Quíos, una isla convertida en prisión
55.000 refugiados están atrapados en Grecia tras el cierre de la ruta de los Balcanes y el acuerdo entre Bruselas y Ankara. La mayoría espera una respuesta en los centros de registro
Los estrategas en Bruselas han decidido convertir la ya de por sí social y económicamente saqueada Grecia en una especie de cubo de la basura. El hotspot desde el que este reportero escribe está situado a 20 minutos en coche desde la capital de la isla y se presenta al visitante con una imagen aterradora. Los refugiados e inmigrantes con los que he hablado cuentan historias que deberían avergonzar a toda Europa.
Los estrategas en Bruselas han decidido convertir a Grecia en una especie de cubo de la basura
A primera hora de la tarde hablo con una chica afgana llamada Geza, que domina perfectamente el inglés. La encuentro al lado de un agujero en la valla del campo que los refugiados usan para entrar y salir del recinto. “Nos tratan como basura, como si tuviéramos una plaga o algo así”, dice Geza. “Ya no podemos aguantar más. Hay gusanos en la comida. No tenemos suficiente agua ni medicinas y muchos nos hemos puesto enfermos. Los niños se llevan la peor parte. Casi la mitad de los que estamos aquí son menores. No tenemos ni idea de lo que hemos hecho para que nos traten así. Todo lo que queremos es vivir en paz.” Geza y su marido Farhan huyen de los talibanes.
“Por favor, cuéntale a todo el mundo lo que nos está pasando. Esto es un crimen. Tenemos mucha hambre y estamos siendo humillados. Mi marido y yo llevamos aquí 40 días. En cuanto llegamos hicimos una petición de asilo. Se supone que debíamos haber recibido una respuesta hace 10 días, pero de momento nada. Nadie en este campo ha recibido una respuesta. Estamos aislados del mundo. Tenemos mucho miedo de que nos manden de vuelta a Afganistán.” Este es un miedo habitual entre los residentes de Vial. Hace solo una semana lo cerraron herméticamente hasta que los refugiados montaron una protesta. Las autoridades locales decidieron entonces permitir una mínima libertad de movimientos. Días más tarde, algunos refugiados iniciaron una huelga de hambre.
El centro está lejos de la ciudad y el puerto, por lo que la mayoría de la gente opta por buscar comida en los pueblos cercanos. No quieren alejarse demasiado porque no se sienten seguros. En las últimas semanas un grupo de ultraderecha ha atacado en varias ocasiones a los refugiados y los voluntarios en esta isla convertida en prisión, una de las imágenes clave para visualizar el futuro de Europa. “Es imposible vivir aquí. Estamos hasta 20 en el mismo container. Durante el día el calor es insoportable. Me fui de Mosul huyendo de Dáesh. Nos habrían matado por ser cristianos”, dice Batul Rahim, de pie frente a la moderna puerta del recinto. “El mundo se ha olvidado de nosotros. Algunos de nuestros parientes han llegado hasta Alemania, mientras nosotros estamos encerrados en esta cárcel. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo puede ser?”. La mujer también me cuenta que le atemoriza pensar que los burócratas europeos los manden de vuelta al infierno.
“Vuestros soldados llegaron a Afganistán en nombre de los derechos humanos. Pues yo soy humano”
Los sirios que han llegado hasta Quíos cuentan historias de su país devastado y sus ilusiones sobre Europa, rotas. Koda, un iraní de Isfahán de 57 años, llegó a Grecia la misma mañana del 20 de marzo, cuando entró en vigor el acuerdo entre la UE y Turquía. Un acuerdo que parece haber arruinado miles de vidas y que, irónicamente, ha sido saludado como un gran golpe de la diplomacia europea. Después de cerrar la ruta de los Balcanes y de que las autoridades turcas recibieran sus nuevas tareas bien remuneradas, el número de refugiados llegados a las islas griegas se ha reducido drásticamente. La mayoría de los que llegaron a Grecia y se encontraron cerrada la frontera con Macedonia han acabado en los hotspots.
En un improvisado asentamiento de tiendas en Idomeni, unas 11.000 personas todavía esperan que se abra la frontera. Pero esperan un milagro que no va a ocurrir. Unas 3.000 personas viven en el puerto del Pireo esperando a que las autoridades griegas los repartan entre los centros. Muy pocos conseguirán su objetivo: llegar a Alemania, Holanda o Suecia. Han hecho la inversión de su vida juntando el coraje y los recursos para abandonar sus asoladas tierras solo para acabar encerrados.
“¿Qué hemos hecho?”
Y una cosa es cierta: se quedarán allí mucho tiempo. “Europa se llena la boca hablando de derechos humanos. Si lo recuerdo correctamente, vuestros soldados llegaron a Afganistán en nombre de los derechos humanos, ¿verdad? Bueno, pues yo he venido a Europa y soy humano. ¿Dónde están mis derechos? Mi mujer, mi hija de 10 meses y yo llevamos aquí atrapados 40 días. Esto es horrible. Solo quiero volver a mi país y morirme allí”, dice Hekmetulla Hakani, afgano de 27 años, que ha trabajado como traductor de la Isaf, la misión de la OTAN en Afganistán, y fue amenazado por los talibanes. “Nos han encarcelado como a terroristas. La policía solo nos dice que esperemos, y eso los pocos que nos hablan, porque la mayoría no dice nada. Ya no nos queda dinero ni tenemos adónde ir. ¿Por qué tiene que ser de esta forma? ¿Qué hemos hecho?”, concluye este hombre, resumiendo todo lo que se necesita saber de la Europa de hoy.