La hora del PSOE
Tras casi diez meses en los que los partidos políticos españoles han jugado a eludir su responsabilidad con el país, era normal que la cuerda se terminase rompiendo por la parte más débil. El carácter monolítico y vertical del PP y de Ciudadanos supone una ventaja en estas situaciones. A Podemos no le ha faltado mucho para llegar también a la bronca, pero, sin duda, el favorito en todas las apuestas era el PSOE, por pluralidad de liderazgos, por importancia de los intereses personales en juego y por su crítica centralidad en el tablero político. Lo que nadie sospechaba, sin embargo, es que la ruptura asumiese las características esperpénticas que estamos presenciando: la improvisación, el oportunismo infantil, la desorganización y la falta de seriedad con la que se está abordando. Y el asunto es grave, porque lo que está en juego no es solo el destino de un partido centenario, sino la estabilidad política del país para los próximos años y la defensa de posiciones ideológicas muy compartidas en la sociedad española.
Para salir de este complicado embrollo los socialistas no pueden esperar ninguna ayuda, ni de Podemos ni del PP. Para los primeros esta crisis es una oportunidad de suturar heridas internas sin asumir compromiso alguno, más que el puramente retórico, a la espera de una debacle en las urnas que no puede más que beneficiarles. Del PP cabría desear otra cosa, pero la experiencia demuestra que el cortoplacismo de Mariano Rajoy es tan abrumador que la probabilidad de que intente aprovecharse de la situación de manera irresponsable, forzando directa o indirectamente unas terceras elecciones, resulta muy elevada. Desactivar al principal enemigo y conseguir la ansiada mayoría viene con el precio de convertir a Podemos en única alternativa de gobierno para los próximos años, pero es un coste que no asumirá él, sino sus electores.
El que la jugada no le salga bien depende principalmente del PSOE. Tras ser el primero en sucumbir ante la presión, debe ser el primero en asumir la responsabilidad que hasta ahora ha faltado clamorosamente en la clase política española. Lo urgente es recuperar el orden interno y ofrecer una mínima apariencia de profesionalidad, pero a continuación es imprescindible situar el debate político como absoluta prioridad, bajando a la arena y proponiendo aquellas medidas necesarias que permitirían, en caso de ser aceptadas, su abstención. En definitiva, tratar a los electores como adultos y no seguir escondiéndose bajo eslóganes, subterfugios y excusas coyunturales que no hacen otra cosa que desmerecer su confianza. Disponen de poco tiempo. Pero solo si sus adversarios se sienten amenazados por la seriedad y centralidad de su oferta política cabría confiar en que eviten actitudes oportunistas. Todos saldríamos ganando con ello.