La segunda temporada
Si el procés fuera una serie de televisión, la dimisión de Mas sería el punto álgido de la primera temporada
Si el procés fuera una serie de televisión, el discurso de Artur Mas anunciando su dimisión sería el punto álgido del capítulo final de la primera temporada. Sería el típico inesperado, inevitable y agonizante giro final con la audiencia perfectamente orientada a comprobar su inteligencia adivinando otra cosa. En la última escena, Mas aparecería explicando en televisión su “paso al lado” como decisión propia, controlando sucesor y partido.
El primer capítulo de la segunda temporada empezaría con un flashback explicando el verdadero motor de la renuncia: el #pressingMas, tan amable como apresurado, de su entorno más cercano. Se recrearía la conversación telefónica con Pilar Rahola, su consejera áulica, a partir de lo que ha comentado en RAC1:
“Pilar, ¿en algún momento te dijo que lo dejaba?”
“Se lo dije yo, le dije que debía dar un paso al lado […] Determinada gente muy cercana a él decidimos hacerlo porque creíamos que era bueno.”
El hilo conductor de la primera temporada fue la evolución de la fe independentista de Mas (indepe reciente), evaluada en todo momento por Junqueras (indepe de toda la vida). ¿Pronunciaría Mas la palabra independencia? ¿Sacaría las urnas? ¿Aprobaría la desobediencia del Tribunal Constitucional?
Por ejemplo, Junqueras fue preguntado en TV3: “¿Le pareció el mensaje del president Mas de ayer un mensaje independentista?”. Y él respondió: “No, ya que nunca oí la palabra independencia”. Como Companys y Maragall, Mas tuvo que probar su catalanismo verdadero todos los días. Años antes, ni por asomo se hubieran imaginado a ellos mismos protagonistas del 6 de octubre, del nou Estatut, o de los dos 9-N.
Afortunadamente, la segunda temporada ofrece un nuevo hilo conductor: la pugna entre dos indepes de toda la vida, Puigdemont (presidente) y Junqueras (vicepresidente).
Para establecerlo, se podría empezar, por ejemplo, escenificando la redacción conjunta de la notificación a CaixaBank para que en adelante ingrese sus impuestos en la Agència Tributària Catalana.
Puigdemont, como Junqueras, lleva toda la vida trabajando por la independencia. Nadie osaría dudar de su determinación para conseguirla ni medirla por su selección de las palabras.
A día de hoy, todo hace pensar que Puigdemont intentará el plan rupturista acordado con la CUP. Así lo ha dicho en su investidura. Sin embargo, parte ilustre de su partido, Convergència, piensa que supone la receta para el fracaso y el descrédito internacional. Mas-Colell, indignado, lo calificó de “barbaridad” según informó La Vanguardia.
La segunda temporada ofrece la pugna entre dos indepes de toda la vida, Puigdemont y Junqueras
Existe la posibilidad, pequeña pero real, de que Puigdemont utilice su independentismo hardcore para contentar a las dos almas de Convergència al tiempo que ajusta el alcance del actual objetivo independentista. Todo ello sin ser acusado de botifler. Reagan se permitió alardes con los soviéticos que un presidente demócrata ni hubiera contemplado. El 48% es un pretexto ya aceptado por significativos creadores de opinión independentista. Así, en el penúltimo capítulo de esta segunda temporada se mostraría a Puigdemont firmando un acuerdo diurno en Moncloa mientras Junqueras tuitea un equidistante “Tots, amb generositat, amb el president fins la victòria final.”
El terreno se prepararía con dos escenas en capítulos anteriores en las que se modularían los tradicionales argumentos proindepe.
La primera sería un debate con los dos últimos consellers de Economía. En un lado, Mas-Colell repetiría lo que declaró al Ara: “La independencia no debe plantearse por motivos económicos a muy corto plazo”, ya que haciendo una “contabilidad global de todos los impuestos pagados y los servicios recibidos por los catalanes” se obtendría un “pequeño excedente”. En el otro lado, Junqueras reproduciría lo que dijo en un coloquio organizado por PIMEC: “en caso de independencia, Cataluña dispondría del mayor superávit presupuestario de Europa”. Luego un premio Nobel de Economía decidiría quién acierta.
La segunda sería un debate con dos expresidents recientes. Mas argumentaría que “la autodeterminación es un valor universal”, como ha hecho en el pasado, extrayendo hábilmente palabras de un discurso de Obama en la ONU. Acto seguido, sin acritud, el expresidente estadounidense aclararía que se refería a países como Somalia y que su Administración ha denegado una petición para organizar una consulta de independencia de Texas con un dictamen en el que se cita al presidente Lincoln diciendo, “A la luz de la ley internacional y de la Constitución, la Unión de estos Estados es perpetua” y recordaría que el Tribunal Supremo (equivalente a nuestro Tribunal Constitucional) ha establecido que “la Constitución, en todas sus provisiones, fija una Unión indestructible de Estados indestructibles”.
Sobreimpresionados en un ángulo de la pantalla con fondo oscuro, aparecerían los mensajes del grupo de Whatsapp titulado “Seny” que tienen Arrimadas, Iceta y Albiol. Servirían para entrelazar con una trama paralela en Madrit.
La incógnita de si Colau se presenta a la Generalitat, tentada por dirigir la administración que verdaderamente gestiona el Estado del bienestar, sería el perfecto Guadiana de la segunda temporada. Un cameo de Rabell as himself garantizaría trending topic cuando le repitiera a Puigdemont lo que le dijo en la investidura: “Si usted se cree su plan es un iluso que no puede estar al frente de la Generalitat”, ya que “la ruptura ilegal es un engañabobos, una fanfarronada que nadie se cree”. Un cameo de Bauman, también as himself, con unas líneas como las que dijo en El País, tipo “la situación en Cataluña, como en Escocia o Lombardía, es una contradicción entre la identidad tribal y la ciudadanía de un país”, supondría medio premio en algún festival internacional.
Otro capítulo retrataría la primera infidelidad de la CUP a JuntsxSí: su apoyo a la privatización de TV3 y Catalunya Ràdio propuesta por Ciutadans. De paso, los anticapitalistas aprovecharían para cumplir con la cláusula secreta de su acuerdo por el que acceden a que, en la República Catalana, haya dos servicios públicos con gestión privada. Para justificar la operación, Anna Gabriel citaría a Junqueras en su libro con Justo Molinero: “TV3 debería desgubernamentalizarse”. Una jugada que todos los tertulianos calificarían como “muy coherente”. Luego, la propia Generalitat recurriría la privatización. Para desatascar el embrollo, la empresa compradora, Abertis, accedería a limitar el ajuste de plantilla a un 50% del tamaño actual a cambio de una prórroga de 100 años en los peajes de las autopistas catalanas y de quedarse con los terrenos de Barcelona World. Los respectivos directores de las empresas privatizadas, David Fernández y Antonio Baños, pasarían a ocupar sendos puestos en el consejo de administración de Abertis.
Cualquier espectador de House of Cards anticiparía el desenlace de la segunda temporada. Otro agonizante final con el escrutinio de las próximas elecciones del que resultaría vencedor o bien Puigdemont (que en capítulo anterior se habría impuesto a Mas en unas primarias) o bien Junqueras. Y que la independencia se dejaría para alguna temporada posterior a determinar mientras la audiencia aguante.