El anuncio de que Mas se dispone a sustituir las siglas de Convergència Democràtica de Catalunya a fin de fundar un nuevo partido parece un certificado de defunción anticipado para quien, como el president en funciones de la Generalitat, no ha cejado durante los tres últimos años en el empeño de perpetrar un suicidio político. Una Cataluña crispada y dividida, además de la ruptura de una coalición imprescindible para comprender la reciente historia democrática de España, no constituyen para Mas contratiempos suficientes como para reconocer que su estrategia no conduce a los objetivos que proclama. No conduce a la independencia, salvo que la declare a través de un forzado pacto parlamentario con el que maquillar la evidencia de que el programa secesionista no cuenta con el respaldo mayoritario de los catalanes. Pero no conduce tampoco a la recuperación de apoyos electorales para su candidatura, porque no son solo las siglas de una fuerza llamada CDC las que están desprestigiadas sino también sus dirigentes, tanto por los casos de corrupción como por sus alianzas.
Al confiar su suerte electoral a la fundación de otro partido, Mas actúa como si la disolución de la CDC creada por Jordi Pujol, cuya figura de prócer nacional está hoy más cerca de la picaresca que de la épica, fuera resultado de la desaparición del catalanismo y su sustitución por el independentismo en las preferencias de los votantes de Cataluña. No cabe descartar que la causalidad haya operado en sentido inverso, y que sea por haber abrazado el independentismo, por lo que Mas ha tenido finalmente que enfrentarse a la disyuntiva de afrontar la catástrofe electoral con CDC o intentar una operación cosmética a la desesperada. En cualquier caso, la desaparición de un partido hasta hace poco mayoritario en Cataluña deja vacío un espacio ideológico y electoral que no es el del independentismo en el que Mas ha querido competir con ERC —e, incluso, con la CUP— sino el del originario catalanismo político. Ese espacio sigue existiendo, y es un espacio donde, en beneficio de Cataluña tanto como en el del resto de España, el autogobierno se reconoce lealmente como parte del sistema constitucional.
En contra de lo que sostienen sus actuales líderes, la desaparición de CDC podría no ser el resultado de un cambio en la sociedad catalana, sino de la resistencia de la sociedad catalana al cambio que le han querido imponer.