Adelaida García Morales. Coleccionista de nostalgias
La escritora —fallecida en septiembre de 2014— es autora de una obra poderosa, de lenguaje despojado, donde lo no dicho importa tanto como lo dicho
Adelaida García Morales (Badajoz, 1945 - Dos Hermanas, 2014), una de las escritoras más secretas, malditas y herméticas de la literatura española, vivió y escribió dosificando tristezas. Su mundo interior abarcaba infinitamente más hectáreas que el exterior. En ella habitaba una multitud de seres lacerados y dolientes. La amargura se transmitía en sus ojos, que ocultó durante gran parte de su vida, como si el menor atisbo de reconocimiento le propiciara una alergia imposible de combatir. Digna aquejada del síndrome bartlebyano del “preferiría no hacerlo”, García Morales jamás quiso publicar.
Escritura secreta
La extraña obra de la pacense puede ponerse en relación con dos intelectuales: Walter Benjamin y Ludwig Wittgenstein. Del primero adopta su dialéctica entre memoria y recuerdo para después torcerla en su ficción. La memoria —asociada a la vivencia— y el recuerdo —vinculado a la experiencia— son dos de los pilares esenciales de su escritura. No en vano, Adelaida afirmó en una entrevista concedida a Itzíar de Francisco en el año 2001: “El éxito y la publicación de mis novelas me dejan fría, no siento nada. Escribo desde el interior, lo que hago depende de mis estados internos, de lo que vivo y casi de lo que como”. García Morales escribía por, para y desde la memoria.
Hay autores que siempre serán recordados por una única obra que ensombrece y relega a las otras a una posición injusta. El Sur es la novela-pértiga que lanzó a García Morales a los lugares de los que huía: la fama literaria, la notoriedad y los laureles. Invirtiendo el proceso normal de una adaptación cinematográfica (1983) y producto de una intensísima relación amorosa, este texto puso el foco en su obra. Conoció al cineasta Víctor Erice en la Escuela de Cinematografía de Madrid en 1972. Se amaron con la llave puesta, encerrados en sus inmensos universos. Tuvieron un hijo y juntos crearon una de las más hermosas películas de la historia del cine en España. El director leyó ensimismado el relato que evoca un sur mítico y pronto convenció a la autora para llevar al cine su nouvelle inédita. Elías Querejeta, productor de la mayor parte del cine que se hacía en España en los años 70 y 80, se encargó de llevar a cabo un filme que por motivos económicos dejó bellamente inacabado—estaba prevista una segunda parte que nunca se rodó—, con un sur convertido ya en leyenda.
El Sur es la novela-pértiga que lanzó a García Morales a los lugares de los que huía: la fama, la notoriedad
El Sur cuenta la historia de la escritora —transmutada en Adriana en la novela y en Estrella en la película—, que tuvo que trasladarse a Sevilla a vivir cuando tenía 10 años, la edad con la que comenzó a escribir en un intento por imitar a su depresiva madre. Desde pequeña experimentó una gran incomunicación y, como afirmó, según recogía Fernando Samaniego en El País, “ante la imposibilidad de la palabra hablada, se incorporó la literatura a mi vida, hasta hacerse imprescindible; me sorprende que la gente pueda vivir sin escribir, aunque a veces pienso lo bien que estaría si no escribiera”. García Morales quedó laminada a causa de una experiencia compleja con su padre, una figura real (pero también literaria) a la que vuelve con frecuencia en sus libros. En sus relatos, la mayoría de los hombres permanece en la sombra. Solo su padre, con sus juegos de geomancia, lograba conectar con la imaginación de esa niña triste de posguerra.
Las Alpujarras, el escenario
A través de lo no dicho, de lo no nombrado, de las constantes elipsis de las que su obra goza, asoma la influencia de Wittgenstein. En una carta que envió a su editor Ludwin von Ficker con motivo de la publicación del Tractatus, el austriaco sostenía: “Lo que he querido escribir es esto. Mi obra se compone de dos partes: la que aquí presento más todo lo que no he escrito. Y es precisamente esa segunda parte la que es importante”. El vínculo de Wittgenstein o Benjamin con la obra de esta escritora no es caprichoso. Otros dos hombres que eligieron la filosofía como su modo de estar en el mundo marcaron profundamente a la autora: Agustín García Calvo y Eugenio Trías. El primero fue su profesor durante la carrera de Filosofía y Letras. La introdujo en el mundo del anarquismo y en la lectura de ilustres pensadores e intelectuales de izquierdas. El segundo —según contó el primer hijo de la escritora poco después de su muerte— inspiró al personaje de Agustín, protagonista de El silencio de las sirenas: “El tema del libro es ese ideal del amor platónico que le inspiró a mi madre el filósofo Eugenio Trías”, certificó el primogénito de García Morales, Galo Almagro, en el Diario de Sevilla.
Amante de los personajes marginales y de los espacios ignotos, la escritora se marchó a vivir a las Alpujarras granadinas durante los que, según ella, fueron los cinco años más felices de su existencia. De esa extraordinaria experiencia surgió la que fue la obra favorita de la autora e, indudablemente, la más honda. En El silencio de las sirenas, García Morales retrata el ambiente de fin de siglo en el que un nutrido grupo de bohemios ingleses y estadounidenses deambulaban por Granada siguiendo los pasos de Gerald Brenan. Allí la autora localizó el epicentro de un amour fou entre Elsa y Agustín. Esa apasionada relación meramente epistolar con ecos de Goethe y Hölderin (El Sur se abre con una cita de este último: “¿Qué podemos amar que no sea una sombra?”) desemboca en algunos de los diálogos más feroces de la escritura de García Morales: “¡Yo no quiero un hombre! ¡No quiero un hombre! ¡Solo quiero sentir el amor como lo estoy sintiendo, venga de donde venga!”. Según confesó en la misma entrevista con Itzíar de Francisco, la relación con los hombres de su vida no fue especialmente serena: “A los hombre los veo como algo oscuro, quizá con pocas cosas a las que asomarse, y me resultan difíciles”.
Amante de los personajes marginales y de los espacios ignotos, se marchó a vivir a las Alpujarras
García Morales esculpía atmósferas. Probablemente El silencio de las sirenas —con la bruma granadina, el frío que golpea en los huesos o el inexplicable temor ante lo inexplorado— sea el relato más metafísico de la autora. También Víctor Erice quiso adaptar esta obra de la que entonces era su esposa. Ella aseguró a lo largo de su carrera que siempre escribía visualizando las imágenes. Las piezas encajaban a la perfección entre el cineasta y la autora, logrando una alquimia perfecta que no tuvo un desenlace feliz en esta ocasión. Erice abandonó el proyecto, pero recomendó a la directora Josefina Molina para que llevara al cine las Alpujarras granadinas. García Morales les prestó a Josefina y a un joven Joaquin Oristrell —que colaboró en el guion de la adaptación— su casa de Capileira. El proyecto no cuajó. La cineasta Cecila Bartolomé también intentó adaptarla, pero la película nunca llegó a rodarse.
Novelista gótica
Fue una de las primeras escritoras españolas en escribir novela gótica, ese subproducto de la imaginación romántica. Sus relatos se acercan a las narraciones psicológicas de costumbres de autoras como Jane Austen o las hermanas Brontë. Con ellas compartía un especial fervor por lo misterioso, por los rituales extraños (como el que relata en El silencio de las sirenas de los tres Juanes y las tres Marías), por la presencia de un erotismo larvado o la aparición de algunos fantasmas. En este sentido, destaca el relato Bene (publicado junto a El Sur por Anagrama), protagonizado por una joven aislada (Ángela), con otra ausencia masculina (Santiago, el hermano muerto) y con la presencia espectral de Bene: la sirvienta gitana que trabaja en la mansión familiar extremeña.
La escritora coleccionaba nostalgias y recuerdos como quien colecciona mariposas. García Morales no malgastaba las palabras, prefería almacenarlas para después volcarlas en sus novelas y relatos. Su lenguaje despojado rimaba con sus sobrias maneras. Afirmó que su misión era evitar que el lector se tropezara con palabras innecesarias. Aspiraba al adjetivo conciso, al verbo justo, al sustantivo certero. Le interesaba poco experimentar y mucho emocionar. Su lenguaje transmite al lector sosiego, serenidad, como si se tratara de un silencio trazado con palabras.
Tras la publicación de esta trilogía involuntaria —El Sur, Bene y El silencio de las sirenas—, pareciera que la obra de García Morales hubiera llegado a su fin. Muy al contrario, la autora publicó interesantes libros como La lógica del vampiro (1990) —una aproximación desasosegante al vampirismo psíquico que algunos hombres ejercen sobre determinadas mujeres—, Las mujeres de Héctor (1994) —una historia con una estructura que imita a la tela de araña que comienza con un homicidio involuntario y que irá sumiendo a sus protagonistas en una espiral vital repleta de zozobra—, La tía Águeda (1995) —donde recupera a una niña que ejerce de narradora y que se ve abocada a un microcosmos repleto de disfunciones psíquicas, hechos mágicos y vivencias sobrenaturales—, Una historia perversa (2001) —cuyo origen se encuentra en una noticia que la autora escuchó en la televisión, según la cual un conocido escultor londinense empleaba cadáveres para sus esculturas— o El testamento de Regina (2001) —un acercamiento a la vejez a través de sentimientos tan dispares como la avaricia, el odio, el rencor, la culpa y la pasión—.
Las vidas de la escritora
Desde 2001 hasta su muerte, en 2014, Adelaida García Morales no volvió a publicar. Fueron 13 años en blanco. Como 13 fueron las novelas que escribió. Según explicó Jorge Herralde, su editor, es posible que la menor repercusión de sus últimos libros acentuara su inseguridad, su vulnerabilidad y su progresivo aislamiento. Ciertamente, vivió sus últimos días como un perro extraviado. Su hijo mayor contó que hasta el final de sus días cultivó su pasión por el cine y la literatura. Obras tan diferentes como Una pena en observación, de C. S. Lewis, El palacio de la luna, de Paul Auster, o Ni un pelo de tonto, de Richard Russo, acompañaron a la autora en los últimos tiempos.
Aspiraba al adjetivo conciso, al verbo justo, al sustantivo certero. Le interesaba poco experimentar
El teatro fue otra de sus grandes pasiones. Formó parte del grupo sevillano Esperpento, en el que concurrían gentes tan disímiles como los políticos Alfonso Guerra y Amparo Rubiales o el músico Gualberto. Montaron obras de dramaturgos audaces como La indagación, de Peter Weiss, Woyzeck, de Georg Büchner o El bello Adolfo, sobre textos de Bertolt Brecht. Resulta paradójico que una mujer que se subía frecuentemente a las tablas del Teatro Nacional Lope de Vega tuviera tantos reparos a la hora de hablar en público.
Durante un tiempo vivió en Argelia, donde fue traductora para la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Más allá de este dato, poco se sabe de su estancia allí, así como de su primera pareja y padre de su hijo mayor.
Miguel Bayon Pereda contó en El País que en el salón de la escritora había una reproducción de Muchacha con turbante, como se conoce también La joven de la perla de Johannes Vermeer. Adelaida García Morales —que fue modelo de prêt-à-porter en sus años de juventud— tal vez tuviera esa misma mirada íntima que la desconocida del lienzo del holandés. Tal vez tuviera unos ojos que parecían mirar hacia otro tiempo, uno indeterminado e imposible de cifrar. Como Adriana, Ángela, Elsa o María, García Morales murió convertida ya en personaje de su propia obra, como una mujer de belleza remota que no comprendía el mundo que habitaba.
Adelaida García Morales
Anagrama,
Barcelona, 1985,
170 págs.
Bene Adelaida García Morales
Anagrama,
Barcelona, 1985,
112 págs.