Las mujeres de Renoir
Una exposición en la sala barcelonesa de Mapfre ofrece cuadros del pintor francés reunidos en torno a un tema: la figura de la mujer
La irrupción impresionista coincide históricamente con un periodo de entreguerras, como casi siempre en Europa: la de 1871 (algunos historiadores se refieren al conflicto como la verdadera primera guerra mundial) y la guerra de 1914. En la primera fue movilizado Renoir; en la segunda, dos de sus hijos, uno de ellos, Jean Renoir, conocido luego como director de cine.
En aquellos años París era la capital de las innovaciones artísticas y atraía a no pocos creadores. Algunos procedían de Cataluña y en 1917 (hace casi 100 años) organizaron en Barcelona una exposición con unas 1.500 obras, buena parte de ellas impresionistas. Entre esas obras estaba Le Moulin de la Galette, de Renoir. La exposición que puede verse ahora en la Fundación Mapfre incluye, a modo de homenaje, también ese cuadro, uno de los más famosos del pintor.
La exposición Renoir entre mujeres, del ideal moderno al ideal clásico ofrece 70 piezas, procedentes del Musée d’Orsay y de la Orangerie, acompañadas de algunas de amigos y contemporáneos suyos (Cézanne, Degas, Manet, Monet, Sisley), piezas de Picasso, Pisarro o Van Gogh, que muestran claramente la influencia de Renoir, y otras de los pintores catalanes influidos por el movimiento y que participaron en la organización de la exposición barcelonesa (Casas, Rusiñol, Casagemas, Feliu de Lermus). Algunas de las pinturas de estos autores tienen como motivo, precisamente, el mismo Moulin de la Galette que pintó Renoir: un lugar de ocio, con jardín, restauración y baile, situado en Montmartre. Y, sobre todo, popular y bohemio. Renoir vivía cerca y le encantaba.
Pero el tema central de la exposición de Barcelona no es la vida alegre que tanto le gustaba, sino la figura de la mujer. En las paredes puede leerse una frase de Marcel Proust: “Unas mujeres pasan por la calle, diferentes de las de antes, porque son Renoirs”. Cabe preguntarse si fue el pintor quien captó el gusto de la época o las mujeres las que se reconocieron en las pinturas de Renoir, pero el caso es que la anotación de Proust es enormemente precisa. Renoir pintó un tipo de mujer (la exposición se abre con retratos emblemáticos como La parisina o La lectora) que acabó poblando las ciudades de Europa. Más aún, gustaba de pintarlas con ojos azules, separados, cara ensanchada en los pómulos y nariz ligeramente respingona. Se diría que retrataba a su futura mujer ,a quien aún no conocía. Pero no inventaba: la mayoría de las modelos de Renoir salieron de su entorno, su esposa, familiares, amigas, amantes.
Renoir pintó un tipo de mujer que acabó poblando Europa, pero sus modelos eran de su entorno
Hay una potente diferencia entre los primeros cuadros explosivamente impresionistas de Renoir y los de épocas posteriores, cuando vive un crisis creativa que le lleva a cambiar los postulados pictóricos, bajo las influencias de Ingres, Rafael y Tiziano. Cambios que pudo permitirse, entre otros motivos, porque ya había empezado a alcanzar el éxito, lo que le solventaba el problema de alimentar a su familia. En una de estas fases, Renoir asocia deliberadamente flores y mujeres, mujeres y flores. Decía que procuraba reflejar la delicadeza de las mejillas y de los pétalos de forma similar. Mujeres dotadas de potente sensualidad; una visión que ya no abandonó y potenció en los últimos años de su vida, cuando se instaló en la Costa Azul para que el clima le ayudara a mitigar la artrosis que padecía. Se entusiasmó pintando bañistas desnudas en escenas de aire bucólico.
En medio, una época familiar con un par de cuadros que destacan: Maternidad, donde aparece Aline, su esposa, amamantando a su primer hijo, Pierre; y Gabrielle et Jean. Gabrielle, una prima de Aline, pronto se convertiría en una de las modelos preferidas de Renoir. Los dos cuadros evocan las antiguas vírgenes con niño. En este periodo, Renoir pintó muchos retratos infantiles, a veces por encargo y otras por propia iniciativa. Jean comentó: “Los niños viven de asombros renovados y mi padre compartía con ellos esa curiosidad apasionada”.
La muestra recoge también el interés de Renoir por la escultura, que se dio a lo largo de toda su vida pero que cuajó en los últimos años. Un amigo le presentó al pintor y escultor catalán Richard Guino (discípulo de Maillol, de quien también se exhibe una pieza), quien le ayudó en estas actividades.
Pero si hay algo que unifica la exposición, más allá de la temática, es el gusto por la vida que se refleja en las diversas piezas de Renoir, un goce que se imponía a las adversidades. No tiene nada de extraño que al final de su vida, poco después de la muerte de su esposa (1915), fuera capaz de decir: “El dolor pasa, la belleza permanece”.
Comisariada por Guy Cogeval y Pablo Jiménez Burillo
Hasta el 8 de enero en Mapfre Barcelona.