En general, Ucrania está inmersa en un proceso revolucionario, de aspiración transformadora, y también en una profunda crisis de modelo político estatal. Confluyen varios conflictos en torno al poder, la identidad y el concepto de nación. Por lo menos tres dimensiones son clave.
La primera, una lucha por mayor empoderamiento popular frente a las élites cleptocráticas, la vieja guardia; contra su impunidad (de ahí la idea de “revolución de la dignidad”) y por un mejor gobierno. Junto con un singular factor generacional y de métodos de movilización de masas a través de redes sociales, se dan bastantes similitudes con las revueltas en el mundo árabe o incluso, con matices, con nuestros propios movimientos como el 15-M. El elemento educativo es también notable (Ucrania es un país con índices altos de educación, conforme a la OCDE), como lo es el género, reflejado en el activismo de tantas Katerynas o Annas.
Una segunda dimensión es el factor identitario y nacional. Pero no lo es exactamente en el sentido habitual expresado en ciertos análisis y en la prensa. La frecuente división Ucrania oeste-Ucrania este, el prisma binario (prorrusos, proeuropeos) o el componente lingüístico son más relativos y no se corresponden tanto con la realidad en el terreno. Así, solo a título de ejemplo, ciudades de ese este prorruso como Kharkiv o Dnipropetrovsk son un foco de movilización proucraniana y de voluntarismo en apoyo a un Ejército que a menudo habla ruso. Hay, es verdad, otras sensibilidades e intentos de “ucranización”, en parte producto de resentimientos ante la rusificación padecida bajo la URSS, en la que además hubo un elemento de clase dominante. Asimismo, algunos ámbitos de poder local mantienen una cierta ambigüedad práctica, visto lo volátil de la política en este país. Pero más bien hay que hablar en general de un complejo tapiz de identidades híbridas y preferencias. Lo novedoso del Maidán es que, por primera vez en la historia del país, aglutinó a ucranianos no en función de criterios identitarios ni nacionalistas —aunque los hubo— sino sobre todo en torno a valores cívicos. Valores que traspasaron clases sociales y regionales. Así, de los hipsters y activistas de Facebook de los primeros días en la plaza se pasó, tras la represión policial, a cerca de un millón de ciudadanos en Kiev, el 1 de diciembre de 2013, incluyendo, por ejemplo, trabajadores de fábricas. La identidad ucraniana no es estática, sino fluida y en discusión.
Lo novedoso del Maidán es que aglutinó a los ucranianos en torno a valores cívicos
Una tercera dimensión son las distintas luchas de poder en marcha, con algunos elementos de clase. Existe una lucha dentro del sistema entre los clanes oligárquicos que componen la vieja guardia —algunos en el Gobierno y otros pugnando por recuperarlo—. Y también una lucha contra lo que los ucranianos llaman systema (la vieja política). Esta lucha la encabezan fuerzas de cambio y actores del tejido del Euromaidán, presentes tras 2014 en algunas instituciones. Por ahora, no ha habido aún un cambio real, aunque la voluntad y expectativas de grandes segmentos sociales y ciudadanos están ahí. Ciertos líderes europeos y estadounidenses harían bien en no olvidar esta cuestión al ritmo de esta agenda para salvar Ucrania frente a los excesos imperiales de Moscú. Como en todo proceso de transición (Túnez es hoy otro ejemplo), hay tanto conflicto como compromisos entre viejas guardias y las nuevas fuerzas, entre la vieja y la nueva Ucrania. A estas tensiones de reparto de poder se une un factor de distribución de poder territorial y relaciones centro-periferia, similar a otros países.
Un nuevo proyecto de Estado
En mi opinión, Ucrania está en una fase propia de consolidación de los estados-nación del siglo XIX, con las convulsiones, conflictos y contradicciones que les fueron propios, así como en un proceso de descolonización imperial del siglo XX. Y ambos procesos tienen lugar en este siglo XXI, en plena etapa de crisis de sistemas y tensiones geopolíticas; tiempos de nuevos instrumentos y conceptos de acción política.
Existe en esta Ucrania un discurso cívico y una admirable solidaridad. Y, al igual que en la UE de nuestros días, hay discursos nacionalistas, populismo e intolerancia —a veces también entre defensores de la nueva Ucrania, dada la mentalidad de sitio que se ha generado—. En guerra, con su impacto radicalizador y en un entorno geopolítico adverso, estos últimos discursos podrían prevalecer.
La Ucrania posMaidán es un reflejo de lo mejor y lo peor de Europa. Cuestiona el relativismo y escepticismo hegemónicos en un Occidente que parece haber perdido la fe en proyectos transformadores. Y nos hace replantearnos qué significa hoy día el modelo europeo. La llamada nueva Ucrania es aún un proyecto y podría fracasar —lo tiene casi todo en contra—. Su fracaso dejaría en las puertas de la UE a otro Estado semiautoritario, fallido y cuasitutelado por potencias extranjeras; sus ciudadanos esperando, ellos también, a huir a Europa.
Ucrania está inmersa en una fase propia de consolidación de los estados-nación del siglo XIX
No obstante, esta lucha entre la vieja Ucrania y la nueva Ucrania gira en torno a cuestiones como la democratización, la equidad social y la justicia. En torno a crear estados funcionales que fomenten oportunidades y se rijan por el buen gobierno. Esta nueva Ucrania representa también un épico afán de superar el pesado legado de la historia y la geopolítica de Yalta, con sus repartos de países de segunda. Y, para ello, los jóvenes que forjan la nueva Ucrania, imbuidos tanto de una casi ingenua solidaridad como de un espíritu crítico que lo problematiza todo, promueven un discurso de cambio. Ante lo que perciben como abandono de Europa y Occidente, las banderas europeas y el idealismo han dejado paso, en parte, a un cierto sentimiento de resistencia, autoayuda y liberación nacional, además de al fatalismo y la decepción.
Los conceptos de otras etapas sobre patriotismo nacional producen incomodidad y rechazo para el cosmopolita europeo, sobre todo si vienen del Este, aunque los nacionalismos étnicos sean la tónica creciente dentro de la UE y sus viejas naciones-Estado. Pero, con todo, allí uno siente que esta lucha política por la nueva Ucrania, y evitar su fracaso, podría dar renovada vida a una agotada Europa que necesita recordar su utopía fundacional,
su razón de ser. Lo que nos une.