Si queda mucho o poco tiempo para un hipotético advenimiento de los robots como entes autónomos todavía es una incógnita. El cine lleva años fantaseando con el cara a cara entre un androide y un humano, ese test de Turing definitivo que provocará el cambio de tornas y demostrará que las capacidades intelectuales del hombre se encuentran ahora por debajo de las del robot.
Sucede así en la reciente Ex Machina (Alex Garland, 2015), en la que un científico se enamora de una robot, Ava, interpretada por Alicia Vikander, mientras le pone a prueba según el examen propuesto por el matemático inglés. El hito de Garland es haber actualizado con sutileza el relato “El hombre de arena”, incluido en el volumen Cuentos nocturnos (1817), de E.T.A. Hoffman, que sirvió para que Sigmund Freud teorizara sobre el unheimlich (lo siniestro) y que narra cómo un joven estudiante se enamora a su vez de un autómata en forma de mujer.
Aunque el origen de la máquina, entendido como nacimiento, está muy lejos de la concepción adánica y edípica de nuestra civilización, y está también distanciado de cualquier concepción de género o religiosa, a menudo tecnofobia y misoginia se han identificado como un ente único que amenaza la existencia del hombre.
Fritz Lang usó al androide para alertar de los peligros de un futuro completamente automatizado
En ocasiones, sin embargo, robot y mujer se han confundido para poner en escena el concepto del
döppelganger: también Fritz Lang hizo suya la imagen del androide bajo el avatar de lo femenino en su clásico
Metrópolis (1927) —donde el robot se transforma en el doble de la heroína María con el fin de agitar y provocar disturbios entre la clase trabajadora que sobrevive oprimida en las cloacas de la ciudad— para, sin embargo, alertar de los peligros de un futuro completamente automatizado. El robot en
Metrópolis suplanta a la mujer, porque en ella yace la simiente del mañana.
No por casualidad en la saga
Terminator, iniciada en 1984 por James Cameron, el robot encarnado por Arnold Schwarzenegger, va a la caza de Sarah Connor, progenitora del mesías que pondrá en jaque a la dictadura androide en un no muy lejano porvenir.
Distopías con robots
En esta radiografía de cuerpos robóticos que desafían al hombre resulta obligatorio detenerse en los universos fílmicos distópicos en los que los androides incumplen las tres leyes de la robótica promulgadas por Isaac Asimov: en
Yo, robot (2004), que toma el título y algunas ideas del seminal texto del escritor de origen ruso, el personaje interpretado por Will Smith irá a la búsqueda y captura de la A.I. que ha matado a su creador.
En
Matrix (1999), los hermanos Wachowsky coquetearon con las teorías de la simulación de Jean Baudrillard al pensar esa matriz del título como un mundo virtual generado por las máquinas para los humanos, fuente de energía para la gran inteligencia artificial que domina la tierra.
Otro clásico imperecedero que dibuja al robot como un asesino es
2001: Una odisea en el espacio (1968), de Stanley Kubrick y basada en
El centinela, escrita por Arthur C. Clarke, en la que la máquina HAL 9000 toma la forma de un dispositivo panóptico capaz incluso de leer los labios de los cosmonautas.
Yo, robot, Matrix, 2001: Una odisea en el espacio y Blade Runner recrean un futuro distópico
Por último, tampoco habría que olvidar la más famosa película sobre autómatas,
Blade Runner (1982) —adaptación de la novela de Philipp K. Dick
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?— que se presenta como otra cinta a la caza de robots en fuga, replicantes agazapados en un mundo deshumanizado y decadente; un escenario gris en el que los humanos pretenden imponer por la fuerza aquello que la
techné les ha sustraído: su posición de poder en la cadena trófica.