Cambio de rumbo
La incorporación de Podemos a las negociaciones para formar gobierno no ayuda todavía a despejar las dudas sobre si habrá repetición de elecciones
La reunión del miércoles entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias deja, no obstante, muchas dudas. La más importante es saber si esa estrenada simpatía entre los dos dirigentes políticos puede desembocar en la formación de un gobierno. Pero también despeja algunas incógnitas: si el presidente del PP y del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, creía que aún le quedaba alguna opción de aspirar a repetir en el cargo con un improbable pacto de gran coalición, esta negociación perpetua que están iniciando socialistas y podemitas —más Ciudadanos, cuya participación exige Sánchez— le deja sin hueco para intentarlo.
PSOE, Podemos y Ciudadanos tienen tres semanas para pactar un programa y buscar fórmulas de investidura
Porque la perpetuidad, en este caso, tiene como fecha límite el 2 de mayo. O por ser más precisos, el 23 de abril, porque a diferencia del caso catalán, donde se resolvió la investidura justo en el límite de tiempo para evitar la repetición electoral, aquí es necesario comunicarle previamente al rey que hay un pacto, que este haga una nueva ronda de consultas y le comunique el resultado al presidente de las Cortes, Patxi López. Y es López el que tiene que convocar un nuevo pleno de investidura.
Tres semanas
Les quedan, por tanto, tres semanas para llegar a un acuerdo y, se produzca este o no, lo que sí parece seguro es que agotarán el plazo. No solo porque la presión del calendario empuja a sellar los pactos en el último minuto, sino también porque, incluso si la intención de formalizar alianzas es sincera en los tres partidos, las diferencias que mantienen entre sí son en algunos casos muy grandes y las renuncias, a las que incluso Iglesias dice estar dispuesto, no son tan sencillas de hacer. Que se pongan de acuerdo PSOE, Podemos y Ciudadanos no será fácil. Ni siquiera para decidir qué partido se abstiene y cuál vota a favor de la investidura de Sánchez.
Porque aunque el líder del PSOE dijo el miércoles que su vía es la del 199, frente a la del 161 que proclama Iglesias —es decir, el voto a favor de los tres partidos más Compromís, en el primero de los casos, y solo de Podemos, PSOE, Compromís e IU en el segundo—, lo cierto es que Sánchez sabe desde que se lanzó a conseguir la Presidencia del Gobierno que será muy difícil sumar el apoyo activo de Podemos y Ciudadanos y que, por tanto, tiene que conseguir que uno de los dos partidos vote a favor y el otro se abstenga. Iglesias quiere que sea el grupo de Albert Rivera el que facilite con su abstención un gobierno de coalición de la izquierda, pero Ciudadanos parece más partidario de que se abstengan los diputados de Podemos.
Sin líneas rojas
Y Sánchez, como estrategia o por convicción, quiere seguir contando con Rivera y Ciudadanos, con los que ha sellado un acuerdo de gobierno que reconoce mejorable, pero del que se siente muy satisfecho. De hecho, el líder socialista habló con Rivera antes de verse con Iglesias y pactó con él las posibilidades de acuerdo con Podemos. Y del líder de Podemos consiguió después la disposición a sentarse a hablar también con Ciudadanos, eliminando así uno de los vetos establecidos por Iglesias. La otra línea roja, el referéndum para Cataluña, parece que se resolvió, según las explicaciones del propio líder podemita, con el compromiso de que los dirigentes del PSC y En Comú Podem, Miquel Iceta y Xavier Domènech, busquen una alternativa.
Los socialistas confían en que una vez arranque la negociación con Podemos las posiciones se vayan aproximando hasta el punto de que la concreción posterior del pacto se decante naturalmente. Que se cumpla eso de que “lo importante son las políticas y no las personas”. Pero son también conscientes de que por importante y urgente que sea el programa de gobierno que acuerden con Podemos y Ciudadanos, asuntos como si el ejecutivo es de un solo partido o incorpora a ministros de las otras fuerzas políticas pueden hacerles encallar e impedir cualquier pacto. Porque Podemos insiste en un gobierno de coalición, del que Iglesias ya no exige ser vicepresidente pero quiere que lo sea uno de los suyos, y el PSOE, aunque Sánchez hable de “gobierno compartido”, aspira realmente a un gabinete monocolor, apoyado por los otros partidos y que resuelva sus desencuentros en el Parlamento.
Queda claro, con todo, que Sánchez quiere gobernar y que hará todo lo que le permitan su partido y los barones críticos para conseguirlo. Pero los socialistas mantienen la duda —que esperan despejar en las negociaciones— de si el cambio de actitud de Iglesias responde a que prefiere evitar unas nuevas elecciones o es simplemente una manera de prepararse para una inmediata campaña electoral. Porque de sus primeras intervenciones tras las elecciones de diciembre en el PSOE llegaron a la conclusión de que no quería ningún acuerdo y la crisis interna en Podemos ha corroborado esa impresión.
Peores expectativas
Podría ser que el líder de Podemos se muestre ahora afable con Sánchez y haya abandonado su agresividad con los socialistas porque tiene que preparar a sus bases más radicales para un posible acuerdo, pero también que se deba a que no quiere aparecer como el responsable de una repetición electoral. Los partidos tienen claro que el que aparezca ante los electores como el que ha sido incapaz de acordar un gobierno será castigado por los votantes. Las expectativas han cambiado también para Podemos. Porque las confluencias quieren tener autonomía para decidir por su cuenta —de hecho, los cuatro diputados de Compromís han preferido irse al Grupo Mixto— y las peleas internas están demostrando que el de Iglesias no es un partido tan monolítico como parecía el 20-D. Tampoco los sondeos le son ya tan favorables. Así que ese podría ser un argumento para buscar un acuerdo y no tener que volver a las urnas.
Sánchez sabe que es difícil tener el voto de los otros dos partidos, pero aspira a que alguno se abstenga
A los únicos que parece interesarles la segunda vuelta electoral el 26 de junio es a los dirigentes del PP. Por razones diversas. La principal es que la inacción de Rajoy les ha dejado políticamente arrinconados y sin posibilidad alguna de repetir ahora en el gobierno y, sin embargo, unas nuevas elecciones les podrían otorgar un resultado mejor. Entre otras razones porque los expertos demoscópicos coinciden en que la abstención será mayor que en diciembre y afectará sobre todo a los partidos de la izquierda, en particular al PSOE. El PP tiene además una posible baza que jugar: el cambio de candidato.