21/11/2024
Opinión

Elecciones, ¿para qué?

Si las urnas no comportan sorpresas, ¿qué incentivos tendrán los partidos para anteponer el interés general al suyo y formar un gobierno?

Elecciones, ¿para qué?
mikel jaso
El próximo domingo se abrirán de nuevo las urnas para elegir representantes y, si es posible, un gobierno. Desde 1977 y hasta el pasado diciembre en España todas las elecciones generales habían producido un gobierno. En 2015 la irrupción con fuerza de dos nuevas formaciones y el deterioro electoral de las dos tradicionales alteraron significativamente el sistema de partidos. En su estructura, pasando de dos a cuatro, y en su dinámica, ya que a la pugna tradicional entre derecha e izquierda se añadía otra nueva en el interior de cada uno de esos bloques.  Es lógico que el fuerte impulso de los nuevos desatase sus expectativas y el fuerte retroceso de los viejos su preocupación ante la amenaza que les planteaban los recién llegados.

Eso fue lo que impidió la formación de gobierno, pese a los esfuerzos de Pedro Sánchez y Albert Rivera y sus equipos, una vez que Mariano Rajoy rehusó el encargo del rey de intentarlo, dando por hecho que no contaría, en ningún caso, con la mayoría necesaria y aduciendo luego que la disparatada rueda de prensa de Pablo Iglesias, postulándose como vicepresidente de Sánchez y reclamando competencias y ministerios, evidenciaba la existencia de un acuerdo de coalición entre PSOE y Podemos.  No fue una cuestión de personalidades, sino, como apuntaron muchos observadores, producto del cálculo de intereses de PP y Podemos, convencidos de que unas nuevas elecciones les resultarían más favorables.

Si también ahora el experimento resultara fallido muchos se preguntarían para qué sirven las elecciones

En los meses previos a las elecciones de 2015 se había satanizado a tal punto el “bipartidismo” que la aparición de los nuevos actores fue recibida con entusiasmo por tertulianos y comentaristas de todas clases. España, por fin, iba a parecerse a Europa, donde operaban numerosos gobiernos de coalición sin que pasase nada y, además, como ningún partido se acercaría a la mayoría absoluta, no habría más imposiciones desde arriba sino que, como habría que acordarlo todo, los partidos se verían obligados a pactar y, por tanto, pactarían anteponiendo los intereses generales a los de partido, como en la Transición, sin percatarse de que ese nuevo escenario, tan distinto, lo dificultaría seriamente, al menos por algún tiempo.

¿Ha cambiado algo desde entonces? Claro que sí. Las del próximo domingo serán elecciones atípicas, elecciones de repetición. A finales del otoño una parte importante de la población acudió a votar con la ilusión de poner fin a una etapa  y sanear la política española confiando en los nuevos actores. Ahora, a principios de verano, esas ilusiones se han evaporado, tras la frustración de esta brevísima legislatura dominada por los golpes de efecto y la incapacidad de los nuevos para innovar. La campaña electoral revela esas diferencias. Ni los partidos renuevan sus programas, ni los candidatos discuten la gestión del pasado, ni se debaten los grandes problemas pendientes ni, pese a todo, los ciudadanos se inclinan a cambiar de voto.

En estas elecciones de repetición parecen haber desaparecido los grandes temas como el paro, la corrupción, tan presente sin embargo, el déficit, la cuestión territorial o la necesidad de grandes acuerdos sobre la educación, las pensiones, la dependencia y la reforma de la Constitución. Todo ha girado en torno a una sola cuestión: los méritos de cada cual para liderar la formación del gobierno y los deméritos de todos los demás. En suma, la preocupación dominante en todos los partidos ha sido la de preservar los apoyos recibidos hace seis meses. Todo indica, por tanto, que la situación sigue bloqueada, como lo sugieren también los sondeos que apuntan a una repetición de los resultados del 20-D con ligeras modificaciones.

La gran novedad sería que la coalición Unidos Podemos sumara la misma proporción de votos que obtuvieron el 20-D por separado sus integrantes y sobrepasara al PSOE al menos en votos. No es seguro que eso ocurra porque rara vez dos formaciones coaligadas igualan el resultado que habrían obtenido yendo solas, pero no es imposible que ocurra ahora ni que consigan algunos escaños más que en 2015. Lo que no está claro es que tanto si la coalición pasa por delante del  PSOE como si no, mejoren las perspectivas de formar gobierno. Y esa es la gran paradoja: unas elecciones en las que lo que está en juego es la formación de gobierno y una atmósfera en que cada día que pasa crecen las dudas sobre la posibilidad de que eso suceda.

Los sondeos apuntan a una repetición de los resultados del 20-D con ligeras modificaciones

Por supuesto, pocos querrán que sigamos con un Gobierno en funciones salpicado de escándalos y paralizado mientras se repiten las elecciones por tercera vez.Sería lamentable y peligroso, pero eso no lo hace más improbable. Los acuerdos, incluso para formar gobierno, siguen siendo muy complicados no porque haya muchos partidos, que no los hay, ni porque la distancia ideológica entre ellos sea muy pronunciada (entre otras razones porque la ideología de Unidos Podemos no es fácil de identificar, tras sus numerosas adaptaciones), sino porque entre ellos existen diferencias profundas en cuestiones políticas fundamentales como la relativa al modo de afrontar el problema territorial.

La pregunta que hay que hacerse es muy sencilla: si las urnas no comportan grandes sorpresas, ¿qué incentivos podría tener cada uno de los cuatro partidos principales para anteponer el interés general al suyo propio y contribuir, cediendo, a la formación de un gobierno razonablemente estable? En vísperas de la consulta de repetición no es fácil encontrar una respuesta convincente. Quizá el miedo al castigo de los electores sea el único factor determinante. Si también ahora el experimento resultara fallido, muchos o, al menos, algunos ciudadanos se preguntarían ¿para qué han servido las elecciones? O, lo que sería más grave, si las elecciones no sirven para decidir quién gobierna, ¿para qué sirven?