El espejismo de las cifras
En los últimos 35 años han ardido más de 98.000 km2 de árboles, monte bajo, matorral, pastos, suelos…
En la península ibérica no hay estío sin incendios, ni fuegos sin lamentos por la pérdida del patrimonio forestal común, de los suelos, los ecosistemas y hasta del aire que respiramos. Y sin embargo las cifras parecen optimistas. Lo acaba de decir el Ministerio de Agricultura y Medio Ambiente apoyado en estadísticas retrospectivas y de última hora. El verano se cierra estos días con el número de incendios (6.468, conatos incluidos) más bajo y la menor superficie quemada (41.386 hectáreas) de la década. De un decenio que, salvo en 2012, no ha hecho sino confirmar un descenso sostenido desde los años 80. Hoy arde en España mucho menos de la mitad de la superficie verde que se calcinaba en aquellos años. Incluso en Portugal, aquejado por la misma lacra, mejora la situación respecto de la primera década de este siglo. Buenas noticias. Aun así, antes de lanzar albricias conviene echar también las cuentas de lo volatilizado para siempre en los últimos 35 años a ambos lados de la frontera: más de 98.000 km2 de árboles, monte bajo, matorral, pastos, suelos… un área equivalente a Cataluña, Aragón y Navarra juntas, así como la fauna correspondiente, viviendas y otras propiedades, y los innumerables bienes y servicios que prestan las masas forestales. Miles de millones en pérdidas, a las que hay que sumar los presupuestos crecientes destinados a extinción. Es ahí, dicen los ecologistas, donde las administraciones hacen el mayor esfuerzo, olvidando cuestiones de fondo como la prevención y la recuperación de usos tradicionales del bosque. Un planteamiento equivocado; solo la gestión adecuada de las masas forestales y de matorral ofrecerá soluciones duraderas, insisten.
El problema en España no es tanto el fuego en sí, un elemento natural regenerador de la vegetación e imprescindible en ciertos ecosistemas, como la recurrencia de incendios “humanos”, intencionados o causados por negligencias y accidentes —el 95% del total— y las consecuencias del cambio climático. Entre 2003 y 2013 hubo un promedio de 5.534 incendios forestales al año que afectaron a una superficie media anual de 120.453 hectáreas, aunque en los ejercicios 2014, 2015 y 2016 las cifras hayan sido inferiores. Y con unas condiciones meteorológicas extremas, periodos de sequía más largos y escasez de precipitaciones, nuestros bosques pierden potencial para reactivarse y regenerarse tras un incendio —lo que se conoce como resiliencia—, y pierden también capacidad de absorción y retención del agua de lluvia.
La emisión a la atmósfera de dióxido de carbono (CO2) —de efecto invernadero—, de monóxido de carbono (CO) —tóxico—, óxido de nitrógeno y otra serie de compuestos orgánicos volátiles, así como metales pesados y otros compuestos acumulados en las cenizas, se suman también a la larga lista de secuelas de los incendios forestales. Pese a ellos, España es hoy un país más verde que hace un cuarto de siglo y también uno de los más arbolados de la Unión Europea, con casi 7.000 millones de árboles —excluidos los ejemplares más jóvenes—, de acuerdo al último Inventario Forestal Nacional. La razón de este ‘reverdecimiento’ está en el abandono de las tierras agrícolas y las repoblaciones, que han aumentado la superficie forestal peninsular un 33% en los últimos 25 años.
Detrás de los fuegos deliberados, más de la mitad del total, se esconden motivaciones a menudo desconocidas
Los números no responden a la pregunta de quién quema el monte y por qué. Detrás de los fuegos deliberados, más de la mitad del total en España, se esconden motivaciones a menudo desconocidas. La Fiscalía de Medio Ambiente, analistas de la Guardia Civil e investigadores de la Universidad Autónoma de Madrid realizan test sistemáticos a los incendiarios detenidos desde 2007. Distinguen cinco tipos “operativos”, según actúen por venganza, beneficio, por imprudencia grave o leve, o sin sentido. Cada uno tiene “su propio perfil de autor”, dice la última memoria de la Fiscalía. El objetivo es que esos retratos robot ayuden, si no a prevenir el delito, al menos a poner a sus autores ante la Justicia con mayor eficacia.