Las decisiones de los gobernantes rara vez tienen un impacto real y duradero en el entorno sobre el que están llamadas a influir. Y es rara la ocasión en que sobrepasan la mera gesticulación. Sin embargo, la costumbre de buscar explicaciones racionales a todo lo que sucede lleva a absurdos del raciocinio que confunden la contigüidad con la causalidad.
El caso de Rodrigo Rato es uno de los más llamativos porque en él concurre la falacia de considerar causa eficiente la coincidencia cronológica y el despliegue propagandístico que pretende convertir en incontrovertibles hechos dudosos. Los ocho años que Rato fue ministro de Economía coincidieron con ocho años prósperos de la economía internacional, que inició un vuelo de altura tras la recesión estadounidense de 1990-91 y la crisis del Sistema Monetario Europeo (SME) de 1992-1995.
Superados esos dos momentos críticos, la economía estadounidense completó el ciclo económico expansivo más largo que ha conocido. A la vez, la decisión francesa y alemana de sobreponerse a la crisis del SME y seguir adelante con el proyecto de moneda única multiplicó las expectativas de crecimiento en los países del sur de Europa. Añádase que durante su segunda legislatura como ministro de Economía se produciría el despertar económico de China y la fuerte subida de precio de las materias primas, que induciría años de prosperidad en Latinoamérica y empujaría a las empresas y exportaciones españolas.
En contraste con los prodigios atribuidos a Rato, al PP se le nota mucho menos convencido cuando alaba los logros económicos de Rajoy. En voz baja llega a reconocer que de los cuatro años solo dos pueden tener un pase y que las grandes decisiones han venido impuestas desde Europa. Por otra parte, la simultaneidad, como en el caso de Rato, también ha desempeñado su papel: la caída del precio del gas y del petróleo en un país como España, que importa casi toda la energía que consume, es un maná. Súmese la depreciación del euro frente al dólar, que tanto ha ayudado a las exportaciones españolas. Además, el ahorro de las familias derivado del menor coste de la energía y de los tipos de interés cercanos a cero o negativos ha servido para estimular la demanda interna. Sea como sea, la deuda pública española ya supera el 100% de su PIB y el déficit se reduce a un ritmo muy inferior al recetado.
Si Aznar llegó a La Moncloa por la crisis del SME, Rajoy lo hizo gracias a la Gran Recesión. Mientras que cuando la economía era próspera, como entre 1982 y 1992 o como entre 2004 y 2008, al PP se le resistía la victoria electoral. Atribuirse como mérito excepcional la recuperación a partir de niveles económicos muy bajos y cuando el régimen de vientos internacionales sopla a favor responde descaradamente a la necesidad perentoria de hacerse propaganda, que es justamente lo que está haciendo Rajoy.