Cuando faltan solo diez días para que acudan al Palacio de la Zarzuela a comunicar al jefe del Estado si hay acuerdo que permita la investidura de un presidente de Gobierno o declarar su incapacidad para alcanzarlo y se desencadene una vuelta a las urnas, los líderes de los partidos parecen paralizados. Lejos de apurar el tiempo que les queda, el miedo de algunos a forjar pactos difíciles de administrar una vez en el poder —siempre es más fácil gobernar en solitario— y la tentación de otros de probar suerte en unas nuevas elecciones por si les son más favorables han entumecido sus músculos políticos. El PP, que ha eludido cualquier responsabilidad en la formación de gobierno —Mariano Rajoy rehusó incluso la invitación del rey a intentar la investidura—, calcula que de irle mejor en unos nuevos comicios a celebrar el 26 de junio podría ahorrarse complicadas negociaciones, de las que en esta ronda se ha escabullido, y evitar así renuncias, que nunca confesó estar dispuesto a realizar. De repetir como candidato e irle bien, Rajoy se perpetuaría además en la presidencia del partido, demostrando los buenos resultados derivados de una indolencia por la que el resto de los mortales paga altísimos precios.
El impasse trae causa de Podemos al adoptar la decisión de romper —¿interrumpir?— las conversaciones con PSOE y Ciudadanos, sin siquiera haber entrado en materia. Lo hizo de forma repentina y para plantear a sus bases una consulta tramposa, que simplifica de manera grosera la complejidad de la situación y solo deja como respuesta posible el no. Es indescifrable qué pretende Iglesias con esa estrategia. Salvo que quiera impedir cualquier acuerdo y forzar el regreso a las urnas. Una apuesta arriesgada también para él, porque los sondeos vaticinan la pérdida de votos y escaños de su formación, salvo que lograra engullir el millón de votos de Izquierda Unida, un sueño que acaricia desde hace tiempo.
Unos cálculos partidistas que impiden resolver la ecuación planteada por el escrutinio de las urnas en la noche del pasado 20 de diciembre. Los electores acabaron ese día con 35 años de bipartidismo imperfecto sin querer, por eso, verse obligados a votar cada seis meses hasta que se obtenga una mayoría indiscutible. Se trata de poner fin a los excesos cometidos por el PP al calor de su última mayoría absoluta y de incitar a las formaciones políticas a la apertura de una nueva etapa de negociación y pacto.
Quedan diez días para que los partidos concernidos en la búsqueda de un acuerdo de investidura den con la clave que les permita forjar un acuerdo. Hay muchas maneras de hacerlo. Solo hay que tener voluntad de conseguirlo y mirar alrededor: la experiencia de las comunidades autónomas y de los municipios en los que PSOE, Podemos y Ciudadanos han compuesto o permitido gobiernos de coalición y la de los países europeos donde la regla es la alianza de fuerzas contendientes que han forjado a lo largo de los años múltiples combinaciones.