La coartada demográfica
El envejecimiento poblacional es una de las principales excusas de las políticas que debilitan los sistemas públicos de protección
La demografía ha sido tradicionalmente utilizada como vehículo de miedos sobre el futuro. El crecimiento de la población llegó a compararse con la explosión de una bomba, pero hoy disminuye en todos los países del mundo y, según Naciones Unidas, la población mundial se estabilizará a medio plazo. Ahora, cuando desaparece el miedo al desbordamiento, surge el temor a la decadencia. Nos quieren convencer de que el futuro va a encoger y, en particular, de que, porque habrá más viejos y menos jóvenes, mañana viviremos necesariamente peor. La demografía se ha convertido en una de las principales justificaciones de las políticas que debilitan, y pueden llegar a destruir, los sistemas públicos de protección social. Domina la idea, errónea por simplista, de que el envejecimiento de la población es una especie de catástrofe natural que se puede llevar todo por delante si no se toman medidas.
No es verosímil pensar que la demografía imponga una barrera al crecimiento del PIB o provoque su caída
Además de estas razones de fondo, existen otras que obligan a cuestionar y, al menos, matizar el argumento demográfico con el que se pretenden justificar los recortes sociales. El envejecimiento de la población se asocia con la baja natalidad y el aumento de la esperanza de vida. Sin embargo, a pesar de que los españoles gozan de una longevidad entre las más altas del mundo y de que la fecundidad está entre las más bajas desde hace casi 35 años, la proporción de mayores de 65 años se sitúa actualmente por debajo de la media de los países de la Unión Europea. Una situación perfectamente explicable a posteriori, sobre todo por la inmigración de los años 1998-2008, pero que no fue anticipada por ninguna proyección de finales de los 90.
En realidad, el análisis de las proyecciones demográficas realizadas en las últimas décadas muestra variaciones atribuibles a la metodología, o a la percepción subjetiva del futuro que tienen sus autores y, sobre todo, a que son muy sensibles a su pasado inmediato. Las publicadas unos años antes de 1998 subestimaban fuertemente la población y acentuaban su envejecimiento, al prolongar la baja natalidad y no incorporar el importante saldo migratorio positivo de los 10 años siguientes. Al contrario, las que se elaboraron hasta 2007 preveían una población más elevada y más joven.
Pero nada justifica que el INE proyecte ahora, para 2063, una fecundidad de 1,216 hijos por mujer en edad fértil, inferior a la actual (1,27), ya considerada excesivamente baja. La fecundidad proyectada por Eurostat para ese mismo año (1,55) supera en un 27% a la del INE, y la del mismo INE en 2009 (1,71) superaba en un 41% a la actual. También es importante la aceleración del aumento de la esperanza de vida proyectada por el INE. Por ejemplo, en 2009 se postulaba un crecimiento más bien moderado de la esperanza de vida a los 65 años de los hombres: de 17,8 años en 2009 a 19,6 en 2025 y 21,9 en torno a 2050. En la proyección de 2014, se llega a 21,0 en 2025 y a 25,4 en 2050. La misma tendencia aparece en el caso de las mujeres. El INE ha llevado el máximo, que se alcanzará a principios de los 2060, hasta 27,4 años en los hombres y 30,8 años en las mujeres, muy por encima de la variante principal de Eurostat (23 y 26,6 años, respectivamente).
A partir de las poblaciones proyectadas, se calcula el indicador más utilizado en el argumento demográfico, la ratio de dependencia, dividiendo el número de mayores de 65 años por el de personas de 16 a 65. Su incremento es considerado letal para el futuro de los sistemas de protección social. Ni siquiera utilizando este indicador, puramente demográfico, España figura como el país de Europa más envejecido en el futuro. Por dar solo dos ejemplos, en 2064, según la proyección de Eurostat, tanto Alemania (59,5%) como Italia (52,9%) tendrían una situación más desfavorable que la nuestra (49,6%).
Llegarán más inmigrantes, lo que hará aumentar la población y disminuir el envejecimiento
Esta ratio es, en realidad, un indicador con escasa relevancia en la situación económica actual de subocupación. Solo el 59,4% de los que tienen edad de trabajar está ocupado en la economía, entre los cuales hay un 17% de no asalariados; un 15,7% de los ocupados trabaja a tiempo parcial y el 25% de los asalariados tiene un contrato temporal, según el último dato publicado de la EPA (1er trimestre 2016). Es perfectamente posible que el empleo y la producción aumenten, aunque disminuya la población en edad de trabajar: todo depende de la situación económica. Cuando un parado o un inactivo consigue empleo, disminuye el número de dependientes a la vez que aumenta el de contribuyentes, lo que reduce doblemente la dependencia real. Además, si la tasa de empleo llegara a alcanzar un máximo, debido a una eventual barrera demográfica, sería posible recurrir a la inmigración, como ha ocurrido anteriormente. La evolución de la economía y del mercado de trabajo puede incidir sobre la población futura y no resulta hoy prudente realizar proyecciones demográficas sin tenerlos explícitamente en cuenta.
Porque este es el verdadero criterio: si, a pesar de una ratio demográfica más elevada que la actual, se mantiene o incluso aumenta la producción, algo muy posible, que proyectan organismos como la OCDE, lo que tendremos entonces es un problema de distribución. En el futuro, una proporción menor de adultos producirá lo mismo o más que ahora, debido a la mayor participación en la actividad de mercado y, eventualmente, a una mayor productividad (aunque este supuesto no es imprescindible). Si, en estas condiciones, la parte del PIB que va a los mayores no aumenta en proporción a su peso en la población, se producirá un deterioro del nivel de renta relativo de los mayores. Es probable, ateniéndonos a las tendencias recientes, que ello beneficie más a las rentas del capital que a las del trabajo, provocando así un aumento de la desigualdad.
La tendencia a la reducción de los salarios y el aumento de la productividad hacen que resulte cada vez más difícil basar la distribución del producto exclusivamente, o siquiera principalmente, en los salarios. Es un debate que ya se ha iniciado y se han formulado propuestas en torno a la financiación del sistema de pensiones por los impuestos o a la concesión de una renta básica. La evolución demográfica obliga a acelerar esta toma de conciencia, porque pone de relieve las insuficiencias teóricas y prácticas de un enfoque económico, hoy todavía dominante, que ya no está adaptado a la complejidad del mundo en que vivimos.
Cambio demográfico y mercado de trabajo
Ninguna de las proyecciones de población que se realizan actualmente tiene en cuenta la posible evolución del mercado de trabajo. Las publicadas por Eurostat en 2013 no son una excepción. Se comprueba que, en muchos países de la Unión Europea, la población en edad de trabajar proyectada será insuficiente, al cabo de algunos años, para cubrir un crecimiento, incluso moderado, del empleo. No es verosímil pensar que la demografía imponga una barrera al crecimiento del PIB o provoque incluso su caída, a la vista de la gran capacidad de atracción de inmigrantes que ejerce Europa.
El caso más llamativo es el de Alemania, país para el que la inmigración proyectada por Eurostat en 2013 no bastará, en solo unos pocos años, para que se mantenga el empleo actual y, menos aún, para permitir un crecimiento moderado, del orden de 0,5% anual, algo inferior al crecimiento medio de los últimos 20 años, como ilustra el gráfico. Llegarán inevitablemente más inmigrantes, lo que hará aumentar la población y disminuir el envejecimiento. España puede encontrarse en una situación similar, pero en un plazo más largo, debido a las bajas tasas de empleo que aquí existen. Es probable que, en un futuro próximo, se considere prioritario para el desarrollo de la Unión Europea fomentar la inmigración, a la vez que disminuye el desempleo.