La frustración, una efectiva herramienta electoral
Un 69% de los estadounidenses dice estar enfadado con el sistema político, según una encuesta de NBC/WSJ. Y es más grave entre las filas republicanas. Según un sondeo de Reuters/Ipsos, el 40% de votantes conservadores dice estar enfadado por cómo funciona el Gobierno. Y uno de cada dos se siente traicionado por el partido. Un 73% de los estadounidenses cree que el país va por mal camino, cifra que asciende al 87% entre los votantes de Trump.
Pero esta avalancha de cifras no es nueva, ni está en su peor momento. Los estadounidenses llevan años mostrando su malestar con la clase política, hartos del desencuentro bipartidista, de los juegos de los grandes partidos y de lo políticamente correcto. El Congreso arrastra las peores cifras de aprobación en décadas. Están decepcionados con Washington. O con el partido republicano. O con el presidente Obama. O con todo...
Pero conviene mirar las cifras con lupa. Un sondeo de Monmouth University asegura que un 62% de los estadounidenses cree que son sus compatriotas los que están enfadados. Pero solo un 24% se describe a sí mismo como “enfadado”, según otra encuesta de ABC. Y un 47% dice estar “decepcionado, pero no enfadado”. La tendencia es clara. “A pesar del ascenso de dos candidatos (Trump y Sanders) que han abrazado la idea de la ira, nuestro país no está especialmente enfadado por cómo van las cosas en Washington”, apunta Aaron Blake, analista en The Washington Post.
Los votantes están más reactivos a la retórica de la ira. Pero no necesariamente porque estén más enfadados. Es el clima general y el juego electoral. Los candidatos que supieron recoger el malestar son los que acaparan hoy los titulares de estas primarias: Trump, Cruz y Sanders. La ira es una herramienta efectiva, especialmente entre los republicanos a la hora de arrebatar la Casa Blanca a los demócratas tras dos legislaturas de Obama. “No necesitamos a alguien en el Despacho Oval que refleje y aumente nuestra frustración” —advirtió el expresidente George W. Bush—. Necesitamos a alguien que arregle los problemas que causan esa frustración.”
Pero es más sencillo dibujar un escenario apocalíptico: un mundo en el que Estados Unidos se ha doblegado ante Rusia, Irán o Cuba, los musulmanes amenazan en casa, los inmigrantes violan y roban, la Constitución está en peligro y la primera economía del mundo se hunde. Y todo esto pese a las cifras positivas de crecimiento y el descenso del paro a niveles anteriores a la gran crisis financiera, aunque quizá aún no han llegado al bolsillo de los ciudadanos. “Todas esas palabras del declive económico de Estados Unidos son aire caliente. Es retórica electoral”, zanjaba el presidente Barack Obama en su último discurso del Estado de la Unión. “Somos la nación más poderosa del planeta. Y punto.” Obama pide un esfuerzo para detener “las voces más extremistas” y “construir una política mejor”. El presidente reconoce, sin embargo, que debió hacer más esfuerzos. Debió insistir en un mensaje de bonanza económica que nunca caló, y buscar la reconciliación política.
“Esa es una de las pocas cosas de las que me arrepiento de mi presidencia: que el rencor entre los partidos ha empeorado”, subrayó. “Un presidente como Lincoln o Roosevelt hubiera tendido puentes entre la división. Yo garantizo que lo seguiré intentando.”