23/11/2024
Cultura

Los hombres que fue Julio Verne

Incendió la imaginación de los lectores que transformaron el mundo a lo largo del siglo XX

Antonio Rómar - 27/11/2015 - Número 11
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Los hombres que fue Julio Verne
La expedición ártica de Andrée fracasó en su intento de alcanzar el Polo Norte en globo en 1897.Washington Library / Greena Museum / Polar center
Un hombre es, en realidad, muchos hombres. La historia, sin embargo, suele simplificar los matices, quemar los cabos sueltos y devuelve la imagen de cada hombre en blanco y negro, con límites precisos y afilados. De Julio Verne la historia ha devuelto algunas certezas: la capacidad visionaria de adelantarse al desarrollo científico, la consideración de su inteligencia, la idea de que sus novelas son amenas aventuras pedagógicas. Ha llegado la imagen de un escritor de clase acomodada cuya fresca imaginación alegraba los corazones de sus coetáneos con disparatadas historias que terminaban por acercarse a algunas realidades posteriores.

La capacidad anticipadora de Julio Verne es lo más ensalzado de su obra. A menudo se ignora la decisiva influencia que tuvo sobre sus lectores, inoculando en ellos (algunos fueron personajes clave durante un siglo XX que Verne apenas llegó a conocer) de forma grave y permanente el espíritu de aventura, el asombro ante la maravilla, la mirada histórica sobre los hechos nimios y sobre los hechos clave del presente, la gran perspectiva, la inquietud y la esperanza ante los cambios técnicos y luego tecnológicos. Pocas personas pensaron tanto en el siglo XX como Julio Verne. Las consecuencias del progreso de la historia y su sentido último preocuparon y ocuparon al escritor y lo llevaron a preguntarse por la forma que iba a adquirir el futuro.

Visiones del futuro pasado

En el siglo XIX triunfó en Occidente la idea de progreso, que hoy se considera incuestionable y casi obvia. La historia progresa, o dicho de otro modo, la historia tiene un sentido y, por tanto, conduce a alguna parte, a algún lugar necesariamente mejor. El paradigma industrial y científico de la segunda revolución industrial es en lo fundamental optimista y, al menos en sus años de formación y madurez, las obras de Verne lo son también.

Anticipó muchos inventos y comprendió el desarrollo posterior de descubrimientos científicos

En este contexto el escritor francés encontró líneas claras de desarrollo científico que le permitieronn adelantarse a su época. La lista es extensa: aunque no inventara el globo en Cinco semanas en globo, anticipó que la conquista del cielo se haría con máquinas más pesadas que el aire. A esta futura máquina le dedicó dos novelas, Robur el conquistador y su secuela (donde la máquina no solo vuela, sino que ya navega bajo el mar y rueda sobre la tierra). La detallada descripción de esta máquina que funciona con energía eléctrica, el Albatros, inspiró y motivó a Igor Sikorski, como él mismo reconoció, y en 1908 diseñó los primeros modelos avanzados del helicóptero. Un hombre es también los hombres en quien renace.

Tampoco inventó el submarino en sus Veinte mil leguas de viaje submarino. Aunque tardara un siglo en existir tal como lo conocemos hoy, desde 1800 existían prototipos de una nave así y la idea es más antigua: en 1620 Drebbel había diseñado una barca de remo que se sumergía hasta 20 pies y podía recorrer 10 kilómetros bajo el mar. Sin embargo, en esta novela sí que aporta otras ideas no menores que son de su propio cuño: el uso de escafandras con tanque de aire para el submarinismo y de la electricidad como fuerza motora del submarino. 

Verne anticipó muchos inventos y supo comprender el desarrollo posterior de ciertos descubrimientos científicos. No hay nada extraordinario en este asunto, él mismo explicaba su método: estaba suscrito a las mejores revistas científicas, leía con atención a diario numerosos periódicos, recortaba y archivaba las noticias por temas, anotaba cada idea que le sugerían, las ordenaba y, cuando tenía suficiente documentación para abordarlas, ideaba un argumento propicio al tema. En una de sus últimas entrevistas (en 1904), cuando el periodista Gordon Jones hizo hincapié en sus aciertos sorprendentes (y aún no se habían cumplido todos ellos), Verne afirmó: “Estos aciertos son meramente el desarrollo natural de la tendencia científica del pensamiento moderno y, como tal, muchas de estas cosas han sido previstas, indudablemente, por muchos otros además de mí. Su llegada era inevitable.

Nadie como Verne supo engatusar a los lectores y construir un poderoso universo imaginario

Aun si me hubiera anticipado, lo único de que podría presumir es de haber mirado un poco más allá en el futuro que la mayoría de mis críticos”. Los estudios de Pierre Versins, entre otros, confirmaron tiempo después que muchas de sus ideas, como el viaje espacial, los superexplosivos, las máquinas en serie o los satélites artificiales, tienen precedentes cercanos en algunas novelas utópicas del siglo XIX.
Nadie como Verne supo construir novelas perdurables con esos mimbres, engatusar masivamente a los lectores y construir un poderoso universo imaginario. Los adelantos científicos adquieren una dimensión y desarrollo político y social en su obra que las sitúa muy por encima de sus precursoras. 

Por otra parte, las anticipaciones de Verne también son políticas. Más allá de desarrollar viajes espaciales o satélites mecánicos, anunció el peligro de los regímenes totalitarios sostenidos sobre ideas raciales o nacionales. En Los quinientos millones de la begún expuso con detalle un régimen muy semejante a los fascismos que luego asolarían Europa, además de anunciar armas que entonces eran solo un sueño (explosivos capaces de destruir ciudades enteras, bombas de racimo, armas químicas, cañones de largo alcance) y que fueron después la pesadilla del continente.

Un escritor burgués

Además de la anticipación científica, sobre Verne se ciernen a menudo otras certezas y algunos sobreentendidos: ha sido impunemente considerado un escritor burgués, en un sentido que va más allá de su mera condición social. Nació en el seno de la burguesía francesa, procede de una saga de juristas que se remontaba hasta Luis XV y, como primogénito, fue educado para proseguir la tradición, si bien muy temprano se dejó atrapar por la vocación literaria. Muchas de sus obras han sido etiquetadas como literatura de evasión, cuando no despachadas llanamente como didácticas, reduciéndolas a una suerte de instrumento amable de la premisa “enseña deleitando”. Esta literatura condescendiente —que Horacio (autor de la premisa anterior) distingue del otro arte, la “poesía pura”— tiene siempre un espíritu adormecido. Se trata de una literatura al servicio del statu quo, útil para la adecuada formación de señoritas y la distracción de caballeros, pero ¿es posible decir tal cosa de sus novelas?
 

La mirada de Julio Verne no se acomoda a la aceptación acrítica de cualquier idea

La mirada de Verne no se acomoda a la aceptación acrítica de cualquier idea, sea convencional o rupturista. Su obra no está presidida por un espíritu subversivo sino por otro anhelante y curioso. Pero es falso que no plantee cuestionamiento alguno del orden establecido o que no preste atención a las ideas revolucionarias en lo político. Es falso que no ofreciera modelos de comportamiento atractivos que se apartaban (y aún lo hacen) del canon ético vigente. 

Este acomodado burgués, que se posicionaba en su correspondencia contra Dreyfus y la Comuna de París, construía aventuras fantásticas sobre estructuras narrativas de corte mítico y dotaba de una fuerza prometeica a personajes que representaban el levantamiento contra la injusticia y el poder. En la obra de Verne se filtran ideas que podrían considerarse revolucionarias por cuanto en ellas se pone en discusión, sin ir más lejos, el derecho a la propiedad privada o el papel del Estado en la coerción de las libertades del individuo. Se mostró disconforme con el sistema estatal de distribución de la tierra, criticó la existencia misma de las fronteras políticas y negó la idea de soberanía territorial, más incluso si estaba vinculada al concepto de nación. 

Se lo puede considerar un internacionalista y lo que ya entonces se denominaba un ciudadano del mundo. Tanto en Veinte mil  leguas de viaje submarino como en Robur el conquistador o Los supervivientes del Jonathan los protagonistas poseen un perfil anarquista y tienen un discurso abiertamente antisistema. Las nociones del socialismo planean también sobre Matías Sandorf y los críticos han rastreado en sus novelas ideas subyacentes que conectan a Verne con escritores contestatarios como Léon Bloy y Eugène Sue, revolucionarios como Bakunin o socialistas utópicos como Fourier y Saint-Simon.

No se trata de creer tampoco que Verne deseara o trabajara por el advenimiento de una revolución socialista, pero hay que ser cauto a la hora de encuadrarlo en el bando conservador. Desde luego, defendía el orden de la razón en todos los ámbitos y su idea del progreso de la historia con base en la ciencia, una idea ilustrada, es el tronco de su bibliografía.

Tampoco resulta necesario centrarse en las ideas subyacentes a sus novelas para apartar la falsa certeza de que era un escritor convencional y conservador. La mirada crítica sobre la importancia de la obra de Verne se ha transformado en las últimas décadas. La consideración de los avances científicos que propone en sus obras, más allá de la curiosidad popular que provocan, no contiene un valor literario en sí. Si la obra literaria de Verne tiene hoy alguna trascendencia más allá de su imaginación y su inteligencia no se debe a dichas anticipaciones. Se debe a su técnica narrativa, su complejo y detallado imaginario y, en menor medida, a su perspectiva histórica. Aquí reside su originalidad y no en sus profecías, como estudió el crítico Marc Angenot hace ya tres décadas.

Angenot señala también que su impacto sobre la literatura posterior no se reduce al género científico (después de la ciencia ficción) y establece vínculos con los escritores de vanguardia que lo siguieron. 

El optimismo de corte ilustrado asociado a su recuerdo no fue uniforme, su opinión sobre el futuro cambió

Existen ciertas imágenes reiterativas en el mundo de Verne que entroncan con el universo surrealista que en los años 20 eclosionaría: los mundos subterráneos, el viaje al abismo, la ciudad considerada como un castillo gótico, la tierra de la plenitud, los mensajes encriptados… Todas muy del gusto de la literatura vanguardista francesa inmediatamente posterior a Verne. Un análisis profundo de sus estructuras narrativas revela que, al contrario de la iconografía ilustrada, en la iconografía romántica de Verne la verdad no está de parte de la luz, sino que reside en lo oculto y debe ser descubierta. El camino que conduce a esa verdad es siempre iniciático, ritual y se sostiene sobre construcciones míticas, lo que confiere a sus personajes y tramas un cierto carácter arquetípico.

El futuro según Verne

La opinión del escritor francés acerca del futuro también cambió a lo largo de su vida. El optimismo de corte ilustrado que perdura asociado a su recuerdo no fue uniforme. En 1863, en pleno éxito de Cinco semanas en globo, Verne entregó una novela a su editor, Pierre-Jules Hetzel —figura imprescindible para comprender el fenómeno extraliterario en que se convirtió el autor—, que rechazó con el argumento por ser demasiado pesimista para sus lectores. 

Era París en el siglo XX, que no se publicó hasta 1994. Plantea una sociedad en la que la tecnología ha transformado la vida en las ciudades: París posee un tren subterráneo, movido sin locomotora, silencioso, sin humos. La iluminación eléctrica ha desterrado la noche de las calles. La superficie de la Tierra y el fondo del océano están cubiertos de cables por los que viaja la información en forma de texto e imágenes y, gracias a ello, es posible realizar transacciones financieras a distancia. Las plazas son abiertas, los hoteles suntuosos, los coches se mueven sin caballos gracias a motores de combustión de gas, el lujo colma las tiendas.

En los conciertos se escuchan nuevos instrumentos musicales eléctricos. Pero, al mismo tiempo, en esta sociedad, totalmente alfabetizada, nadie lee. El protagonista, un joven periodista amante de los libros, es señalado como un paria por sus extrañas aficiones mientras el resto del mundo está enloquecido por el dinero, preocupado por los vaivenes de la bolsa, y la tecnología se ha puesto al servicio de la acumulación del capital.

En El eterno Adán, obra póstuma que solo se le puede atribuir parcialmente —su hijo participó activamente de su consecución— se insiste todavía más en la posible incidencia negativa del progreso en la sociedad. La civilización ha caído, los grandes logros y conocimientos alcanzados se han perdido y solo el descubrimiento arqueológico de un diario permite conocer que hubo una civilización anterior y superior. La mirada optimista de las primeras obras de Verne, en las que el desarrollo científico y el progreso servían a la felicidad del hombre, ha desaparecido y los humanos parecen condenados a repetir el ascenso y caída que simboliza en el título. No hay un solo Verne sino muchos. 

Por la grieta que abre Julio Verne, a primera vista, se cuela a continuación H. G. Wells, un escritor muy distinto, y se filtra una buena parte de la literatura posterior. Tras las aventuras del escritor francés hay niños como Ernest Shackleton imaginando expediciones que terminaban sepultadas por polvo de nieve y niños como Yuri Gagarin soñando con salir del planeta y mirarlo desde fuera por primera vez. Hay niños como Orson Welles aprendiendo una lección sobre el poder y la guerra y niños como Boutan y Santos Dumont, pioneros de los viajes al fondo del mar y por el aire. Una mirada exhaustiva a la obra de este autor ofrecería el panorama de un siglo que parece insistir en darle una y otra vez la razón. Julio Verne incendió la imaginación de las sucesivas generaciones de lectores que transformaron el mundo. Su siglo no es el XIX, sino el XX, en que el hombre obró maravillas antes exclusivas de los dioses, y también el siglo más atroz y salvaje que recordamos.
Julio Verne. Los límites de la imaginación
Julio Verne. Los límites de la imaginación

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