23/11/2024
Libros

Kipling. La épica y el dolor en la Gran Guerra

Se recopilan las crónicas de la Primera Guerra Mundial del escritor británico nacido en Bombay. El libro incluye también las escritas desde el Frente Italiano

Kipling. La épica y el dolor en la Gran Guerra
Alrededor del año 1916, oficiales y soldados de diversas naciones en el Frente Italiano. CENTRAL PRESS / GETTY
Nosotros, usted, yo, Inglaterra, y el resto… hemos empezado a dudar de la existencia del Mal”, le cuenta un soldado francés a Rudyard Kipling (Bombay, 1865 - Londres, 1936), que lo consigna desde el frente en una de sus crónicas de guerra en 1915 para el Daily Telegraph y la prensa estadounidense. La editorial Fórcola las ha reunido en un volumen con el título Crónicas de la Primera Guerra Mundial. “Los boches nos están salvando”, concluye. Queda así plasmada la concepción y el momento histórico que recorre el libro, etapa que Kipling representó cabalmente.

Percibido hoy como legitimador intelectual del colonialismo con su célebre defensa de la “white man’s burden”, el Nobel de 1907, autor de El hombre que pudo reinar —con el que se hizo un autor reconocido por crítica y público con apenas 22 años—, reflejaba con la transcripción de este diálogo el contexto en el que estalló la Gran Guerra y cómo la concebía él y, en gran medida, la última generación imperial británica: aquella era una lucha noble tras una etapa de 40 años (desde la guerra franco-prusiana) en la que los avances derivados de la segunda revolución industrial habían hecho creer en el espejismo de una paz perpetua y en un progreso sin frenos a la vista. Ese mundo que, como testigo, Stefan Zweig relató en El mundo de ayer; el mismo que, como historiadora, Barbara Tuchman contó inmejorablemente en La torre del orgullo.

El Kipling que aquí se lee confirma parcialmente ese cliché de defensor de valores y estilista reconocido

Esta edición incluye, además, las crónicas escritas desde el Frente Italiano en 1917, más un prólogo de Ignacio Peyró, que no es tanto una presentación como una tercera parte esencial del libro. El relato minucioso y emotivo del contexto en el que el autor escribió las crónicas y, sobre todo, de sus sufrimientos familiares a causa de la guerra hacen que este libro no se conciba sin sus páginas.

El Kipling que aquí se lee confirma parcialmente ese cliché de defensor de valores y concepciones que hoy pueden sonar caducas, y al mismo tiempo al estilista reconocido generación tras generación. “Me hizo pensar en mí mismo con mayor condescendencia, y eso es la esencia de la amistad”, anota. “No ha habido bomba en esta guerra que se haya lanzado acompañada de oraciones más fervientes, rogando que hiciera el mayor daño posible.” Aparecen la amistad, la valentía, la misión como elementos esenciales en un mundo que se ha despertado de un sueño ingenuo. Y la juventud como valor en sí mismo: “Exuberante, la sobreabundancia de energía, la insolencia feliz y desconsiderada de todo ello, la gravedad que aparentan con tal belleza junto a las tazas de café […] y su amabilidad infantil y auténtica quedarán siempre conmigo”. Él mismo acabó perdiendo a su único hijo en la batalla de Loos en 1915. De dicha muerte salió el profundo mensaje de consuelo que escribió a un amigo mayor que, como él, había perdido a su hijo: “Tú tienes menos tiempo para sufrir”.

Eran necesarios, de nuevo, los valores que forjaron ese imperio británico al que siempre cantó Kipling con magisterio. Ya había dicho que “la democracia es un rebaño en movimiento”. Peyró recalca “la excepcionalidad de Kipling en esa relación entre las armas y las letras que Gran Bretaña siempre había vivido de modo conflictivo”. El enemigo ya no eran los representantes de un desacuerdo político que había que resolver por otros medios (Clausewitz), sino los representantes del mal en la Tierra que justificaban cualquier sacrificio generacional y personal: “Nos la estamos viendo con animales que, desde el punto de vista científico y filosófico, se han apartado de manera inconcebible de la civilización”.

Europa contra los bárbaros

El libro tiene, por tanto, un interés múltiple: por un lado, es un documento histórico e historiográfico; por otro, un apéndice biográfico de un escritor esencial, y, por último, una reflexión sobre el papel que el periodismo ha jugado en los conflictos bélicos. De cómo este ha cambiado desde la labor propagandística que aquí asume Kipling por encargo del Gobierno británico, y que también predominó en la Segunda Guerra Mundial, hasta la ambivalencia de muchos medios en nuestros días —algo que se vio impúdicamente demostrado en el alineamiento de los diarios y cadenas más prestigiosos de Estados Unidos durante los meses previos a la guerra de Irak—, pasando por las denuncias de Norman Mailer, Seymour Hersh o Michael Herr en sus crónicas de la guerra de Vietnam.

Aparecen la amistad y la misión como esenciales en un mundo que se ha despertado de un sueño ingenuo

Llama la atención cómo Kipling entiende la gravedad del momento y olvida, desde el poema con el que abre el libro, los agravios históricos del imperio británico y el enemigo secular que había sido Francia, de la que ahora dice que “ha descubierto la medida de su alma” porque “hay una cosa que se llama ‘el honor de civilización’ a la que tiene apego”. No menos fervoroso se muestra con el otro campo de operaciones de estas crónicas: “Los elementos son duros, pero Italia lo es aún más”. Y junto a esas palabras graves, retumbantes, están las observaciones malapartianas y azorinianas de las rutinas de trinchera, que recuerdan a las que el escritor español hizo de la Gran Guerra y que se publicaron bajo el título París bombardeado. “Todo soldado tiene algo de vieja solterona, y se deleita con esos pequeños cachivaches y cacharros de su invención.”

Finalizada la guerra, y con el peso insoportable pero callado de la pérdida de su hijo, Kipling sería designado por las autoridades para un cometido peculiar. “Nunca un escritor recibió un encargo tan hondo y tan grave como el que recibió Kipling de la Comisión Imperial de Tumbas de Guerra”, escribe Peyró en el prólogo: fijar las palabras de homenaje y recuerdo; redactar los epitafios que, grabados sobre la lápida, iban a amparar a tantos soldados desconocidos caídos en la guerra.

Quizá el mejor resumen de la experiencia amarga pero, al cabo, orgullosa de Kipling como propagandista de una Gran Guerra que vio y padeció personalmente sea la sensación que le transmiten los soldados italianos en el frente: “En casa se había quedado su capacidad de asombro, junto con los cuadros”.

Crónicas de la Primera Guerra Mundial
Crónicas de la Primera Guerra Mundial
Rudyard Kipling
Traducción de Amelia Pérez de Villar
Fórcola, Madrid, 2016, 136 págs.