Ojo a los nacionalismos en centroeuropa
Como en todas partes, también en esas naciones surgen amenazas a la democracia, más visibles en algunos países como Hungría y Polonia, por no hablar de Rusia. Se está produciendo allí una oleada nacionalista que pone en serio riesgo algunos pilares básicos. Viene instigada por resentimientos, viejos sueños imperiales o simplemente el desprecio por el Estado de derecho, pero en todo caso erosiona algunos de los mejores valores de nuestro tiempo: el cosmopolitismo, el respeto de las minorías, la asunción del disenso como fuente de progreso. Ese deterioro es una forma de repliegue ante un mundo nuevo cuyas maldades se personifican en Bruselas, la globalización, los extranjeros o cualquier otra abstracción que llame al cierre de filas y a la reafirmación de lo propio. En Varsovia, Praga, Bratislava, Budapest, Vilna o Riga, la tradicional división entre izquierda y derecha ha perdido importancia y la confrontación política más trascendental es aquella que enfrenta, de una parte, a quienes apuestan por la apertura y el imperio de la ley cristalizado en una constitución y, de otra, a quienes propugnan cerrarse al exterior, abjurar de la modernidad y colmar su anhelo de un hombre fuerte.
Este auge de los populismos está diseminado en toda Europa y es un riesgo a tener muy en cuenta: sus avances en asentadas democracias como Francia o viejos modelos de progreso como los países escandinavos es un hecho que podría dar al traste con décadas de progreso en el continente. Lo que sucede con los países de Europa Central es una buena muestra de lo que podría suceder en otros: las consecuencias del populismo se observan mejor ahí, simplemente, porque ya han llegado al poder.