Mariana Enriquez. La dueña del miedo
En Las cosas que perdimos en el fuego, que reúne 12 relatos, aparece el terror pero en su vertiente más urbana
Las cosas que perdimos en el fuego reúne 12 historias que muestran los modos en los que lo real y lo cercano terminan siendo el espacio en el que la alienación, lo demencial y lo temible hacen su aparición con mayor intensidad. En otras palabras, aparece el terror, pero en su vertiente más urbana.
La literatura de Enriquez no deja de ser la búsqueda de aquellos límites que nos hacen humanos
“La gente triste no tiene piedad”, dice la narradora de “Verde rojo anaranjado”, uno de los mejores cuentos de este volumen. La tristeza y la impiedad aparecen en todas las historias como situaciones oscilantes e imposibles de dejar atrás. En medio de ese surco de negligencia celestial o, mejor dicho, de mala suerte, emerge lo terrorífico, por ser violento y definitivo. Conviene recordar el título del primer libro de Enriquez: Bajar es lo peor, que publicó a los 21 años. Ya desde ese comienzo la oscuridad y la toxicidad del mundo intentaba vencerse con medicinas poco recomendables: drogas duras, encierro, perversión y pesadillas interminables. En Bajar es lo peor Enriquez expuso algunos materiales a los que ha regresado en casi todos sus textos posteriores: la noche como zona de aventuras, los lugares poco transitados en las ciudades centrales, el fin de la juventud como el fin de las emociones memorables, la familia como primera tribu desconocida y el amor en su versión más contaminada.
En “El chico sucio”, el texto que abre Las cosas que perdimos en el fuego, la protagonista encuentra un lugar para vivir en una zona peligrosa de Buenos Aires. La cercanía de unos mendigos, entre los que está el chico del título, hace insoportable su nueva vida. Lo que hace de un espacio una sucursal del infierno o, en el mejor de los casos, un paraíso es responsabilidad exclusiva de las compañías que uno consigue. Un caso concreto está en el cuento “Tela de araña”.
Otra de las cuestiones que se retratan en Las cosas que perdimos en el fuego es la clase social, baja, por supuesto, que nunca termina de avanzar hacia espacios más confortables y lograr una movilidad. En épocas de crisis mundiales, ¿no es ese el mayor espanto: caer en ese pozo de necesidades siempre insatisfechas? “Los años intoxicados” y “Fin de curso” encuentran en esa temática un camino para deslizarse en la política que no se rinde ante el panfleto ni la declaración ensordecedora.
El recorrido que viene haciendo Enriquez no deja de ser la búsqueda de aquellos límites que nos hacen humanos: la finitud y los miedos. Las cosas que perdimos en el fuego es un (temerario) paso más en esa senda.
Mariana Enriquez
Anagrama,
Barcelona, 2016,
200 págs.