La incertidumbre del país más joven del mundo
Cuatro años después de su independencia, Sudán del Sur ensaya un nuevo intento por lograr la paz
El aeropuerto de Yuba, la capital de Sudán del Sur, es estrecho. Los viajeros se agolpan en la ventanilla de visados al bajar del avión. Hace mucho calor. La mayoría de los recién llegados lleva identificaciones diplomáticas o de ONG internacionales. Trajes de chaqueta, maletines negros, telas coloridas, ventiladores que no funcionan. Es difícil encontrar el rastro de la nación más joven del mundo fuera de los mapas. El último conflicto comenzó el 15 diciembre de 2013. Las tensiones políticas se desbordaron en la capital, donde el coste de la vida entre enero y noviembre del año pasado aumentó un 150% y la violencia se extendió rápidamente por todo el país, sobre todo entre dos grupos étnicos muy politizados: los dinkas y los nuers.
El retorno a Yuba de las tropas del Ejército Popular de Liberación de Sudán en la Oposición (SPLM-IO) es un paso clave en la implementación del último compromiso de paz que firmaron en agosto de 2015 el presidente, Salva Kiir (dinka), y Riek Machar (nuer), que fue destituido como vicepresidente poco antes del comienzo del conflicto en 2013, acusado de un intento de golpe de Estado. Pero aunque estos días la normalidad ha vuelto a la capital, el país vive en alerta desde hace meses, atrapado en una crisis denunciada por la ONU, con masivos desplazamientos y la amenaza de la hambruna.
ACNUR no tiene fondos para ayudar en este conflicto con 2,3 millones de desplazados
Luis Ponte, coordinador del proyecto en Wau Shilluk de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Sudán del Sur, explica que “la situación es muy tensa porque se está hablando de un proceso de paz en el que las dos partes principales tienen dos ideas completamente distintas y opuestas de lo que debería ser. La oposición nuer defiende un proceso basado en 10 estados, mientras que el gobierno dinka quiere 28”. Parece que el golpe de Estado real lo ha dado el propio presidente Kiir al incumplir los acuerdos adoptados en agosto y polarizar aún más al país. El pasado 25 de febrero el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, se reunió con las organizaciones humanitarias que trabajan en el terreno y con la comunidad diplomática y visitó Malakal (a 520 kilómetros al norte de Yuba), donde fue testigo de los efectos devastadores de la violencia armada que tuvo lugar el 17 y 18 de febrero en un Campo de Protección de Civiles (PoC).
Agencias sin recursos
Malakal solo es un duro recordatorio de las dificultades del proceso de paz. Hubo varios muertos, y las clínicas y las escuelas fueron destruidas. “Los refugiados no tienen adonde ir si son atacados en las zonas protegidas por los cascos azules. Hay que actuar inmediatamente en esta crisis”, pide Ponte. UNICEF publicó hace unas semanas que de los 155 millones de dólares que necesitan en 2016, solo han recaudado 27. Las palabras de Jonathan Veitch, su representante en el país, resumen la situación: “Por primera vez desde que comenzó esta crisis los niños no están siendo amenazados por la falta de acceso, sino por la falta de fondos”.
La Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) señala que solo dispone del 3% de los fondos que necesita para ayudar en este conflicto que ha causado 1,7 millones de desplazados internos y 678.000 refugiados en los países vecinos. Esta grave falta de fondos afecta a suministros clave como agua potable, servicios médicos, alimentos y refugios. Sudán del Sur es un país con un tamaño similar al de Francia, con más de 11 millones de habitantes y con un Gobierno incapaz de defender a la población. Son las organizaciones internacionales las que lo hacen. En julio de 2011 se independizó de Sudán, convirtiéndose en el Estado más joven del mundo. La República de Sudán, por su parte, fue fundada en 1956 tras el control anglo-egipcio, con dos zonas bien diferenciadas. El norte de mayoría musulmana conformaría lo que las autoridades coloniales denominaron “el país útil” con la mayoría de los recursos. El sur, catalogado como “africano, bárbaro e infiel”, era una región abandonada a su suerte y a la de los misioneros cristianos.
A partir de 1956 el sur, en una posición muy desfavorable respecto al norte, no tardó en reclamar un Estado propio, lo que provocó las guerras civiles que asolaron el país durante la mayor parte de la segunda mitad del siglo XX. Algunos de los grupos que reivindicaron la independencia por la vía armada fueron el Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán (SPLA), fundado como un movimiento guerrillero en 1983 y dirigido hasta su muerte en 2005 por John Garang, y una facción surgida del anterior. Esta última, denominada Movimiento de Liberación del Pueblo de Sudán (SPLM), está liderada por Machar.
La división de Sudán
El Gobierno ha aceptado el plan para que Machar regrese junto a un grupo de militares y tomar posesión como vicepresidente, clave en la transición política. En un paso previo a la llegada del líder rebelde, que ya está en el país, llegó el jefe del Estado Mayor del SPLM, Gatwech Dual, junto a otros 195 miembros del movimiento. Dual es uno de los principales jefes militares de los rebeldes contra los que pesan sanciones de la ONU desde 2015 por su papel en el conflicto, que estalló después de que el presidente Kiir cesara a Machar como vicepresidente en 2013. A finales de ese año se desató una guerra entre militares leales a ambos dirigentes que terminó por reabrir un enfrentamiento étnico. Después de meses de fallidas treguas, las partes alcanzaron en enero un acuerdo de paz por el que Kiir y Machar se comprometieron a formar un gobierno de unidad nacional para repartir el poder. Machar, que volverá a ser vicepresidente, aterrizó en Yuba el 26 de abril en un avión fletado por la ONU. “El primer reto es garantizar el alto el fuego en todo el país”, declaró.
Tras meses de fallidas treguas, Ejecutivo y oposición acordaron repartirse el poder en un gobierno de unidad
Una de las variables fundamentales para el análisis del país más joven del mundo es la participación de Estados Unidos en la financiación de SPLA y SPLM para desestabilizar la presidencia de Omar Al Bashir, presidente de Sudán desde 1989. Cuando a mediados de los 90 Bashir dio un giro ideológico de corte islamista y sus vecinos, Etiopía, Yibuti y Eritrea, determinantes para el control del mar Rojo y el golfo de Adén, estaban siendo desestabilizados políticamente, el gobierno de Bill Clinton, con Madeleine Albright como secretaria de Estado, decidió apoyar un cambio de régimen en Sudán. Durante al menos cinco años Jartum había acogido a Osama Bin Laden y el país se había convertido en un foco del yihadismo internacional. Además, Al Qaeda había reivindicado los atentados contra las embajadas estadounidenses en Dar es Salam y Nairobi en 1998, que provocaron 224 muertos. Clinton bombardeó enclaves de la capital sudanesa. China intervino en los acuerdos de paz que Jartum firmó en 2005, y se fijó un futuro referéndum de independencia en 2011.
Pero el principal responsable de la independencia de Sudán del Sur fue Bashir, incapaz de cumplir las promesas de unidad, redistribución de los beneficios del petróleo e inversiones de infraestructuras en el necesitado sur. EE.UU. terminó apoyando, como un mal menor, el referéndum liderado por el jefe del SPLA desde 2005 y actual presidente de Sudán del Sur.
Los combates en algunas zonas del país y las violaciones del alto el fuego ponen de relieve la dificultad para lograr un proceso de paz sostenible. Si bien la violencia no ha alcanzado los mismos niveles que antes del acuerdo de agosto, los civiles siguen en grave riesgo de ser atacados tanto por las fuerzas gubernamentales como por los rebeldes. La ONU publicó el 11 de marzo un informe sobre la situación de los derechos humanos en Sudán del Sur en el que señalaba que todas las partes en el conflicto habían cometido violaciones sistemáticas que podían constituir crímenes contra la humanidad. Pero ni el Gobierno ni la oposición armada han condenado los hechos, volviendo a demostrar que la impunidad y la violencia se imponen en el país. El factor económico será una baza importante para que ambas facciones, la del presidente Kiir y la del vicepresidente Machar, dejen a un lado sus diferencias.