¿Para qué sirven las clasificaciones universitarias?
El problema que muchos detectan con los diferentes rankings que se vienen realizando en los últimos años es que los criterios que se utilicen determinan qué universidades aparecen en la parte superior de la lista. ¿Pesa más la investigación? ¿Es más importante la docencia? ¿La transferencia de conocimiento? ¿Los logros de los antiguos alumnos? ¿Se utilizan valores absolutos, de manera que siempre quedarán por encima las universidades más grandes y con más presupuesto (y de EE .UU., por supuesto)? ¿O se escogen indicadores ponderados para que se vea el rendimiento per cápita y que los recursos no sean decisivos?
Hay administraciones que dan importancia a estas clasificaciones y se preocupan si sus universidades no están
“Hay que relativizar los resultados, el uso y, sobre todo, abuso de los rankings univesitarios”, escribía en este periódico hace unas semanas el rector de la Universidad Complutense de Madrid, Carlos Andradas, que aludía a los “criterios discutibles” con los que se elabora la más conocida de las clasificaciones sobre universidades, el llamado ranking de Shanghái. Aunque matice que con esa afirmación no quiere decir “que los rankings sean inútiles”, Andradas no es el único escéptico. María Luisa Álvarez de Toledo, antigua responsable del servicio de Información Bibliográfica de la Universidad de Oviedo, sostiene que “no dejan de ser, muchas veces, cuestiones comerciales y políticas” y lamenta que la ciencia “tiene bastantes aspectos de producto comercial”.
La cuestión no es baladí, porque hay administraciones que dan mucha importancia a estas clasificaciones y se preocupan cuando sus universidades no aparecen (los anteriores responsables del Ministerio de Educación, José Ignacio Wert y Montserrat Gomendio, lo utilizaban como argumento a favor de la reforma universitaria que pretendían realizar).
“Una sobrevaloración de los rankings puede conducir a que las universidades se centren en mejorar en aquellos aspectos que se valoran, sin realizar un análisis adecuado de sus puntos de mejora (por ejemplo, si nos centramos en Shanghái, la universidad tendría poco interés en mejorar la calidad de la docencia)”, valora Tomás Gómez, del departamento de Biblioteconomía y Documentación de la Universidad Carlos III, en un exhaustivo escrito que analiza los principales rankings del mundo. Gómez añade que “las decisiones y las políticas en la educación superior se deben tomar y elaborar basándose no solamente en los resultado de las rankings. Incluso me atrevería a decir, a pesar de los resultados de los rankings”.
En el ranking de Shanghái la mitad de las 100 primeras universidades son de Estados Unidos
Porque la realidad es que en el ranking de Shanghái la mitad de las 100 primeras universidades son de Estados Unidos, incluyendo 16 de las 20 primeras. Que justo coinciden con los centros que más recursos tienen en el mundo. Esta clasificación evalúa cuatro grandes áreas con seis indicadores en total. De ellos, solo uno tiene en cuenta el tamaño de la institución, el rendimiento per cápita. Con estas condiciones, ¿alguien cree que la Universidad de Barcelona, la primera española que aparece en esta clasificación, con un presupuesto que no alcanza los 400 millones de euros al año, tiene algunas posibilidad de competir en igualdad con Harvard, la primera de la lista y que maneja cada curso más de 2.000 millones?