que uno de los testigos de la catástrofe, podría preguntarse para qué recuerda la gente. ¿Para establecer la verdad? ¿La justicia? ¿Para liberarse y olvidar? Si los recuerdos son algo frágil y efímero, ¿merece la pena recordar? Para Alexiévich la memoria es la única respuesta posible ante las injusticias de la historia: “He lidiado con la historia de este país durante 35 años y desde mi punto de vista es el deber de un escritor escribir libros como este. Si no entendemos qué es lo que fue mal, nunca podremos liberarnos de nuestro pasado”.

Algunos críticos, según explica a AHORA Miguel Aguilar, editor de Debate, han coincidido en llamar a sus libros “novelas de voces o novelas polifónicas de no ficción”. Pero ella tiene su propia definición: “He estado buscando el género literario más adecuado que mostrara mi visión del mundo: cómo están hechos mis oídos y mi vista. Lo he intentado y finalmente he elegido un género donde las voces humanas hablan por sí mismas. La gente de verdad es la que habla en mis libros sobre los grandes eventos de nuestra era como la guerra, el desastre de Chernóbil y la caída del imperio soviético. Todos juntos reflejan oralmente la historia del país, su historia común, mientras que, individualmente, cada persona pone en palabras la historia de su propia vida”. 

Para Alexiévich, la memoria es la única respuesta posible ante las injusticias del pasado

¿Cómo narrar la verdad de lo ocurrido? Para la escritora hay regiones de la historia que no están en los libros, lugares accesibles únicamente desde la memoria de los hombres. La memoria del sufrimiento se convierte en conocimiento de la historia: “La gente es mi esperanza. Si no creyese en la gente, no descendería hasta el horror”.

Escribe Joan Didion que después de un desastre repentino siempre nos fijamos en lo insignificantes que eran las circunstancias en las que ha tenido lugar lo impensable, en el cielo desde el que ha caído un avión o en los columpios donde jugaban los niños. 

Muchos de los supervivientes del desastre nuclear de Chernóbil coinciden en la intensidad del azul del cielo la mañana del 26 de abril de 1986. Y también en la ausencia de un sonido familiar en sus jardines: las abejas habían dejado de zumbar. 

Testimonios de la catástrofe

Voces de Chernóbil cuenta la tragedia humana que supuso Chernóbil desde el punto de vista de las víctimas. Guiada por las confesiones y testimonios de cientos de personas, Svetlana Alexiévich estructura el libro en torno a más de 40 monólogos y coros. Como si de una tragedia clásica se tratase, todos tienen la ocasión de contar cómo lo vivieron. Más de 70 pueblos de Bielorrusia han permanecido enterrados y cubiertos por arena y cemento durante casi 30 años —y los que quedan—. En el libro, Alexiévich traza un mapa para que podamos localizar cada una de las voces que han quedado, al igual que las casas, sepultadas bajo tierra para siempre. 

“Me dedico a la historia omitida, las huellas imperceptibles de nuestro paso por la tierra y por el tiempo”

Es un libro acerca del misterio que impregnó todo después del desastre: se había alcanzado lo nunca visto, un monstruo, una guerra sin estallidos, una nube invisible que lo envolvía todo de muerte. Entre la madrugada del viernes y el martes siguiente se produjo una pausa donde, según cuenta Alexiévich, casi todo siguió igual: las mujeres salían al mercado, los niños corrían con sus bicicletas, pero los hombres contemplaban cómo las calles se iban llenando de carros militares. En las altas esferas se tomaban decisiones secretas sobre sus destinos. La escritora traza el camino para hacernos llegar un mensaje desde el pasado: “No hemos comprendido todo lo que hemos visto, pero que queden nuestras palabras”.  Uno de los testimonios más estremecedores sobre la catástrofe es el del bombero Vasili Ignatenko. Pocas horas antes del amanecer, aquella misma madrugada, Vasili recibió una llamada de alarma en la residencia de bomberos. Había un incendio en la central. Cuenta Liudmila que desde la ventana se veían las llamas, el cielo entero estaba iluminado y las calles comenzaban a cubrirse de hollín. Desde lejos se veía cómo ardía el techo de la central, cubierto de alquitrán, sobre el que los bomberos andaban para apagar el fuego sin trajes de protección. 

Nadie les advirtió de lo que estaba ocurriendo. “No sé de qué hablar”, dice Liudmila, “¿De la muerte o del amor? ¿O es lo mismo? ¿De qué?”. Catorce días después, su marido moría en el hospital a causa de la radiación recibida aquella madrugada en Chernóbil y ella, poco después, daba a luz a una niña muerta que llevaba en el vientre la noche del accidente. Y concluye: “Esta gente se está muriendo, pero nadie les ha preguntado de verdad sobre lo sucedido. Sobre lo que hemos padecido. Lo que hemos visto. La gente no quiere oír hablar de la muerte. De los horrores. Pero yo le he hablado de amor… De cómo he amado”. 

El poder del detalle

En sus libros, Alexiévich pone atención al poder del detalle, a la fuerza de la anécdota, a la lucha de los hombres por elegir entre la destrucción o el amor para desmontar la historia oficial y, sobre todo, la historia del socialismo: “Compongo mis libros a través de miles de voces, destinos, fragmentos de nuestra vida y ser. Me lleva tres años escribir cada uno. Grabo entrevistas con entre 500 y 700 personas para cada libro. Mis crónicas abarcan varias generaciones. Empiezan con las memorias de los testigos de la revolución de 1917 y siguen a través de las guerras y de los gulags estalinistas hasta el presente. Representan la historia del alma soviética”. 

En los tiempos en que el periodismo está protagonizado por los periodistas, Alexiévich es una testigo fiel y silenciosa que da voz a los que no la tienen. “Lloran bastante”, confiesa. “Gritan. Cuando me he ido, toman pastillas para el corazón, llaman al médico. Y sin embargo me ruegan: ‘Ven de nuevo. Ven sin falta. Hemos guardado silencio durante cuarenta años’.” 

Cuando le preguntan a Svetlana Alexiévich, que ha vivido en un exilio intermitentemente en diferentes países de Europa, por qué vuelve a Bielorrusia —donde es censurada por los medios de comunicación del régimen de Alexander Lukashenko—, responde que “nunca he querido dejar mi hogar para siempre. Los libros que he escrito solo puedo escribirlos en casa, donde estoy al tanto de lo que está sucediendo a mi alrededor, donde puedo oír de lo que está hablando la gente en las calles, en los cafés. Siempre estoy escuchando. Si no escuchara sus voces, no podría escribir mis libros. Así que irme para siempre nunca ha sido una opción”. 

Si los testigos son la puerta hacia los hechos históricos, la literatura es la llave que consigue vencer una distancia infranqueable entre quienes vivimos hoy y las víctimas silenciadas. Así se crea un diálogo. Los muertos estarán menos muertos si se les recuerda. “Yo quiero contar la historia de manera que no se pierdan los destinos de los hombres… ni de un solo hombre.” 

Para Svetlana Alexiévich, la literatura debe contribuir a entender y conocer cómo se ha ido construyendo nuestro mundo. En sus libros es capaz de rescatar lo que quedó bajo los escombros de la historia para escribir con ello una crónica del futuro. 
 

Voces de Chernóbil

Svetlana Alexiévich

Traducción de Ricardo San Vicente
Debolsillo, Barcelona, 2015,

408 págs.