El llamativo contraste entreel número de víctimas que provoca el terrorismo y el de personas muertas por armas de fuego de libre disposición en Estados Unidos, que algunos años ha llegado a duplicar al total de fallecidos en atentados terroristas en el mundo, demuestra el predominio que puede adquirir el sentido de los hechos sobre los hechos mismos. La comparación entre ambas cifras impide relativizar: cada víctima es un ser humano irremplazable. Pero exige examinar mejor los mecanismos políticos por los que se gobiernan las sociedades. Precisamente porque el número de víctimas justifica las medidas que los gobiernos adoptan, dentro del estricto respeto a las garantías democráticas, para combatir el terrorismo es por lo que resulta inaudito que, en Estados Unidos, el control de las armas sea un programa irrealizable.
En la raíz del problema se encuentra una concepción de la función de las normas de la que el asunto de las armas es solo una expresión. La autodefensa que alegan los partidarios del libre acceso en Estados Unidos, invocando la segunda enmienda de la Constitución, es consecuencia de un individualismo sin concesiones que interpreta la existencia de normas como una injustificable limitación de la libertad. Como demuestra la regularidad con la que se producen matanzas, unas conocidas por su trágica espectacularidad y otras, la mayoría, ni siquiera consideradas noticia, el resultado es exactamente el contrario del que aseguran buscar los partidarios de la libertad de adquisición de las armas: en nombre de la autodefensa mueren en proporción por arma de fuego muchos más ciudadanos en Estados Unidos que en cualquier país donde su venta está controlada. La simple existencia de limitaciones legales para su adquisición y tenencia demuestra una eficacia en la protección de los individuos sustancialmente superior a la que garantiza la posesión misma de un arma.
Detrás del libre comercio de las armas de fuego en Estados Unidos está la convicción de que la libertad solo es posible en ausencia de normas. Sorprende que esa convicción se mantenga invariable pese a las matanzas. Pero igualmente sorprende que durante años se extendiera a otros ámbitos, reclamando, por ejemplo, la desregulación de los flujos financieros, sin advertir su estrecho parentesco y la gravedad equivalente de sus consecuencias. Menos letales que en el caso de las armas de fuego, pero no menos dramáticas.