Parálisis exterior
Se diría que en las cancillerías se ha generalizado la recomendación de evitar la visita a España. Desde el 15 de diciembre, ningún jefe de Estado o de Gobierno ha pasado por Madrid mientras del presidente Mariano Rajoy para abajo todo son advertencias sobre el lío subsiguiente a las elecciones del 20-D. Ya sea en el Consejo Europeo, donde el premier británico supo las preferencias de su colega español por unos nuevos comicios el 26 de junio, o en otros consejos de ministros de la UE, que escucharon del titular de Exteriores, García Margallo, palabras de vértigo acerca del compromiso en la lucha antiyihadista si un gobierno de la izquierda relevara al del PP.
Empresas e instituciones españolas sostuvieron su presencia en Cuba por razones de afinidad idiomática, cultural y familiar pechando con las represalias aplicadas desde EE..UU., pero cuando se abre el camino de la normalización todos encuentran el camino de vuelta, mientras España y sus intereses quedan excluidos de la nueva etapa. El papa Francisco, Hollande y en los próximos días Obama aparecen en el Malecón y Raúl Castro cambia de itinerario para dejarse ver en París. Pero a García Margallo no le reciben en La Habana y los españoles se enteran en último lugar de la reanudación de las relaciones con Washington. España estaba de vuelta, afirmaron miembros del PP en cuanto se instalaron en el Gobierno. El discurso de investidura de Rajoy fijó el compromiso de renunciar a mirar hacia atrás. Nunca se entregaría al denuesto de su predecesor ni se quejaría de la herencia recibida. Pero desde el día siguiente se dedicó a esta tarea con frenesí. Tanto en el plano de la política nacional como en el internacional. El propósito de borrar hasta el menor rastro de zapaterismo fue la pasión dominante. De la mano de Rajoy íbamos de nuevo a caminar por rutas imperiales con el empeño de construir la marca España. Luego se vio que la única preocupación era la de merecer la aprobación de Angela Merkel. Queríamos ser de nuevo los más aplicados sin discutir los deberes que nos fueren asignados.
Sumisión y silencio han sido las dos coordenadas en política exterior, con renuncia a manifestar opinión propia alguna en los asuntos y acontecimientos que surgían. Nada que decir del Brexit, ni de los refugiados, ni de Brasil, ni de México, ni de Irán, ni de Arabia Saudí, ni de Siria, ni de Estado Islámico, ni de Guinea Ecuatorial. Ni estamos, ni nos esperan. El Gobierno del PP solo se asoma al exterior para insistir en que España es un lío y que nada nos dejaría a salvo y nos haría confiables excepto otro turno bajo su férula. De momento, el último jefe de Estado que pasó por aquí fue el de Senegal, en diciembre.