La geoeconomía china en América Latina
El menor crecimiento y la caída de las materias primas está empeorando la percepción de las empresas chinas en la región
En los 37 años transcurridos desde que Deng Xiaoping abrió la República Popular de China a la economía global, el compromiso del país con América Latina y el Caribe ha experimentado tres importantes transiciones. En primer lugar, el ingreso de Pekín en la Organización Mundial del Comercio marcó el inicio de la expansión geométrica del comercio chino en la región, eclipsando la disputa entre China y Taipéi, cuestión que había dominado hasta entonces las relaciones con el continente latinoamericano. En segundo lugar, a partir de 2009, por medio de inversiones y operaciones de negocios, las empresas chinas empezaron a despegar en Latinoamérica, proporcionando al país asiático un papel cada vez mayor en los asuntos internos de los estados en los que estaban operando. Por último, la confluencia en 2015 de la desaceleración del crecimiento de la economía china y las dificultades de los proyectos y los regímenes respaldados por Pekín propició un desplazamiento generalizado hacia una actitud más ponderada y pragmática respecto del compromiso con China y su contribución potencial al desarrollo regional.
El comercio bilateral se ha multiplicado por 20, desde 15.000 millones de dólares en 2001 hasta 288.900 en 2014
El crecimiento del comercio bilateral de China con América Latina y el Caribe —que se ha multiplicado por 20, desde los 15.000 millones de dólares de 2001 hasta los 288.900 alcanzados en 2014— y la recepción de más de 120.000 millones en préstamos chinos desde 2005 han tenido un impacto significativo en la agenda de los líderes políticos y empresariales de la región, cautivados por las posibilidades que les ofrecen los recursos chinos y el acceso a un mercado sustancial, al mismo tiempo que generan resistencias de aquellos cuyos negocios se ven amenazados por la competencia del país asiático.
La dinámica del creciente número de empresas chinas que opera en la región varía según el sector. Mientras las compañías petrolíferas y mineras, por ejemplo, han entrado en la zona básicamente mediante fusiones y adquisiciones, en el ámbito de las telecomunicaciones grupos chinos clave han construido su presencia desde cero. Las iniciativas en el sector de la construcción respaldadas por capital chino han sido más exitosas en Venezuela, Ecuador y el Caribe, mientras que las inversiones manufactureras relacionadas con empresas chinas han tenido lugar principalmente en Brasil y México, dos países que cuentan con grandes mercados internos y proveen acceso a mercados importantes en países vecinos a través de Mercosur y el TLCAN.
A medida que las compañías asiáticas han ido estableciendo operaciones en la región, su personal directivo y técnico ha enfrentado el desafío de su desconocimiento tanto del idioma y la cultura locales como de las reglas formales e informales para hacer negocios, que han tenido que aprender sobre la marcha.
Una economía desafiante
El compromiso con China también ha tenido un impacto en la economía latinoamericana en términos más generales. Respecto a la estructura económica, la compra de materias primas, reforzada con inversiones selectas en su producción, ha incrementado la importancia en la región de las exportaciones de productos básicos.
La expansión del comercio con China y otros países asiáticos está transformando el ámbito de las infraestructuras en el continente, impulsando la expansión de los puertos de la costa del Pacífico, la mejora de las carreteras que conectan la costa con el interior del continente, la ampliación del Canal de Panamá y diversas mejoras en las infraestructuras marítimas del Caribe para dar cabida a los nuevos buques de gran tamaño que podrán atravesar el canal.
La relación con China también está transformando la infraestructura comercial, financiera e intelectual de la región, incluyendo acuerdos bilaterales de libre comercio firmados por Pekín con Chile, Perú o Costa Rica. Estas transformaciones incluyen además numerosos acuerdos intergubernamentales en ámbitos que van desde el fitosanitario hasta la protección de las inversiones, así como la proliferación y el reforzamiento de programas de estudios orientados al conocimiento de China en las universidades latinoamericanas. La expansión del comercio chino en América Latina también ha transformado la dinámica de las finanzas regionales, incluyendo acuerdos de intercambio de divisas en Argentina y Brasil y contratos denominados en renminbi.
La consecuencia más indeseable del mayor comercio con China es el aumento de la actividad criminal transpacífica. Migrantes, bienes de contrabando, armas y precursores químicos para el procesamiento de drogas sintéticas fluyen desde Asia hacia América Latina mientras productos de la minería ilegal y dinero procedente del tráfico de droga para ser blanqueado fluyen en el sentido contrario.
Desilusión y pragmatismo
Se puede afirmar que la relación de China con Latinoamérica está entrando ahora en una nueva fase, marcada por un descenso de las expectativas y un mayor pragmatismo en ambos lados. La ralentización del crecimiento del PIB chino hasta el 6,8% (y tal vez menos) ha contribuido al desplome de los precios internacionales de las materias primas, con grandes costes particularmente para aquellos estados que más se han beneficiado de la exportación de petróleo, minerales y productos agroalimentarios al país asiático. El debilitamiento de la demanda industrial en China puede provocar que sus compañías petrolíferas y mineras pospongan inversiones ya programadas en América Latina, el Caribe y otros lugares donde las condiciones de sus concesiones les permitan hacerlo.
Aparte de la severa crisis que afecta al sistema financiero, la propia debilidad de los mercados domésticos es probable que motive a las empresas chinas a emprender de forma más agresiva proyectos de construcción financiados con préstamos, así como inversiones en instalaciones manufactureras en la búsqueda de acceso a los mercados de América Latina.
La caída de los ingresos procedentes de las exportaciones de materias primas, el descenso de las inversiones petrolíferas y mineras y una mayor competencia por parte de exportadores y empresas constructoras chinas incrementará el grado en que el país es considerado un competidor, más que una fuente de oportunidades.
La consecuencia más indeseable del comercio con China es el aumento de la actividad criminal transpacífica
La moderación de las expectativas latinoamericanas se verá reforzada por el número considerable de proyectos chinos en la región que, o bien no se han llegado a ejecutar o bien han experimentado dificultades considerables. Los ejemplos incluyen un fondo de 35.000 millones de dólares para el desarrollo regional, anunciado por Pekín y hasta ahora no utilizado; proyectos de infraestructura sin realizar como el Canal de Nicaragua o los canales secos propuestos en Colombia, Honduras, Guatemala y México; planes de modernización de refinerías pendientes de hacer en Costa Rica, Ecuador y Cuba; la línea de ferrocarril entre Ciudad de México y Querétaro, o la presa hidroeléctrica de Rositas en Bolivia.
Como ejemplos de resistencia violenta contra las actividades de la industria extractiva china en la región cabe destacar los campos petrolíferos en Tarapoa y Orellana (Ecuador), Caquetá (Colombia) y una larga lista de incidentes violentos contra proyectos mineros chinos en Ecuador, Perú, México y Bolivia, entre otros.
Al mismo tiempo, China empieza a ser percibida simplemente como uno más entre la multitud de pretendientes interesados en la región, con intereses a veces complementarios y a veces conflictivos, en un entorno de creciente complejidad formado por una red cada vez más densa de acuerdos bilaterales de libre comercio a través del Pacífico y (pendiente de ratificación por el Congreso de Estados Unidos) el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica.
Al igual que ha sucedido históricamente en las relaciones de América Latina con otros actores extrahemisféricos, los vínculos con China generarán ganadores y perdedores, con una clase política y empresarial que está aprendiendo a moderar las expectativas y temores, asumiendo riesgos con conocimiento de causa, en la búsqueda de ganancias limitadas pero tangibles.
Reshaping World Politics (World Economic Forum, 2016)