21/11/2024
Opinión

La Europa hostil

Editorial - 22/01/2016 - Número 18
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El discurso nacionalista y xenófobo que ha conquistado mayorías de gobierno en países como Polonia y Hungría, y que no cesa de avanzar en algunos estados que, como Francia, fueron fundadores de la Unión, obliga a preguntarse hasta cuándo será posible compatibilizar con esta inquietante realidad un proyecto europeo que se quería democrático y universalista. Cuando al inicio de la crisis en 2007 se recurrió a la retórica de la Europa de los más grandilocuentes valores en lugar de hacerlo, simplemente, a la de la Europa capaz de adoptar medidas en favor de sus ciudadanos más desfavorecidos, pocos fueron los líderes que aceptaron tomar nota del estrago institucional que se produciría. Todos parecían confiar en el principio mecánico de que en el pasado Europa avanzó a golpe de crisis y de que, por tanto, también sería así en este caso, en lugar de advertir lo que hacía diferente de todas las anteriores a la devastadora coyuntura actual.

El compromiso político para que el proyecto europeo supere las amenazas que se ciernen sobre él es incompatible con la infundada certeza burocrática de que la Unión es una realidad incontestable, puesto que otras instancias supranacionales fracasaron en el pasado. Hasta ahora, los movimientos nacionalistas y xenófobos están prosperando en el seno de la UE explotando sus debilidades, pero no tardarán en hacerlo contra ella, destruyendo deliberadamente las bases de ciudadanía sobre las que se asienta. Constituye un grave error considerar que la declarada hostilidad de algunos gobiernos europeos hacia los refugiados y los inmigrantes solo forma parte de las medidas con las que la Unión se relaciona con el mundo exterior a sus fronteras. Lo que importa no son los destinatarios de esa hostilidad, sino el hecho mismo de que la hostilidad se convierta en parte del arsenal político al que puede recurrir un gobierno. Una vez habilitada contra los refugiados y los inmigrantes, la hostilidad se dirige contra los homosexuales, contra la prensa y, en fin, contra todo ciudadano que se atreva a expresar públicamente su discrepancia.

Atrás quedaron los tiempos en que Europa se propuso censurar la formación de gobiernos nacionalistas y xenófobos en su interior, como fue el caso Haider y el Partido de la Libertad en Austria. Las medidas que se adoptaron entonces fueron seguramente equivocadas y, sin duda, resultaron ineficaces, pero, cuando menos, respondían a una conciencia europeísta que hoy parece haber desertado de las instituciones comunes y de los distintos gobiernos. El realismo desde el que los partidos de tradición democrática aseguran competir electoralmente con las fuerzas nacionalistas y xenófobas no es, en realidad, más que una claudicación ante las agendas que estas han logrado imponer, además de una convalidación de las feroces medidas para desarrollarlas. En el horizonte hacia el que apunta esta deriva abanderada enérgicamente por unos estados y aceptada resignadamente por todos no se encuentra el sueño que perseguía Europa, sino la pesadilla de la que pretendía huir.