Putin en su imperio
Desde su llegada al poder tras una oscura operación con la que consiguió desalojar a Boris Yeltsin a cambio de inmunidad frente a las sospechas de corrupción que pesaban sobre él, la estrategia política de Vladimir Putin ha estado invariablemente orientada a recuperar para Rusia una posición imperial homologable a la que ocupó la Unión Soviética. En el ámbito internacional no ha dudado en hacer un uso estratégico y no solo comercial de los recursos, utilizando las reservas de gas como instrumento de presión diplomática frente a los miembros más dependientes de la Unión Europea, así como frente a países de la antigua Europa del Este. Por otra parte, Putin ha intentado hacer valer la influencia de Rusia en escenarios de tensión donde las potencias rivales, en particular Estados Unidos, se han visto involucradas. Su inquebrantable apoyo al régimen de Al Asad en Siria es el último capítulo de la redefinición del papel mundial de Rusia, pero no el único. Antes también actuó a contracorriente en los conflictos de Georgia y Ucrania, recurriendo a una mezcla de audacia y desprecio de las reglas internacionales. Y todo ello sin olvidar la proximidad mostrada hacia Teherán en los momentos de mayor tensión previos al acuerdo nuclear. Las exhibiciones de fuerza que Putin realiza en el exterior se combinan, en el interior, con el mantenimiento de una débil fachada democrática, aceptando celebrar elecciones en las que, sin embargo, no existe pluralidad real.
Bajo el régimen que Putin ha consolidado en sus dos mandatos como presidente, a los que hay que sumar el que se rebajó a ejercer como primer ministro a fin de sortear los preceptos constitucionales que le impedían encadenar dos términos en la jefatura del Estado, se han producido hechos como la eliminación de exespías, el asesinato de periodistas críticos o el encarcelamiento de disidentes, sin que la justicia, también sometida, haya podido esclarecerlos. Aun así, la contestación a Putin sigue existiendo en el interior de Rusia, y no son pocas las voces que alertan del peligro potencial que el régimen representa.
No solo para los rusos que lo padecen sino también para el resto del mundo que, convencido de que las exhibiciones de fuerza de Putin lo son, sobre todo, de debilidad, opta una y otra vez por cerrar los ojos. Hasta que llegue el día en que no podrá cerrarlos.