24/11/2024
Opinión

Mentiras políticas

Editorial - 12/02/2016 - Número 21
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Una vez recibido el encargo de formar gobierno por parte del rey Felipe VI, el líder del Partido Socialista, Pedro Sánchez, ha adoptado una estrategia de negociación en las antípodas de la que se apresuraron a atribuirle los portavoces del Partido Popular, los barones socialistas liderados por la presidenta andaluza, Susana Díaz, y algunos que les secundan. El estribillo era que Pedro Sánchez solo tenía una oportunidad y que se prestaría a cualquier vileza para alcanzar la investidura. Sin embargo, desde que ha aceptado el encargo de ser candidato a la Presidencia del Gobierno sus decisiones de situar las negociaciones en el Congreso de los Diputados, de designar un equipo solvente y de enumerar una tabla de propuestas reflejan seriedad. Cuando los dirigentes del Partido Popular acusaron a Sánchez de estar preparando un pacto con Podemos y los independentistas, dispuesto a romper España con tal de gobernar, estaban simplemente alimentando el miedo. Y los medios de comunicación confundieron su función y asumieron la tarea de dictar conminatorias instrucciones a los representantes electos en lugar de informar rigurosamente a los ciudadanos.

En esta ocasión el objetivo ha sido Pedro Sánchez, pero aunque cambie el objetivo se mantienen las actitudes. Y es seguro que, a la vuelta de poco tiempo, otros padecerán las insidias de estos aquelarres en los que algunos intentan precipitar la política, la Administración, la empresa, el arte, el pensamiento y, en fin, cualquier actividad con proyección pública en España, y que es resultado de resignadas condescendencias para con la manipulación en favor de los propios intereses. La crisis económica, social e institucional tiene responsables a los que se han pedido cuentas en las elecciones. Pero tiene otros a los que nadie ha señalado, y que confían en seguir gozando de impunidad. Son esa legión de hombres y mujeres que, invocando las funciones insustituibles de la prensa en democracia, han decidido atizar ese espectáculo cada vez más omnipresente y cada vez más bochornoso que se disfraza de periodismo de opinión y de investigación. Pero el primero debe rehuir la mezcla de sumisión, arbitrariedad y promiscuidad entre poderes, en tanto que el segundo en manera alguna puede reducirse a un simple intercambio de favores entre bambalinas.

No es un mal que solo afecte a España ni que solo se haya manifestado en las difíciles negociaciones de la investidura. Pero la crecida de las aguas debe ceder para que el debate político sobre datos contrastados prevalezca sobre la atronadora algarabía donde no se distingue la información de los juicios de intenciones ni de las mentiras interesadas.