#MeinKampf Hitler se hace viral
Poco antes de que pase a ser de dominio público, el estado de Baviera ha lanzado una edición anotada del libro de Hitler
Esta no es una edición cualquiera del Mein Kampf. El estado de Baviera, propietario de los derechos sobre la obra, se negó insistentemente a reeditarla. Pero ahora, cuando está a punto de pasar a dominio público, ha decidido adelantarse y promover la publicación de una edición crítica preparada por el Instituto de Historia Contemporánea Múnich-Berlín, dirigido por el historiador Christian Hartmann. Se trata, pues, de una obra de especialistas: cerca de 2.000 páginas y 3.500 notas a pie de página dedicadas a contextualizar, apostrofar y clarificar el pobre corpus intelectual hitleriano. Su precio tampoco es irrelevante: el tomo cuesta 59 euros. A pesar de todos estos desincentivos y para desconcierto de los observadores, Mein Kampf disfruta de una segunda juventud como best-seller de la industria cultural tardomoderna.
El libro disfruta de una segunda juventud como best-seller de la industria cultural tardomoderna
Alemania es un país propenso a la reflexión y sometido a una fuerte tensión con su propia identidad. Hubo que esperar a la Copa del Mundo de fútbol de 2006 para ver banderas nacionales colgadas de los balcones, un acto festivo experimentado como una auténtica liberación emocional en un país cuyos símbolos permanecen subliminalmente asociados al pasado criminal del régimen nazi: una hipoteca que convierte el estigma posfranquista de la bandera española en una nadería. Aquel acto de emancipación simbólica marcó el comienzo de una historia de amor de los alemanes consigo mismos y la emergencia de un renovado orgullo nacional asentado sobre valores pluralistas y liberales. Así lo indicaba una macroencuesta encargada por el semanario Die Zeit, de la que emanaba un retrato halagador del nuevo alemán medio: un ser cooperativo, relajado, tolerante. Si a eso se suma una impecable eficiencia económica y el sostenido dominio político sobre sus socios europeos, se dan los ingredientes para una hegemonía germánica involuntaria pero amigable. Esa imagen ideal solo ha empezado a resquebrajarse en los últimos meses, a causa del escándalo de las emisiones ilegales de Volkswagen —empresa que para muchos alemanes, de creer a las encuestas, simboliza su entero país— y de las turbulencias sociopolíticas provocadas por la crisis de los refugiados.
En ese contexto, ¿cómo entender el éxito de esta rigurosa edición crítica? ¿Qué significa? Nils Markwartd ha advertido contra la tentación de convertir en fetiche el libro más destacado de una ideología “fonocéntrica” (por emplear la expresión de Jacques Derrida) que ha dejado poca doctrina escrita. Son temores que parece compartir una comunidad judía que ha protestado contra su publicación. Para Ronald Lauder, presidente del Congreso Judío Mundial, ya se habían impreso todos los ejemplares necesarios de la obra y la reedición es un error. Más templado se ha mostrado el presidente del Consejo Judío Alemán, para quien el ascenso de la xenofobia aconseja precisamente un esfuerzo de ilustración capaz de desmontar el mito de la Gran Obra Censurada, revelándola como la obsoleta vulgaridad intelectual que es. Se trata de un debate animado, conducido con la serenidad reflexiva propia de una esfera pública de envidiable vigor. Todos ellos, sin embargo, pecan de ingenuos.
Porque el éxito de Mein Kampf, en realidad, no significa nada. La interpretación más plausible de su venta masiva es a su vez la más banal: estamos ante un fenómeno viral propio de la economía de la atención característica de la cultura de masas contemporánea. Thomas Piketty ha vendido un millón y medio de ejemplares de El capital en el siglo XXI, pero, según los cálculos realizados por el matemático Jordan Ellenberg a partir de los datos proporcionados por la edición electrónica del libro, pocos lectores fueron más allá de la página 26. Y lo mismo sucederá con Mein Kampf: los compradores se conformarán con echarle un vistazo y dejarlo en un lugar visible de la estantería. Alarmarse por su éxito, de hecho, revela un gran optimismo: supone creer que los best-sellers se compran para leerlos. Como dice el columnista del Financial Times Simon Kuper, los libros son hoy en día “una adquisición aspiracional, un regalo simbólico o un marcador de estatus antes que un bien de consumo”. Esto se hace evidente en el caso tratado si se tiene en cuenta que el panfleto hitleriano no estaba en absoluto fuera de circulación: existían abundantes copias de ediciones anteriores que podían adquirirse legalmente, el fanático ya lo tenía. Pero una cosa es hacerse con una edición demodé sobre la que nadie habla y otra bien distinta ser parte del fenómeno mediático del momento.
Por lo demás, si las ideas recogidas en Mein Kampf siguen teniendo cierta fuerza, no es por la calidad o la rareza del libro, sino por la inmemorial —aunque menguante— peligrosidad del ser humano. Y contra eso no hay edición crítica que valga.